Capítulo XXXV

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Narrador omnisciente;

Había pasado una semana desde aquella confesión tan directa y a la vez tan esperada. Sieglinde aún yacía sobre la cama, en total reposo. Tenía sus pensamientos en un lugar realmente distante de aquella habitación, en cuyo interior la soledad la hacía sentir más grande de lo que realmente era. Una semana desde que el duque y la princesa Lizzabetta habían dejado la residencia en compañía de Agatha. El solo pensar que aquella chiquilla le estaba suplantando y probablemente intentando aprovecharse de su posición le hacía hervir la sangre en furia y se retorcía sobre la cama, tirando de las sábanas o golpeando las almohadas por la frustración. ¿Por qué su tinta fractura no acababa de sanar?

La duquesa iba y venía de su habitación, lamentándose de su soledad ahora que su hijo no estaba en casa. Su madre también iba de cuando en cuando a verificar su estado. La misma monotonía se volvió un suplicio, aunque no era del todo malo. Al poder emplear la mayor parte de los días durmiendo, el tiempo parecía transcurrir más rápido, y siendo que la rubia dormía como un lirón, al abrir los ojos ya bien podían haber pasado 14 horas desde la última vez que los usó para contemplar la gran habitación.

Pasó otra semana... Dos... Tres... Un mes... Dos meses, y aún seguía sobre aquella cama. El médico de la noble casa ahora iba a proporcionarle un plan de ejercicios pasivos para que poco a poco fuese dando mantenimiento a la movilidad de su pierna incapacitada. La fractura estaba consolidando bien, pronto el hueso volvería a estar en su mejor condición. Véase con pronto otros seis meses de espera. Después de que el médico se fuese y como si hubiese recordado sus aburridas clases de biología, como Zoe Lewis, Sieglinde llegó a una conclusión inocente, tonta, pero una buena forma de pasar el tiempo. Los huesos tenían calcio en su mayor parte, ¿tal vez si bebía leche con más frecuencia la fractura sanaría antes? Con esa idiotez en su cabeza pedía a su madre que le enviase al menos 5 vasos de leche diarios, cosa que sorprendía a la mayor, pero que concedía sin rechistar. Mejor tenerla complacida que con berrinches.

Nuevamente volvía a su monotonía. Después de probar su resolución por otros dos meses en los cuales el doctor realizó una nueva revisión, el proceso de osificación nunca aceleró su velocidad sin importar cuánta leche bebió. Lo único que le ánimo a no cambiar de rutina fue que el sujeto advirtió de que todo marchaba bien y con suerte podría incluso sanar un mes antes de lo previsto. Un mes menos era una alegría más para ella. Solo debía aguantar tres meses más.

Durante ese tiempo Maximiliano hacía hasta lo imposible por intentar poner fin al compromiso. Lizzabetta no le daba oportunidad pues sabía que reaccionaría muy mal al respecto. Por otro lado, no conseguía coincidir con el rey, cuando no se encontraba en importantes reuniones iba de viaje a verificar cualquier cosa que surgiera y no regresaba hasta pasados unos largos días que bien podían ser semanas y a veces hasta un mes. Muy aparte de que Lizzabetta ya se estaba volviendo algo soportable, comenzó a notar que la dama de compañía que había traído consigo después de que su madre insistiera a la princesa en que era necesario, se le insinuaba en demasiadas ocasiones. Dos mujeres a las que soportar antes de que la chica de sus ojos pudiese ocupar el lugar de una de ellas, y posteriormente el de la segunda si se daba el milagro de que su plan para romper el compromiso funcionaba.

-¡Maximilian, ¿dónde ha sido esta vez?! _cuestionó la princesa desde la distancia, su voz hizo eco en el largo corredor cubierto de alfombra roja y bordes dorados, tanto que juraría que las armaduras de adorno temblaron ante la intensidad de sus chirridos_ ¡Vamos, querido, acordamos que iríamos de paseo al valle real! ¡Espero que no estés con esa entrometida!

-Dame un respiro... _musitó para sí mismo con voz cansada_ Me gustaría saber cuando regresara su padre...

