5. Basta de súplicas

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Es raro estar con Emilio Marcos en el departamento. Parece un sitio muy pequeño para él, ya había estado aquí en otras ocasiones, pero creo que no ha visitado todo el departamento.

Sigo molesto con él, sus ganas de controlar todo no tiene límites, y ahora me doy cuenta que es así como supo que los correos de SIP son monitorizados. Es muy probable que sepa más de SIP que yo. Es increíble, lo que hace el dinero y la sobreprotección, ¿o solo es controlador?

No, creo que es sobreprotección.

Lo observo mientras se pasea por la sala como si nunca hubiera estado aquí. Él echa un vistazo por todas partes, examinando todo.

- Es bonito, nunca te lo dije – dice.

- Mmm, no, creo que no me lo habías dicho.

- ¿Hace cuánto vives aquí?

- Hace mucho... Mi papá fue el arquitecto de este edificio, y compro este departamento para mí cuando se enteró que estudiaría en Seattle. – Le contesto – Ya sabes, para él, el que su cachorro viviera en otra ciudad era algo muy delicado, por lo que insistió con este sitio y no pude negarme.

Asiente distraído.

- ¿Quieres tomar algo? – susurro.

- No, gracias.

Su mirada se oscurece.

- ¿Qué te gustaría hacer, Joaquín? – pregunta mientras camina hacia mí – Yo sé lo que quiero hacer, pero solo haremos lo que tú quieras, nene – añade en voz baja.

Doy un paso hacia atrás y choco contra la barra de mármol de la cocina.

- Sigo molesto contigo.

- Lo sé – susurra.

Me sonríe como disculpándose y me parece tan tierno... Diablos, es tan difícil enojarse con él cuando está así.

- ¿Te provoca comer algo? – pregunto.

Él asiente despacio.

- Sí, a ti – murmura.

Mi cuerpo se tensa. Está delante de mí, sin llegar a tocarme. Baja la vista un poco, me mira a los ojos y mi aroma se vuelve un poco más fuerte al igual que el de Emilio.

- ¿Comiste hoy? – pregunta, cambiando de tema.

- Sí, un sándwich al mediodía – murmuro.

Entorna los ojos.

- Tienes que comer más, Joaquín.

- Bueno, la verdad es que por ahora no tengo hambre... al menos no de comida – le digo, recorriéndolo con la mirada.

- ¿Y de qué tiene hambre, joven Bondoni? – pregunta con ceja alzada - ¿Hay algo que yo le pueda ofrecer?

Lo miro de arriba abajo nuevamente.

- Creo que ya lo sabe, señor Marcos.

Se inclina y creo que me va a besar, pero no lo hace.

- ¿Quieres que te bese, Joaquín? – me susurra bajito al oído.

- Sí – digo y ahogo un jadeo.

- ¿Dónde?

- Por todas partes – le contesto, mordiéndome el labio.

- Vas a tener que ser muy específico. Ya te dije que no pienso tocarte hasta que me supliques y me digas exactamente qué es lo que debo hacer.

Mi alfa y sus sombras más oscuras (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora