[Narrador omnisciente]
Ver a la rubia con una expresión tan relajada hacía que el fuerte dolor que sentía en su abdomen desapareciera por momentos. No sabía ni cómo mirarle a la cara dado que siempre pasaba de él, y con razón, después de tamaña mentira y mal comentario por su parte, ¿por qué iba a querer ella respirar siquiera el mismo aire que él? Aun así, saber que no todo se había ido al traste dado sus recientes acciones en cierto modo le aliviaba bastante. Claro que luego recordaba su gran "problema real" y toda su paz interior se iba por un caño inexistente. ¿Cómo iba a poner fin a ese asunto? Lizzabetta le tenía harto, y aun así debía soportarla por una larga temporada, eso por no decir toda la vida, si es que terminaban casados. ¿De todos los hombres que tenía para elegir, tenía que venir a fastidiarle a él? Maxmilian, era consciente de lo que su situación conllevaba, tendría que forzarse a fingir que no había un ápice de afecto entre él y la chica de hebras doradas que ahora yacía durmiendo a su lado mientras él jugaba con algunos mechones rebeldes de su cabello que atentaban con cubrir su rostro cada vez que se removía. Parecía estar murmurando cosas incomprensibles entre sueños y de vez en cuando en su rostro se asentaba una infantil mueca de enojo que pronto se iba, pero no tardaba en regresar. Se veía como un ángel cuando no iba por toda la casa haciendo maldades para desquitarse de sus malos ratos.
El eco de pasos serenos resonar por los pasillos externos de la habitación alertaron a Maximilian de que alguien se aproximaba, tenía la leve esperanza de que siguiera de largo, pues imaginaba que su madre y prometida estarían en otra parte de la casa teniendo sus detestables conversaciones en torno a su, para nada deseado, compromiso. Pero los pasos se detuvieron y pudo ver la sombra de alguien bajo el umbral de su puerta. No era Lizzabetta, ella era muy ruidosa y estaría hablando sola con su chirriante voz en toda la caminata hasta quedar frente a la puerta, voz que no escuchó ni un solo momento. No era su madre, ella ni siquiera lo pensaría dos veces antes de abrir la puerta con suma "delicadeza". El doctor se había ido hacía apenas 25 minutos, dudaba que regresase tan pronto tras haber dicho que tenía otras citas pendientes. ¿Quién era? Observó fijamente como la puerta se abría lentamente, chirriando ante el lento movimiento, aunque tan levemente que no resultaba ni molesto ni alarmante. A la habitación entró una de las tantas doncellas de la casa, sus hebras castañas caían agraciadamente por su esbelta espalda, aunque le resultaba algo desagradable su forma tan descarada de caminar y la sonrisa coqueta que portaba tan orgullosamente en su cara. "Desagradable", fue lo primero que pensó. No parecía consciente de la presencia de Sieglinde, pues esta se había convertido en un ovillo humano bajo las fragantes y tibias sábanas, durmiendo realmente a gusto.
-Me alegro de ver que está usted despierto, duque Maximilian _habló la chica, su voz no era desagradable a sus oídos, pero su forma de expresarse no le resultaba grata en ningún sentido. Le miró de arriba abajo, gesto que pareció agradarle en demasía a la contraria. Ni siquiera le reconocía. ¿Quién era? ¿De esas que limpiaban el suelo o de las que sacaban brillo a las botas de los empleados? ¿Lavavajillas? ¿Recadera? ¿En qué rayos trabajaba? Dudaba siquiera tener una vaga idea desde que solo fijaba su vista en la rubia, pues su rutina siempre coincidía con sus lugares más frecuentados en la casa. La castaña avanzó un par de pasos y depositó sobre el escritorio una bandeja plateada. Sobre esta yacía un fragante y apetitoso almuerzo, a su lado, un frasco que, suponiendo bien, eran las medicinas que requería para su pronta recuperación_
El duque se mantuvo en silencio todo el rato en que aquella fémina estuvo merodeando por su habitación estableciendo orden en sus cosas. Ni tanto orden, pues no había demasiado fuera de lugar, excepto los zapatos de Sieglinde que yacían cubiertos por las sábanas con las que esta se cubría y cuyas esquinas ya reposaban sobre el suelo. Dándose cuenta de ese pequeño detalle, Max no tuvo de otra más que abrir su boca para espantar a aquella chiquilla de lo que ya consideraba su espacio personal, aunque fuese bastante amplio y abarcase también el de otra persona.
-¿Cuál era tu tarea, si se puede saber? _preguntó, la castaña frenó sus acciones y se acercó a él descaradamente_
-Su madre y la cocinera me encargaron traer su almuerzo y medicinas a la hora acordada con el doctor.
-Si ya cumpliste con lo que se te ordenó, puedes retirarte. _ordenó con algo de frialdad en sus palabras. La castaña frunció un poco el ceño, aunque duró leves instantes. Maximilian siempre había sido borde con las doncellas, así que no era de esperar que le fuese a costar ganarse su favor_
-Pero, duque, a su madre no le gustará saber que he dejado su habitación tan desordenada _insistió, acercándose al nombrado mientras aproximaba su mano para retirar algunas mechas de cabello desordenadas. El contrario entrecerró levemente los ojos, pero fijó su mirada en el techo sin siquiera mostrar un ápice de agrado por el acto que la fémina ejercía_
-Ya tengo quien se encarga de ello y que yo sepa, no eres tú. _dijo mientras apartaba su mano_ Retírate antes de que mi madre se presente o me veré en la necesidad de expresarle entre quejas cuán irrespetuosa has sido, no solo en ignorar mis deseos de soledad en mi propia habitación, sino también de pasearte por esta ignorando tus responsabilidades luego de cumplir con la única orden que te fue encomendada_
Algo molesta por su frío comportamiento, la castaña se apresuró a salir de la habitación. El leve portazo que dio ante su salida fue la pista clara que necesitaba el duque para saber que, cualquiera que fuese su objetivo, había sido frustrado. Poco después escuchó risas por lo bajo y el pequeño bulto de sábanas temblaba levemente. Sieglinde se estaba riendo después de haber sido testigo de toda la escena. Por mucho que intentó contener la risa, no le fue posible y salió de su cómodo escondite limpiando lágrimas rebeldes que brotaban ante sus incontenibles risas.
-¿Y tú de qué te ríes? _preguntó Maximilian, siendo contagiado con las risas de la rubia_
-Su cara... Daría lo que fuera por tener un retrato suyo en el momento en que le dijiste que se fuera. Me reiré de sus pobres actos toda la vida. _continuó riendo, para ese momento Max no contuvo las risas y sumó las suyas a las de la rubia_
-¡Sieglinde! _se escuchó un eco por toda la casa, la duquesa estaba histérica y reclamaba la presencia de su autoproclamada doncella personal. La rubia dejó de reír instantáneamente y el duque, por su parte, solo incrementó sus risas al ver su expresión. La fémina le pegó con la almohada en venganza antes de ponerse a prisas sus zapatos y luego salir corriendo de aquella habitación para atender las necesidades de la doña de la casa_
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Redención✅
Ficção AdolescenteZoe Lewis es la chica más presumida, autosuficiente y egoísta que la humanidad ha podido conocer. Pasa del 90% de su día autohalagándose mientras hace sentir inferiores a los demás, en especial a una chica llamada Lizy, humillándole día sí y día tam...