Capítulo XIV

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Narrador omnisciente;

No podía ser peor para la rubia el hecho de que la duquesa tuviese la grandiosa idea de hacer una fiesta en honor al reciente compromiso de su hijo. Maximilian había ganado la atención de cierta persona, que escapaba de su conocimiento y al parecer había surgido una propuesta para el bien portado duque. La pobre Sieglinde no tenía descanso entre llevar adornos y traer vestidos. Iba de lado a lado haciendo compras, portando objetos y trapeando pisos sin descanso, pero ¿qué se creía la duquesa? Haciéndola trabajar de ese modo tan agotador. La susodicha se hallaba en su habitación, recibiendo su cuarto encargo de vestidos mientras una pobre criada recibía improperios por ofrecerle combinaciones que no satisfacían a su gusto.

-Criada incompetente, ¿acaso quieres ridiculizarme? _espetó en furia la duquesa mientras le lanzaba al rostro aquel vestido a la pobre criada_

-Mis disculpas, mi señora, no volverá a pasar... _se disculpó en susurros la pobre mujer_

-¡Llevas 40 minutos diciendo lo mismo, fuera de aquí! _ordenó, en tanto, la fémina salió corriendo para no clamar más ira de la que ya era presente en la doña_ ¡Sieglinde! _espetó ni bien le vio acercarse con nuevos vestidos_

-¿Llamaba usted, duquesa? _cuestionó, intentando ser lo más amable posible ante su actitud_

-¡Ocupa el lugar de esa fracasada! ¡Elige vestidos decentes que valga la pena probarme para este evento!

-Como usted diga.

A su parecer, era preferible aguantarle los gritos que no trapear y correr de un lado a otro. Los vestidos eran bastante sosos para su sentido de la moda, pero con suerte, algo podría hacer para quitarle esas pintas de bruja endemoniada a la duquesa. Extendió sobre la cama un gran abanico de vestidos y se fijó muy bien en el color de los ojos de la duquesa, seleccionando así un vestido acorde a estos y con detalles adecuados para la ocasión. Demasiados volantes para una mujer mayor eran notas discordantes, eso era seguro. Colocó entonces algo de polvos en su rostro y algún que otro detalle para mejorar su aspecto, como sobras en sus párpados y labial a juego con estas. La duquesa pareció complacida, se juraría ver menos años de los que cargaba su cuerpo tras tanto tiempo de vida. No dijo una sola palabra al respecto, quedando maravillada con el resultado, en tanto, la rubia procedió a recoger el resto de los vestidos, dando por finalizado su trabajo.

-Al menos tú eres competente _dijo al fin la mayor, con una sonrisa de satisfacción, sin dejar de mirarse al espero_ Te devolveré el favor como lo mereces, pide a la costurera el vestido para camareras, tendrás el privilegio de asistir al baile de esta noche como mi acompañante.

Ir de camarera no era precisamente de su agrado, pero asistir a un baile era algo que no iba a negarse a sí misma. Nada como una noche de fiesta tras un día de trabajo mugroso. Corrió entonces con la supuesta costurera, transmitiendo el mensaje de la duquesa, recibiendo luego un vestido blanco y negro que mucho asemejaba el de las criadas de las grandes casas de su época. Ahora comprendía de donde tales costumbres. Se tomó la libertad de cortar un poco su longitud, remodelándolo a su estatura siendo que era más baja que el resto de las criadas y no quería parecer monja en lugar de camarera.

Para cuando dio por finalizado su trabajo, la suave música proveniente de los instrumentos ya reemplazaba el silencio de la casa, por lo que se apresuró a vestirse e ir en busca de la duquesa. La mayor se encontraba observando desde lo alto de las escaleras a la gran cantidad de invitados que se reunían en el vestíbulo, ansiosos de su llegada para agradecer tan buen detalle, pero la verdad era que la duquesa esperaba por la llegada de alguien más. Al ver que su llegada era tardía, decidió dar inicio a las galas para no hacer esperar a los invitados, saludando cordialmente y uniéndose luego a la fiesta. No pasó desapercibido para la gran mayoría el aspecto de la doña, que llegaba incluso a superar por mucho al de las jóvenes presentes. parecía tener menos años y su combinación era inconcebiblemente perfecta. Pidió pues, la duquesa, una copa de vino a su acompañante, por lo que Sieglinde se retiró, dejando a la mayor hablar con algunas personas, mientras iba en busca de las bebidas para proporcionar lo pedido. Las puertas fueron abiertas poco después de que vertiera sobre la copa la bebida para la duquesa, guardias reales aparecieron en la entrada, dando el anuncio de la llegada de la invitada especial.

Los nobles inmediatamente se colocaron de rodillas, cosa que ella se apresuró a hacer también, viéndose como la única ignorante que aún continuaba de pie. La princesa atravesó las puertas, portando un vestido blanco sedoso que sería la envidia de todas las jóvenes de la fiesta. Sus cabellos poseían agraciados rizos en sus puntas y su corona dorada, adornada con perlas, era presumida en todo su esplendor. Sentía que le había visto en otro sitio, aunque no sabía descifrar el por qué o el lugar donde le había visto. Era la primera vez que la princesa se presentaba ante sus ojos, sin embargo, la sensación de que le era familiar persistía. Tras un cordial saludo, la recién llegada permitió al resto ponerse en pie, siendo recibida por la duquesa y su hijo, a quienes no dudó la invitada en devolver el saludo con una sonrisa de gratitud en su rostro. Sentía ganas de borrarle esa sonrisa, aunque se contuvo de no hacer alguna idiotez, e igualmente, los azahares del destino no lo quisieron así. Llevaba la bebida para la duquesa cuando otro noble, en un acto inconsciente, le pegó con el codo, empujándole hacia adelante y haciendo que tropezara con las telas de su vestido. La copa ascendió por los aires, y, de todas las personas a las que pudo importunar con su contenido, fue a parar sobre las ropas, cabello y corona de la agraciada princesa...

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