Capítulo VI

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[Narrador omnisciente]

Zoe estuvo llevando la contraria a la duquesa por el largo tiempo que les tomó llegar a la zona de compras, donde, una vez admiró todo, decidió dedicarle su preciada atención a las joyas o prendas en lugar de a la "arpía amargada". No paraba de pensar que esos vestidos cargados de volantes y los tacones excesivamente altos no eran cosas usadas en su tiempo, pero es que la gente de aquel lugar parecía haber retrocedido unas cuantas décadas. Vestían como los abuelos adinerados que lucían ropas extravagantes con tal de mantener su perfil de gente culta. Pero lo que sí le gustaba eran los peinados para las chicas de su edad, quienes mayormente tendían a usar bucles en las puntas de su cabello y les otorgaba una gracia única. Su cabello era totalmente lacio, por ello, le interesaba bastante aquel estilo, aunque tampoco es que fuese a confiarle su preciado cabello a un cualquiera que podría acabar con él.

La duquesa pronto le sacó de su distracción, dejando caer sobre sus hombros una pesada carga de compras que solamente abarcaban prendas de vestir y no paraba de decir que ahora seguían los zapatos, las joyas y más tarde, los accesorios de menor importancia. ¿Acaso se creía que era una mula de carga? Tenía unas inmensas ganas de lanzar todo aquello al suelo y decirle que lo cargase ella misma, pero era tanto el peso que apenas podía mover los hombros, así que no tuvo más remedio que cargar con ello. Estuvo siendo arrastrada por la duquesa poco más de 40 minutos, para ese entonces, sus piernas pedían a gritos un buen descanso y ni hablar de sus brazos, los cuales ya no sentía en lo absoluto. Para cuando la duquesa se fijó en la hora que marcaba el gran reloj central de la plaza donde se encontraban las tiendas, se apresuró a salir de su grata ensoñación durante el paseo por el lugar para apresurar a Zoe, quien se había quedado detrás debido al peso y al cansancio, pues debía llegar a casa y escoger con sumo cuidado que prenda usaría para recibir al duque Maximilian.

Antes de poder continuar con su camino, ambas féminas apreciaron un cúmulo de gente, mayormente bien vestida, rodear lo que parecía ser una tarima bastante amplia. La duquesa no contuvo la curiosidad y se desvió para enterarse de lo que pasaba, dejando a la rubia con sus infinitas compras siguiéndole a duras penas y al paso de una tortuga. Para cuando finalmente le alcanzó, quedó boquiabierta y su piel palideció como una hoja de papel. En aquella tarima había una gran cuchilla sostenida por dos largas barras de madera y retenida por una única soga, una guillotina, una totalmente ensangrentada después de haber tajado la cabeza de una pobre persona que desconocía, sin embargo, el rostro de la misma en su cabeza cercenaba denotaba cualquier cosa menos culpabilidad. Quedó horrorizada con ello. No era lo mismo observar un cadáver frente a tus ojos que verlo en una película de horror y en la cual las escenas eran censuradas, evitando así una visión desagradable. No conformes con haber sentenciado a una persona, a la primera víctima siguieron otras seis. Mientras un hombre muy bien vestido leía de un pergamino bastante fino el nombre de la persona sentenciada y el delito cometido para merecer la muerte. Cuatro de ellos habían intentado escapar de los nobles a quienes servían, uno de ellos se había atrevido a levantarle la mano a un conde en su propia casa y otro había intentado asesinar a la marquesa a la que servía, acusándola de realizarle torturas inhumanas cada día, de las cuales estaba harto.

-Presta mucha atención, tonta criada. Esto puede pasarte a ti si piensas que seguiré tolerando tus afrentas. _rió la duquesa satisfecha con las vistas mientras cubría su rostro agraciadamente con su abanico. Por primera vez en mucho tiempo, Zoe Lewis sintió temor por su vida, más aún tras la clara amenaza de la duquesa, quien había dejado en claro que no le importaba en lo absoluto condenarle como habían hecho con las personas que habían sido ejecutadas cortando su cabeza con aquella cuchilla enorme_

Acto seguido, ambas féminas continuaron su camino de retorno, en el cual Zoe no se atrevió a decir ni una sola palabra debido a los recuerdos persistentes de aquellas espantosas escenas, sin duda, sería algo duro de asimilar y era muy probable que quedase con más de un trauma por ello. Llegadas a la residencia, Lewis depositó en la habitación de la duquesa todas las pertenencias recién compradas y finalmente pudo sentir el alivio de quitarse un buen peso de encima, de la forma más literal de la palabra. Bajó aquellas grandes escaleras, viendo como cada criada de la residencia finalmente se despojaba de sus útiles de limpieza, listas para su merecido descanso tras un duro día de esfuerzo. Pero como eso no era nada eficiente para la doña duquesa, tenía criadas de turno de noche para reemplazar a las ya agotadas durante el día. La señora con la que habló antes de abandonar la casa con la duquesa se acercó nuevamente a ella, expresando su preocupación al notar su piel tan pálida y el temor plasmado en su rostro.

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