Capítulo XXVIII

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Maratón 4/5.

Zoe;

No puedo negar que me satisface en demasía haber llevado a cabo todas las maldades que me propuse. Dudo mucho que alguien se detenga a pensar en la mala suerte que han tenido en los últimos días con la mansión llena de invitados. Sí, hoy es la fiesta de cumpleaños de Maximilian. Por fortuna, no existe nadie que me conozca lo suficientemente bien como para darse cuenta de que fui la causante de tantos desastres. Debo agradecer que mi inteligencia supere por mucho a la capacidad de entendimiento de las personas que me rodean. Camino hacia mi habitación con la clara intención de dormir. Los últimos días han sido extremadamente largos y productivos; razón por la cual he utilizado más energía de la normal. Alguien detiene mi andar de manera abrupta, ¿qué demonios le sucede? El perfume del violento sujeto me resulta familiar.

-¿Maximilian? _Cuestiono algo confundida, no se supone que está en la biblioteca con su "querida prometida." Ruedo los ojos ante mis pensamientos. ¿Qué puedo decir? Lizzabetta no es santo de mi devoción. Empezando por el hecho de que es igual que Lizzy y terminando con la simple razón de que está encaprichada con el duque. ¿Por qué él? Hay miles de hombres en el mundo que darían todo por ser los futuros reyes de Inglaterra. Si mal no recuerdo, ella es la única heredera de los reyes actuales_

-Lo siento, ¿te he lastimado? _Inquiere con arrepentimiento, repara mi cuerpo por completo. Sus ojos y los míos se encuentran después de varios días. Tengo prohibido acercarme a él, sin embargo, ya dejé claro que Zoe Lewis hace lo que quiere cuando quiere y por mucho cariño que le tenga a mi madre, no cambiaré mi forma de ser_

-No, tranquilo, ¿qué te sucede? _Pregunto y él toma mi mano, esta vez de forma delicada y comienza a caminar, siendo consciente de que lo sigo en completo silencio. ¿A dónde me lleva? Quiero preguntar, pero prefiero llegar primero a nuestro destino_

El lugar es bastante amplio, es un salón que jamás había visitado antes. Es increíblemente hermoso, los cristales de las ventanas, el diseño de las baldosas del suelo, el color de las paredes. Debe ser una auténtica obra de arte en el día. Max camina hasta uno de los sofás y me indica que me siente a su lado. Decido aceptar su silenciosa petición, me siento a su lado. Está serio y que despeine su cabello constantemente me deja claro su nerviosismo. ¿Qué va a decirme? Mi corazón comienza a latir con rapidez contra mi caja torácica, todo rastro de enojo parece haber desaparecido de mi cuerpo. ¡Por Dios! ¡Besó al bombillo! Y heme aquí, sintiéndome nerviosa y feliz con su cercanía.

-¿Puedes explicarme el motivo de tu enojo? Sé perfectamente bien que fuiste tú la causante de tantos "accidentes." _Musita con la mayor tranquilidad del mundo. ¿Cómo supo que había sido yo? Me cuidé muchísimo para que nadie se percatara. Podría mentirle de una forma única, como solo yo sé hacerlo; pero no me gusta la idea_

‐¿El motivo de mi enojo? Tengo tantas razones para estar enojada que he perdido la cuenta. Pero si te refieres al motivo que me hizo provocar "accidentes todo el día," te la diré. Mi madre cree que entre tú y yo hay algo, por lo que me prohibió verte. De hecho si nos descubre hablando en este momento, es capaz de irse conmigo a rastras fuera de la mansión. _Comento, el duque me observa como si no pudiera creer mis palabras. ¿Acaso no puedo estar molesta? ¡Me prohibieron hablarle! ¡Santa madre de Dios! ¡¿Cuándo me habían prohibido algo antes?! Exacto, nunca, ya poseo la edad suficiente para tomar decisiones por mí misma_

-Es algo tonto que ella crea que entre tú y yo pueda existir algo. Vamos, ya me quedó claro la opinión que tienes de mí, también influye el papel que juega la princesa en tu vida. Porque sí, lo increíble sucedió, ustedes se están entendiendo. _Agrego, no quiero que su ego aumente al pensar lo que no es. Bien, debo admitirlo, estaría en lo correcto; pero a mí no se me da la real gana que él sepa lo que yo sé, y no estoy dispuesta admitir_

‐¿Nos viste a Lizzabetta y a mí besarnos, no es así? _Asegura con el ceño fruncido y una mueca de asco. ¿Ahora le da asco mencionar el hecho? Todos los hombres son iguales sin importar el siglo en el que vivan. Suspiro con resignación en un inútil intento de controlar las palabras que luchan por salir de mi boca_

-Es curioso que sienta repulsión ahora duque, no parecía para nada incómodo cuando besaba apasionadamente a su prometida. Y créame que no es un reclamo, ya que están en todo el derecho de besarse, después de todo, contraerán matrimonio pronto. _Sentencio y él enarca una ceja con diversión. ¿Qué le causa tanta gracia? Me frustra no saber que pasa por su mente. Cada día me queda más claro que Byron y Maximilian solo comparten el rostro_

-En primer lugar no vuelvas a llamarme duque, sabes perfectamente cómo me llamo. Segundo y no menos importante, no estás en pocisión de reclamarme nada, porque aunque lo nigues, lo acabas de hacer. -Suspira con resignación. -Y sí Sieglinde, sentí muchísima repulsión al besar a Lizzabetta, ella no es la mujer con la que deseo tener una relación, mucho menos casarme. _Inquiere e intento marcharme. ¿Yo le reclamé? Por supuesto que lo hice, el motivo me supera. La misma pregunta que me hice respecto a Lizzabetta, me la hago a mí misma constantemente. ¿Por qué de todos los hombres que hay en el mundo tuve que poner mis ojos en un duque? Aunque me cueste admitirlo, en esta época, solo soy una simple sirvienta y puede que un futuro pueda llegar a ser alguien en el siglo XIX, aun así, no tengo nada asegurado_

-Suéltame. _Pido con un tono de voz bajo, Max frunce el ceño. Me levanto del sofá, él imita mi acción. Coloca un mechón rebelde detrás de mi oreja y deposita un beso en mi frente. Tal acción me desconcierta, dejándome paralizada_

-Me importas, Sieglinde, desde que te conocí no he podido sacarte de mi cabeza, y no sé hasta que punto soy capaz de resistir las inmensas ganas que tengo de besarte. _Confiesa, siento los latidos de mi corazón en mis oído_

-Entonces no te resistas más y bésame. _Pido, me sorprenden mis propias palabras. Una sonrisa en su rostro me hace saber que le ha gustado escuchar que yo también deseo que él me bese. Se acerca a mí, acabando con los pocos centímetros que nos separan y cuando sus labios están a punto de tocar los míos un estridente grito ocasiona que nos separemos abruptamente.

-¡Maximilian Feminguer!

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