Capítulo XXXI

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[Narrador Omnisciente]

Después de aquel suceso Maximilian no volvió a dejarse ver por aquella habitación, aunque la rubia no se mostraba especialmente deprimida. Efectivamente, aquella mañana Sieglinde pudo comprobar que las palabras del duque no eran una mentira. Cuando su madre fue a verificar cómo se sentía pudo ver muy levemente la silueta de la persona que custodiaba la puerta. Es decir que esa maldita persona estaba interfiriendo entre Max y ella. Después de terminar su sesión mental de maldiciones hacia la duquesa, comenzó a maquinar una pequeña venganza en contra del pobre guardia y aquella quien le ordenó que se mantuviera en aquel puesto. Esa noche Sieglinde permaneció despierta hasta tarde, pensando muy detalladamente en su próxima maldad. Aunque el guardia no tuviera culpa de nada, era un estorbo que no estaba dispuesta a tolerar. Había que quitarlo del medio. Así que creyó divertido darle un susto al pobre hombre. Agarró el portavelas que había sido depositado horas antes en la mesita que se ubicaba a la derecha de la cama y apagó la llama de dicho objeto, sumiendo la habitación en total oscuridad. Al no ver ni un solo haz de luz bajo el umbral de la puerta, el guardia creyó que Sieglinde estaría dormida al fin y se dispuso a comprobarlo al cabo de unos minutos, tal como la duquesa lo había ordenado. Cuando el pobre hombre abrió la puerta, la rubia le arrojó uno de los almohadones que había en la cama, haciendo que el sujeto retrocediese ante la sorpresa y sin querer le pegase a uno de los jarrones de adorno que había a ambos lados de la puerta.

El ruido despertó a los inquilinos de la casa, que corrieron a ver qué pasaba a tan altas horas de la noche, encontrando al sujeto sosteniendo la almohada, todavía intentando entender qué había pasado. Sieglinde, que fingió no tener idea de que el guardia estaba ahí, se excusó diciendo que se había asustado al pensar que era un intruso y no se lo había pensado dos veces antes de atacar con lo que sea que tenía a mano. La madre de la rubia, que había escuchado el jaleo, no evitó mirar mal al guardia al asustar a su hija de tal manera y la duquesa le reprochó el no haber cumplido sus tareas con discreción. Maximilian observaba a Sieglinde contener la risa por todos los medios y comprendió su pequeña venganza, aunque prefirió desviar su atención para que no la descubrieran. Lizzabetta, con su típica voz chillona, dijo al guardia que se largase pues ya buscarían un reemplazo. Luego de ver el asunto resuelto, todos regresaron a sus habitaciones, aunque después del susto muy difícilmente pudieron conciliar el sueño antes de que amaneciera finalmente.

Todos excepto la rubia tenían expresiones cansadas al amanecer. Incluso la princesa hablaba más bajo de lo usual ante el cansancio. Por otro lado, Sieglinde se encontraba fresca como una rosa, y lo disfrutaba con creces.

-Sieglinde, hija, te ves bien esta mañana _le saludó su madre tras llevarle el desayuno y acariciar su cabeza como muestra de afecto_

-Aunque me llevé un susto enorme anoche.

-Oh, querida, todos nos asustamos. Aunque no sabía que había alguien cuidando de que no hagas alguna locura, creo que hubiese sido más prudente avisarte de su presencia. Ese tipo de impresiones no hacen bien a tu salud. _habló su madre, siendo comprensiva_

-No veas el espanto que tuve. Qué bueno que no era un intruso o alguien peor. _dijo la rubia, de acuerdo con las palabras de la mayor_

Al cabo de un rato Sieglinde recibió otra visita, esta vez de la duquesa, quien venía en compañía de Lizzabetta para revisar que todo estuviese en orden. Lizzabetta, por primera vez en mucho tiempo, sintió envidia al ver el rostro radiante de la rubia, quien a diferencia de ella, no había tenido que ocupar tonelada de maquillaje para ocultar sus ojeras. Pero no podía comentar nada al respecto, muy en el fondo sabía que Sieglinde le humillaría si se quejaba del susto que sufrieron todos anoche. Muy independientemente de su silencio, la rubia pudo saber exactamente lo que estaba pensando y se burló de la princesa mentalmente, presumiendo su belleza natural al haber descansado lo suficiente, ya que ahora no tenía obligación alguna por su estado actual. La duquesa se mostraba algo más animada al hablar con Sieglinde, y esta le correspondía, aunque lo hacía para molestar a la princesa, debía admitir que incluso ella disfrutó de la charla con la persona a la que siempre otorgaba un apodo diferente con cada ocasión que se le presentaba. Hablar de modas, combinaciones de vestido y maquillaje, accesorios y demás era uno de los gustos de la que una vez fue Zoe Lewis y no se contuvo de dar consejos a la duquesa para mejorar su horrendo sentido de la moda.

Luego Lizzabetta también se incluyó en la charla, cambiando radicalmente el sentido de la conversación para dar a conocer a Sieglinde cierta noticia. La princesa y la duquesa habían acordado que tanto la primera como su prometido irían al palacio por una temporada. Se había decidido que Sieglinde fuese la dama de compañía del duque al ser más competente que el resto de las mucamas, pero viendo su estado, solo quedaban dos opciones: cambiar a la persona que acompañaría al duque, o esperar a que se recuperase. Lizzabetta parecía muy segura respecto a cambiar a la dama de compañía, pero la duquesa también estaba más aferrada a la idea de esperar a que su doncella más competente estuviese recuperada. Así que llegaron a un acuerdo justamente allí. Hasta que Sieglinde se recuperase, la dama de compañía sería Agatha, quien era competente a su manera. La cara de la rubia no tenía precio. ¿La iban a reemplazar por esa chiquilla? Más aún, ¿Max y Lizzabetta se irían al palacio mientras ella permanecía allí plantada? Antes de que pudiese entrar en su máximo estado de frustración e histeria, Lizzabetta también aclaró que después de dar las noticias al rey sobre el evento arruinado en el cual el duque casi pierde la vida, el máximo soberano del reino quería agradecer personalmente a Sieglinde su acto de valor al demostrar su devoción por los nobles de la casa a la que servía, pues muy pocos hubiesen arriesgado su vida de la forma en la que ella lo había hecho.

Aquello le tranquilizó mucho, y, de hecho, hizo que su ego ascendiese hasta los cielos. Un agradecimiento del mismísimo rey. Ya iba siendo hora de que su pierna rota tuviese una compensación acorde a su persona.

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