Capítulo VIII

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[Narrador omnisciente]

-No, no, no, no… Espere… ¿Usted es mi madre? _insistió la rubia, no comprendiendo nada. Ella no recordaba tener madre. Pero si esta mujer frente a ella le llamaba Sieglinde y decía ser su madre, teniendo levemente en su conciencia que ella pudo haber cambiado lugares con la chica del espejo, entonces eso quería decir que no solo tenía su cuerpo, estaba viviendo su vida, básicamente, una en la que ella tenía una madre, todo lo contrario, a la realidad en la que había vivido por tanto tiempo. Sensaciones de alegría, tristeza, alivio y temor recorrieron su cuerpo. Sintió inmediatamente la necesidad de abrazar a aquella mujer que ya no parecía una desconocida a sus ojos y disculparse por el trato que le dio_

-No sé que te está pasado últimamente, pero si para ti eso ya no es una verdad, que así sea. _comentó la mujer algo dolida por sus propias palabras_

-No, aguarda. No es eso lo que pasa. Yo… solo estoy algo confundida. Me han pasado muchas cosas recientemente y no soy capaz de actuar decentemente… _admitió, pues era una verdad, tanto su confusión como sus actos tenían una válida justificación. La mayor de las féminas dejó salir un leve suspiro de alivio al enterarse de lo que pasaba con su, ahora, hija y le dedicó una sonrisa leve, acompañada de un asentimiento_

-Lo mejor será que descanses por hoy, mañana nos espera un día largo, tal vez cuando todo pase y te sientas cómoda, podrás contarme todo con lujo de detalles _inquirió, siendo comprensiva con respecto al estado de la rubia y esta, asintiendo, susurró un apenas audible “Buenas noches” antes de disponerse a dormir, acción que imitó su madre_

Tal como dijo la adulta, el día fue largo. Parecía que la duquesa y su odioso hijo se daban por la labor de entorpecer su trabajo. Si limpiaba las escaleras, la duquesa pasaba descaradamente sobre los escalones mojados y le importaba poco, o nada pasar sobre sus manos con aquellos tacones que parecían ser de piedra. Si limpiaba las ventanas, pasaba cerca con una copa de vino y “accidentalmente” tropezaba, derramando todo el contenido de la copa en el cristal recién limpiado. En tanto, su hijo tenía la maldita costumbre de chocar con ella en cada pasillo, haciendo que todo lo que llevase encima fuera a parar a las alfombras que adornaban el piso y ella tuviese que limpiarlas después, para colmo, de principio a fin. Estaba cansada de su actitud y ganas de cantarles las cuarenta no le faltaban, pero sabía que su madre iba a asumir la responsabilidad, y ahora que tenía una, no estaba dispuesta a permitir que le hicieran algo por su causa. Se aguantó todos y cada uno de los males que le hicieron para no añadir más cargas a su progenitora en aquel mundo, ya no importaban las uñas bien cuidadas, las manos limpias y sin arrugas por exponerlas tanto tiempo al agua sucia, no importaban las malas prendas de vestir, el cansancio, nada. Estaba feliz por sobre todas las cosas, a pesar de no ser como lo hubiera querido, había obtenido algo que deseó hace mucho tiempo y podría tener tiempo con ese algo al fin. Tenía a su madre, su mayor anhelo desde pequeña.

A la duquesa no le hacía mucha gracia ver a la criada de las narices tan alegre y sin ofrecer resistencia alguna ante sus actos intencionados, por lo que se dispuso a tomar un descanso durante el cual pensaría muy bien cómo molestarle. No habría mejor placer para ella que cortarle la cabeza por su insolencia. Su hijo, a diferencia de ella, lo hacía por diversión, hacía mucho tiempo que no tenía a alguien con las agallas para hacerle frente sabiendo su posición en la sociedad y menos aún que no se intimidase ante sus maldades. Era alguien diferente y por fin tenía algo de entretenimiento en su aburrida vida. Por su parte, Zoe había logrado acabar sus quehacerses de momento y decidió aprovechar ese corto tiempo libre. Pensativa, vagó por los pasillos, teniendo un deja vu al pasar por uno de ellos en específico. Su cuerpo le guió involuntariamente a aquella diminuta habitación oculta, sucia y polvorienta donde solo había un espejo viejo y lleno de telarañas. Recuerdos que no eran suyos llegaban a su cabeza, recuerdos en los que Sieglinde, aquella rubia tan parecía a ella y en cuyo cuerpo se encontraba, se miraba durante largos ratos en aquel espejo, parecía hacerlo desde niña, pues contemplaba su reflejo y le gustaba fingir que era una noble, comenzaba a posar como una o incluso hacía burlas a la duquesa con muecas en el espejo. Algunas risas escaparon de ella ante esos recuerdos tan divertidos, aunque estos no le pertenecieran.

Pronto, la figura de su cuerpo apareció en lugar de su reflejo actual, la cual le saludó muy agraciadamente:
-Vaya, Sieglinde, qué gusto me da verte _rió por lo bajo la contraria, Zoe pudo notar de inmediato los cambios que había sufrido su cuerpo bajo el control de aquella chica. Su lacio cabello tenía varios bucles, señal de que no estaba visitando su peluquería como era debido, aunque tampoco se veían tan mal. No usaba nada de maquillaje, pero tampoco se veía mal. ¿Realmente podía ella verse tan bien siendo natural? O es que estando sometida a un estilo de vida tan “humilde” le hacía verse de esa forma al no tener acceso a los lujos de los que antes gozaba_

-¿Tan bien te sentó el cambio que ya renuncias incluso a tu nombre? _cuestionó levemente ofendida_

-Para nada, solo mantengo las cosas como están. Yo soy tú y tú eres yo, pero a la ves yo soy yo y tú eres tú. Te lo dije antes, ¿no es así? La historia no debe cambiar. A mis recuerdos han llegado tus locuras en este tiempo, no puedes ir por ahí diciendo que eres Zoe Lewis, porque no es así.

-¿Disculpa?

-Incluso si tu consciencia es la de Zoe Lewis, actualmente, tú eres Sieglinde Evans. Y eso no debe cambiar. Si cambias el pasado, cambiarás el futuro, y si Sieglinde Evans deja de existir, entonces Zoe Lewis nunca habrá nacido en el futuro.

-No estoy entendiendo.

-Yo soy tu antepasado, de hace varios siglos puedo decir, y tú estás enfrentando lo que fue mi vida en estos momentos. No puedes simplemente cambiar la historia como se te plazca, porque si bien tú desaparecerás, yo no lo haré. Y teniendo una vida diferente, puede que nunca llegues a existir. Desaparecerás como si nunca hubieses estado alguna vez. _explicó, haciendo que el cuerpo de Zoe se estremeciera ante la idea de desaparecer y saber que la vida sería como si nunca hubiera nacido_

-¿O sea que tú puedes hacer lo que te da la gana, pero yo debo seguir tus pasos para preservar mi vida? ¿Por qué todo lo que tiene que ver contigo acaba en mi posible muerte? _cuestionó, notoriamente enojada y confundida_

-Así son las cosas en el siglo XIX, sus métodos son tan arcaicos que la única liberación que pueden tener las almas pobres es la muerte por manos de nobles. Yo viví lo que estás viviendo tú, yo temí y sufrí para preservar mi vida, gracias a eso soy quien soy y logré lo que obtuve por mano propia. Gracias a eso llegaste tú en un futuro lejano.

-Espera… ¿Acaso dijiste… Siglo XIX…?

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