-¡Max! _espetó la princesa, aún en su búsqueda, pero él no pretendía hacer un caso a sus palabras_

Los meses para el duque parecían años, su pasatiempo ahora constaba de trazar barras sobre un trozo de pergamino, contando los días restantes de cada mes que transcurría en el cual debía soportar ese martirio. Aún debían faltar otros dos meses y medio antes de que Sieglinde pudiese ocupar el lugar de Agatha. Después de mucho pensarlo, tomó la resolución de escribir una carta. Haría que uno de los niños que vivían en las calles la entregase por él a cambio de unas cuantas monedas valiosas. Sabía bien que esos niños eran capaces de meterse donde fuera, podrían llegar a la habitación de Sieglinde sin problemas y entregar la carta. Después de hacerlo, salió sigilosamente del palacio y camino unas cuantas calles lejos en busca de su mensajero. Llamó a uno de los pequeños que jugaba en la calle con sus compañeros, inmediatamente este corrió a su encuentro. Max le propuso un trato a cambio de entregar la carga y mostró una pequeña bolsa de cuero llena de brillantes monedas que hicieron brillar también los ojos del menor con avaricia. El chico tomó la carta y corrió a cumplir la orden seguido de sus amigos.

Sieglinde se encontraba tumbada aún en aquella cama, después de haber recibido un agradable baño y ser vestida con su sedosa bata de noche. Escuchó ruidos en la ventana al cabo de un rato. Primeramente creyó que era su imaginación, pero ante su constante repetición dio por sentado que no era el caso.

-¿Es algún pájaro tonto o algo? _cuestionóba la nada y se levantó con mucho esfuerzo, acercándose a la ventana dando pequeños brincos. Al apartar las cortinas pudo ver a un niño harapiento y cubierto de polvo hasta los cabellos sonreírle mientras le mostraba una carta pulcramente doblada  y sin un solo doblez o mota de suciedad. Extrañada, preguntó quién la había enviado, pero tan pronto la tomó el niño saltó a los arbustos del jardín, escapando de los terrenos de la residencia y siendo seguido por sus compañeros_

Después del extraño encuentro, Sieglinde se sentó en el borde de la cama tras volver a ella como mismo se había alejado. Desdobló la carta consumo cuidado, encontrando en esta una firma familiar. Inmediatamente comenzó a leer aquellas líneas, con algo e dificultad debido a la caligrafía empleada.

"Mi querida Sieglinde:

¿Cómo has soportado estos últimos días? He logrado escabullirme para enviar una carta y, sinceramente, ha sido mi único momento de paz en este lugar. Lizzabetta no me deja tranquilo y me tira de un lado a otro como alguna especie de muñeco de compañía sin el cual no puede ejercer ninguna actividad. Agatha por otro lado no me da paz ni para dormir sabiendo que se encuentra durmiendo en la sala contigua y no sería la primera vez que sale a hurtadillas por la noche para meterse en mi alcoba. Como respuesta a estos comportamientos he decidido no dejar de moverme por estos laberínticos pasillos del palacio. ¿Tardarás mucho más? Hasta contar los días, que es mi nuevo pasatiempo, hace que últimamente el tiempo parezca no avanzar nunca. No hagas locuras, si tardas más de lo previsto no creo salir cuerdo de estas paredes.

Te echo tanto de menos que simplemente no puedo evitar ver tu rostro en cada punto donde fijo la mirada. Sana pronto y regresa a mis brazos. Siempre tuyo...

Maximilian II Fleminguer Hermenstan"

Después de leer toda la carta, y releerla al menos unas cuatro veces, Sieglinde se dejó caer de espaldas sobre la blanda superficie de la cama suspirando como la adolescente enamorada que era. Incluso si se reprochaba por ser curso en su cabeza, no podía dejar de pensar en que el duque aún la tenía vigente en su mente y había cometido la locura de enviar una carta al escapar de la princesa y su dama de compañía. Después de reír con cierta malicia mientras se burlaba internamente de Lizzabetta, gateó a tres patas sobre la cama y volvió a su posición de sueño para "acelerar" el tiempo restante y saltarse el resto de la tarde hasta que fuese hora de cenar. No podía esperar más...

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