Capítulo XII

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[Narrador omnisciente]

La rubia se encontraba admirando y detallando la habitación en la que se encontraba. No era de la duquesa, pues la nariguda tenía grandes y vistosos vestidos en exhibición para denotar y resaltar su mal gusto de vieja cuarentona. Por descarte, debía ser del odioso hijo de la doña de la casa. Era la habitación del duque insoportable. Intentó pensar en todos los posibles escenarios que desencadenasen su inexplicable llegada a aquel lugar y reparó en su situación actual. Literalmente estaba perfumada, limpia de pies a cabeza, peinada y hasta con atuendo nuevo. Lejos de sentir gratitud por quien lo haya hecho, la ira llenó su ser al saber que fue manoseada por alguien. Si fuese su madre, lo permitía, pues ella le había visto como mismo llegó al mundo y fue quien le mantuvo limpia a causa de ello, pero consentirlo de otra persona estaba fuera de consideración.

Se levantó de aquella cama, dispuesta a buscar sus ropas, o harapos más bien, dándose cuenta de que la seda de la ropa transparentaba bastante ante la incidencia de la luz del sol, y ella, que ni ropa interior traía, optó por cerrar las ventanas con la misma velocidad que obtenía cuando su móvil se quedaba sin batería. Ante el ruido de las ventanas, alguien, que al parecer estaba en los pasillos, comenzó a avanzar hacia aquella habitación, y la rubia, sabiendo de quién era la habitación y asumiendo que sería el propietario quien se aproximaba, tomó una de las botas que encontró dentro del closet y se preparó para la llegada del inquilino. Ni bien aquella puerta se abrió para dar paso a quien se encontraba del otro lado, Sieglinde concentró toda la fuerza que su cuerpo pudo acumular desde que despertó y la lanzó contra la persona que acababa de ingresar.

El estruendo de algo pesado caer al suelo alertó a todo ser humano que estuviese cerca de la escena y varias sirvientas, junto al duque, corrieron a ver qué ocurría. La duquesa yacía en el suelo, con la marca de la suela de la bota de su hijo en todo el rostro, arruinando olímpicamente su maquillaje y dejándola sin conocimiento. Las sirvientas se apresuraron a llevarla a su habitación para socorrerla, en cambio, el duque, escéptico, volteó a ver a la de hebras rubias, quien no tardó en estampar en su cara la pareja de la bota que dejó sin consciencia a su madre.

-¡¿Qué rayos te pasa, maldita loca?! _espetó el duque sintiendo el dolor en su cara, pero lejos de responder su pregunta, Sieglinde tomó otro zapato y lo aventó a su cara, a eso siguió una percha, una maceta, una lámpara y hasta los retratos_

-¡Maldito duque asqueroso! ¡¿Cómo osas manosearme con sus asquerosas pezuñas de cerdo?! _replicó la rubia, no dejando de lanzarle cosas_

-¡Deja de romper cosas, maldita criada del demonio! ¿Por qué querría yo tocar esa tabla que traes por cuerpo?

-¡No te hagas el idiota conmigo, maldito duque de mierda! ¡Esta es tu habitación, tu mugrosa cama y nadie más que tú pudo haberme traído hasta aquí! ¡Más encima, aprovechándote de que estuve inconsciente, asqueroso ninfómano!

-¡En mi vida osaría tocar yo semejante cosa como lo eres tú! ¡Ha sido una criada quien te ha cambiado de ropa y te ha cuidado hasta ahora, maldita malagradecida!

Ante la aclaración, Sieglinde dejó de lanzar objetos contra la cara del duque, que a sus ojos era tan dura como un trozo de concreto si es que no había caído redondo como su madre tras el primer zapatazo. Como quien no tiene culpa de nada, la rubia se arregló el cabello, que había quedado levemente despeinado ante la gran cantidad de lanzamientos ejercidos, respiró profundo y plantó una sonrisa en su cara.

-Que tenga buen día, gracias por la aclaración. _añadió la de hebras rubias y como si fuese lo más casual del mundo, pasó por un lado del duque y salió de la habitación, ignorando el gran desastre que había hecho en el interior de la misma y la cantidad de objetos que se había cobrado con la escena_

Bajó las escaleras, observando como por el otro extremo del pasillo del segundo piso avanzaba la duquesa, todavía medio aturdida. Parecía un gato sin bigotes, y con las pintas que llevaba, casi asemejaba más a una matryoska rusa con tanto colorete. Ni bien logró enfocar la vista en ella, la duquesa llamó por Sieglinde, creyendo escuchar su voz cuando aún estaba medianamente consciente tras el gran impacto del zapato contra su rostro, no dudó en atribuirle culpa de su desgracia, pero Sieglinde, sabiendo lo que se avecinaba, maquinó rápidamente una frase idónea en su cabeza para contestar a los reclamos de la vieja.

-Niña desvergonzada, ¡has estampado un zapato en mi bello rostro! ¡A primeras horas de la mañana! ¡¿Hasta cuándo vas a seguir haciendo de inútil en esta casa?!

-Con el debido respeto, mi estimada duquesa, no he sido yo quien le ha golpeado con semejante objeto vulgar en su rostro. _rectificó en mentiras Sieglinde_ Ha sido culpa de su hijo quien ha osado agredirme a sabiendas de que no hice nada. Yo solamente evitaba ser golpeada fatalmente por el objeto, no tenía intenciones de dejar que le pegase usted y de haber sabido que estaba a mis espaldas, ni me hubiese movido de lugar con tal de evitarle semejante desgracia.

-¡¿Cómo?! ¡¿Ha osado mi hijo provocarme tal desdicha?! ¡Qué barbaridad, no puedo creer que se esté pareciendo ya a los salvajes de los barrios sucios!

-Lo mismo lamento yo, mi señora. Temo que su hijo está ganando malos vicios con sus constantes salidas y encuentros con los individuos de la baja sociedad. A veces incluso la servidumbre de una casa amiga puede resultar mala influencia para los nobles. _comentó la rubia, observando como el rostro de la duquesa se deformaba lentamente del temor a que su hijo terminase volviéndose un bárbaro sin modales_

-¡Increíble! ¡Maximilian, hijo mío, ¿dónde te has metido ahora?! _espetó la duquesa corriendo escaleras arriba en busca de su hijo_

Sieglinde, no queriendo perderse semejante escena, volvió a subir las escaleras complacida y se ocultó tras la esquina del pasillo que daba a la habitación del duque, escuchando los dramas de su madre al encontrar su habitación hecha un desastre y a su hijo con severas marcas en la cara. La primera impresión que se llevó la mayor fue que su hijo había tenido un arranque de ira y había tirado abajo toda su alcoba, tomó pro excusa todo lo que este pudo decir con ese aspecto y terminó por prohibirle salir de casa hasta pasadas unas largas semanas. Las carcajadas no esperaron a salir de los labios de la rubia, quien se apresuró a la habitación de las criadas no pudiendo contener su voz y temiendo ser escuchada. Sin dudas recodaría muy bien aquel momento, la cara del duque ante las expresiones exageradas y las ideas paranoicas de su madre, no tenía precio.

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