Capítulo XXV

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Maratón 1/5.

Zoe;

Frío. Lo único que siento es un vacío rodear mi cuerpo. No soy capaz de moverme en lo absoluto, mis ojos se mantienen cerrados contra mi voluntad. Siento el pecho oprimido, como si un enorme peso hubiese sido colocado solo para asfixiarme de forma agobiante. Duele. Quiero despertar. Escucho los latidos de mi corazón reverberar en mis oídos, no ayudando a que mis nervios disminuyan. Escucho una voz lejana, pero no entiendo absolutamente nada de lo que intenta transmitirme, sino que parecen susurros siniestros que buscan inclinarme a pensar en cosas negativas. No soporto esta oscuridad constante, el sonido tan tenue que emite mi pesada respiración es suficiente para provocarme escalofríos, como si ese aliento fuese ajeno a mí y alguien más estuviese asechándome. ¿Qué es todo esto? ¿Qué está pasando? Alguien… Quien sea… Ayúdeme…

-Nadie va a ayudarte, Zoe… _una voz hace eco en mis alrededores, me suena conocida, pero se escucha ligeramente distorsionada, como si la total intención fuese que no llegase a reconocer a su propietaria_ Esto es provocado por tus propias acciones, esto es lo que querías… Después de todo, te arrepentías mucho de intentar parecer otra persona, ¿no es así?

¿De qué habla? ¿Pretender ser otra persona? ¿Yo? No me fastidies, ¿por qué demonios querría yo hacerme pasar por otra persona? Todo este tiempo solo he actuado de acuerdo a mis objetivos, nada más…

-No te mientas más, Zoe. Ambos, tú y yo, sabemos lo que eres. Eres una basura humana que ya no sabe qué máscara utilizar para pararte con algo de dignidad ante la sociedad que te rodea. Incluso ahora, no eres más que un despojo. Das pena… Asco, debería decir… _habla una segunda voz, una que me es demasiado familiar, me duele escucharla. ¿Quién es?_ Nunca elegiría a alguien como tú… Ni aunque pasasen siglos…

Las voces desaparecieron como si fuesen soplos de brisa, y tan rápido como se fueron, se proyectó en mi mente una escena desagradable. Nuevamente, esos dos… La misma habitación, otra vez… ¿Por qué? Deja ya de atormentarme… Déjame en paz… Fuera de mi cabeza. ¡Fuera!

-Sieglinde… ¿Qué es lo que pasa contigo? ¿Dónde está la hija sincera y apacible que siempre estuvo conmigo? Te desconozco, Sieglinde… Vuelve a ser tú, te lo ruego… _escuché una voz serena, pero dolida… La reconozco… Ella es…_ Despierta…
Madre…

-Abre los ojos, Sieglinde… _susurra alguien más… Esa voz es de…_

[…]

Narrador omnisciente;

Observar a la rubia inconsciente no ayudaba a calmar los nervios de cierto duque, que la miraba consternado, situación que compartía con la madre de la fémina. La mayor le miraba casi al borde del colapso, lágrimas rebeldes adornaban sus ojos, esperando rebasar el límite que su párpado inferior imponía para descender oportunamente y embadurnar con su rastro salado sus mejillas. La duquesa permanecía indiferente, no obstante, buscaba mantener las apariencias mostrando “preocupación” por su sierva al escuchar por los pasillos que esta había colapsado.

Tenía una fiebre horrible y su semblante daba a entender que su reposo no estaba siendo agradable. Gotas de sudor descendían por su rostro enrojecido por la creciente temperatura. Lizzabetta no evitó sentir algo de empatía, pero mientras su ego estuviese por encima de la estratosfera, se permitiría mostrar una fría expresión cargada de la más profunda antipatía. La rubia comenzó a retorcerse en un momento dado mientras que su fiebre no dejaba de ascender. Llegados a este punto, incluso la duquesa temió ver la reputación de su familia dañada al tener un posible muerto bajo su techo e hizo llamar al médico de la familia. Sieglinde estaba teniendo una parálisis de sueño y nada garantizaba que fuese a despertar pronto. Tan pronto el médico estuvo entre los presentes, realizó un largo interrogatorio para buscar por las posibles causas del estado de la fémina, pero nadie supo darle una respuesta lo suficientemente específica para dar un veredicto al respecto. Sieglinde comenzó a murmurar un rato después, mencionando nombres que nadie parecía conocer. Por lo menos, a Maximilian pareció llamarle la atención el nombre del tal Byron. Frunció el ceño al mero instante de escucharlo y no evitó preguntarse quién rayos era y porqué Sieglinde mencionaba su nombre en aquel estado. ¿Sería él el responsable? Por otro lado, a Lizzabetta le pareció curioso, diría que hasta interesante. Si la rubia tenía a alguien más en su vida, ¿por qué ir tras Maximilian?

-Tú no, por favor, no seas como él. _Susurra la rubia con agonía, el antes mencionado la observa con aflicción, la preocupación del duque no pasa desapercibido ante los ojos de la princesa. Es una suerte que la duquesa no se encuentre presente en la habitación. La rubia sigue temblando de frío y el sudor no ha dejado de bajar por su frente.

-Debe darle una baño de agua fría para disminuir la fiebre, ya que supongo no posea los recursos necesarios para acceder a la medicación que su hija necesita. _Agrega el médico, dirigiéndose a la afligida madre de Sieglinde. La mujer asiente ante las palabras del profesional y con manos temblorosas obliga a su hija a levantarse. La rubia solo emite gruñidos y susurros poco entendibles_

-Debemos irnos. _Susurra Lizzabetta, Maximilian observa con aflicción como el frágil cuerpo de Sieglinde es introducido en la bañera de agua helada. Niega ante las palabras de su prometida, camina hasta la bañera, e imita la acción de su compañera de estupideces. A pesar de sentir un incosumerable frío, rodea el delicado cuerpo de Sieglinde, proporcionándole un poco de calor_

-¡Pagaré la medicación! _Espeta la princesa, sobresaltando a todos los presentes. ¿Ella estaba dispuesta a pagar por la medicación que la metiche necesitaba para mejorar? Sí, lo haría, no por una acto de humanidad, sino porque detestaba que Maximilian mostrara tanta preocupación y afecto, hasta el punto de entrar en una tina helada por una simple criada_

Horas después, todo parecía volver a la normalidad en la mansión Fleminguer. El duque se encontraba en sus aposentos intentando dormir, algo que le resultaría imposible, solo podía pensar en cómo se encontraría Sieglinde. Por otra parte, la princesa Lizzabetta tampoco podía conciliar el sueño. ¿Cómo podría hacerlo? Ya era evidente que su futuro esposo tiene sentimientos por alguien inferior. Tenía que encontrar la manera de alejarlos para siempre y por alguna razón, supo que Byron era la solución para todos sus problemas.

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