28. Presentimiento

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Abro a regañadientes mis párpados pesados y una brillante luz inunda la habitación, iluminándola. Dejo escapar un gruñido. Me siento aturdido. Me duele todo, las piernas y los brazos, y Emilio me tiene agarrado otra vez como si fuera su osito de peluche.

Quizá debería de comprarle uno... no, mejor que me abrace a mí.

Debe de ser un poco más de las cinco, aunque el despertador aún no ha sonado, así que me imagino que no es tan tarde... es raro por que hay mucha luz para ser tan temprano.

Frunzo el ceño.

Un momento eso es muy extraño. Me trato de liberar del fuerte agarre de Emi para ver la hora, me doy la vuelta en sus brazos, y él balbucea algo que no logro entender, al parecer sigue dormido.

Miro el reloj: las ocho y cuarenta y cinco. ¡Mierda!

Voy a llegar tarde, muy tarde. Maldita sea. Salgo dando tumbos de la cama y corro al baño. Tardo cuatro minutos en ducharme y volver a salir.

Emilio está sentado en la cama, mirándome con gesto de diversión mal disimulada mezclada con cautela, mientras yo sigo secándome y cogiendo la ropa sin prestar mucha atención. Quizá esté esperando mi reacción por todo lo que sucedió en la noche y madrugada. Y aunque me gustaría sentarme a hablar con él, no puedo, no tengo tiempo.

Repaso la ropa elegida: pantalones negros, camisa negra... ok, parece que estoy por ir a un entierro, pero ahora no puedo perder ni un segundo eligiendo un estilo diferente. Rápidamente me pongo un bóxer negro, consciente de que él observa todos mis movimientos. Me imagino que debe de estar viendo lo pequeño que me queda el bóxer, ¿por qué todos son tan entallados? Debería de buscar otros modelos... claro, en otro momento.

- Estás precioso, nene – ronronea Emilio desde la cama - ¿Sabes?, podrías llamar a la oficina y decir que estás enfermo.

Me regala una sonrisa lasciva que provoca que piense en esa sugerente propuesta... ¡no! No puedo.

- ¿En serio? ¿Serías mi enfermero personal? – pregunto con picardía, sin poder evitarlo.

Sí, él no es el único que puede jugar de esa forma.

Se muerde el labio, y yo continúo vistiéndome.

- Me tendrías atado a tu cama, cariño – dice con voz ronca – O de la forma que quisieras.

Suelto una risa nerviosa.

- Eres imposible, amor... Lamentablemente, no me puedo quedar, yo no soy presidente y dueño de una mega empresa con una sonrisa preciosa que tiene la oportunidad de entrar y salir cuando quiere – murmuro.

- Bueno, sí, me gusta entrar y salir cuando quiero.

Esboza una sonrisa aún más grande.

Oh. Él lo ha dicho en doble sentido.

- ¡Emi! – le riño - Tienes pensamientos muy sucios, ¿lo sabías? - Le tiro la toalla, y él se echa a reír.

- Ay, nene, ni te imaginas... Y no me puedes culpar. Estás tan precioso que se me vienen varias ideas a la cabeza... y sí, son pensamientos sucios, muy sucios – dice divertido.

Niego con la cabeza.

Me pongo el reloj.

- Bueno, y si a eso le sumas tu sonrisa – digo sin pensarlo. Levanto la mirada y él arquea una ceja.

- Ah, claro, tengo una sonrisa preciosa, ¿no?

- Por supuesto, y ya sabes el efecto que tiene en mí – susurro.

Mi alfa y sus sombras más oscuras (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora