Capítulo XXIX

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Maratón 5/5;

Narrador omnisciente;

Viendo el rostro sorprendido y enojado de la duquesa delante solo hizo que los dos objetivos de su mirada se apartasen muy lentamente. La mayor estaba furiosa y su enojo se podía sentir en el aire incluso. Aun así, ninguno de los dos dijo nada al respecto, más que nada porque no sabían qué decirle a la duquesa sabiendo que una excusa no colaría.

-¡No puedo creer que hayas dejado a tus invitados y a la princesa por escabullirte con esta... cualquiera! _espetó la madre del duque, a lo que este entornó los ojos y bufó. Se estaba hartando, tanto de su madre como de la tan apreciada princesa a la que esta tenía en su pedestal_

-¿Y qué haces tú detrás de mí en lugar de verificar que todo esté en orden, madre? _preguntó Maximilian enarcando una ceja, a lo que su madre gruñó levemente antes de responder_

-No uses ese tono conmigo. Nos vamos al hall en este instante. _sentenció, Max caminó hasta salir de aquella habitación. La duquesa esta vez centró todo su enojo en Sieglinde_ En cuanto a ti, sucia mucama barata, te advertí que no abusaras de tu suerte y te arrastras como la víbora que eres para seguir engatusando a mi hijo. Lárgate a servir antes de que decida ponerte la sentencia que te mereces por cada una de tus acciones. _le ordenó. La rubia resopló muy levemente y se dedicó a continuar con sus labores mientras que en su cabeza maldecía a la duquesa_

En el hall todos estaban sumamente animados, algo que ni Maximilian ni Sieglinde compartían con el resto. El malhumor estaba presente en ambos, aunque tenían que imponerse sonrisas falsas para que nadie sospechase que algo andaba mal. Lizzabetta volvía a ser una molestia para Max, que no podía hacer otra cosa más que aguantarle. La rubia veía su expresión de felicidad con un asco insufrible, pero debía aguantarse el que ella le restregase en su cara la gran diferencia que existía entre las dos debido a su posición social. Aunque fue por unos breves instantes, Sieglinde creyó escuchar un sonido fuera de lo usual, como de metales colapsando, o chocando entre sí, algo por el estilo. Miró en todas direcciones, pero no halló nada fuera de lo común. Cada vez que iba y venía con bebidas volvía a escuchar dicho sonido y no hallaba su origen. Supuso que no se trataba de nada y continuó con lo suyo.

Por su parte, Maximilian hacía todo lo que podía por imponer distancias entre Lizzabetta y él, la fémina parecía un chicle en su zapato y le quería seguir a donde sea que quisiese ir aunque fuese en contra de su voluntad. En esos momentos se encontraba hablando con uno de sus invitados, quien le felicitaba por la espléndida celebración y halagaba la gran presentación que aquel hall ofrecía. El duque se esforzó por sonreírle al noble contrario, el cual se dedicó a pasearse por el lugar tras una breve despedida. La princesa pronto vio más emocionante presumir su compromiso con algunas nobles que se hallaban cuchicheando en un pequeño grupo no muy lejos y finalmente dejó a Max, lo cual agradeció a todos los santos habidos y existentes hasta su actualidad. Esta vez fue el duque quien escuchó aquel sonido extraño que Sieglinde también había percibido. Una vez más, la rubia volvía a notarlo, pero esta vez el sonido era más notorio, tanto que algunos nobles dejaron de hablar para buscar por la causa de tan extraño sonido. El silencio se hizo en el hall y todos pudieron percibirlo. Aquel sonido metálico. Algo de polvo comenzó a caer del techo y varios nobles se quejaron de esto al ver arruinados sus atuendos y bebidas. Fue aquello la pista que indicó a los presentes que el problema estaba arriba, en el techo. El área alrededor del gran candelabro colgante del centro del hall se estaba agrietando, cosa que provocaba que el polvo cayese. Como si fuese por instinto y nada más, la rubia tiró al suelo la bandeja sobre la cual portaba postres y copas de vino fino, las cuales se hicieron pedazos. Inmediatamente, corrió hacia el centro del hall, donde Maximilian se encontraba, totalmente inadvertido del peligro que corría. Los gritos de horror de las nobles no se hicieron esperar en cuanto algunos escombros cayeron y la cadena que sostenía el gran candelabro cedió al peso del mismo, provocando que cayese. La rubia se lanzó sobre el duque, quitándolo del medio antes de que muriese aplastado por el candelabro.

Lizzabetta se desmayó nada más ver el gran accidente que casi le costaba la vida de su prometido y la duquesa dejó de respirar por los instantes en los que la gran estructura metálica, cargada de velas y perlas blancas, se hizo añicos en el suelo.

Afortunadamente, ni la rubia ni el duque habían muerto, pero no habían salido de rosas tras semejante hecho. Aunque logró apartar a Maximilian a tiempo, Sieglinde tuvo que sacrificar su pierna, la cual quedó destrozada bajo el aro metálico mayor del candelabro. Le había destrozado los huesos y sangraba al quedar aplastada bajo tanto peso. Por suerte no la había perdido, pero mucho no había faltado.

-¡Por Dios! ¡Hijo mío, ¿estás bien?! _se apresuró a preguntar la duquesa a su hijo, a quien abrazó como si la vida se le fuera en ello al imaginarle hombre muerto bajo el gran candelabro_ ¡Dios, qué alivio! Estás a salvo...

-M-Madre... _musitó estupefacto el duque, que torpemente correspondió el gesto de su progenitora_ ¿Qué ha...?

-¡Sieglinde! _exclamó la madre de la susodicha, viendo a su hija inconsciente en el suelo luego de que se golpease fuertemente la cabeza_ ¡Por favor, alguien ayude a mi hija! _rogó entre lágrimas mientras hacía un vano esfuerzo de que la rubia despertara_

-¡No se queden ahí parados! ¡Saquen a la chiquilla de ahí, por Dios! _ordenó la duquesa, a lo que su servidumbre comenzó a retirar el gran candelabro del lugar, liberando al fin a la pobre muchacha_ Tiene la pierna destrozada... ¡Y menos mal que solo ha sido eso! Pudieron haber muerto los dos. ¡Llamen al médico, necesita tratamiento!

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