2. Solo contigo

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Al llegar a Portland, la tarde es fría y clara, las luces de la ciudad brillan y parpadean para darnos la bienvenida, mientras Emilio aterriza en el helipuerto. Estamos en lo alto del mismo edificio de Portland, del que partimos por primera vez hace menos de tres semanas.

Parece que hubiera pasado más tiempo, ya que siento que conozco a Emilio de toda la vida, supongo que se debe a que somos destinados. Bueno, no puedo decir que lo conozco realmente, pero si siento como si él hubiera formado parte de mi vida desde hace mucho tiempo. Emilio maniobra para detener el Chulo Danzón, y finalmente las hélices se detienen. Se desata el arnés y se inclina para desabrocharme el mío.

- ¿Ha tenido buen viaje, joven Bondoni? – pregunta con voz amable.

- Sí, gracias, señor Marcos – contesto.

- Bueno, es hora de ver las fotos del beta.

Me tiende la mano, coge la mía y bajo del Chulo Danzón.

Un hombre de pelo canoso con barba se acerca para recibirnos con una enorme sonrisa. Lo reconozco, es el mismo señor de la vez pasada.

- José.

Emilio sonríe y me suelta la mano para estrechar la del hombre.

- Vigílalo para Stephan. Llegará a las ocho o las nueve aproximadamente.

- Eso haré, señor Marcos. Señor – dice, y me hace un gesto con la cabeza – El carro los espera abajo, señor. Ah, y el ascensor está malogrado, tendrán que bajar por las escaleras.

- Gracias, José.

Emilio me coge de la mano, y vamos hacia las escaleras de emergencia.

- Con esos botines tienes suerte de que solo haya tres pisos – dice con tono de reproche.

No me digas, no me había dado cuenta.

- ¿No te gustan?

- Me gustan mucho, Joaquín. – Creo que quiere añadir algo, pero se calla – Ven. Iremos despacio para que no te canses. Tampoco quiere que te caigas y te rompas la cabeza.

Permanecemos sentados en silencio mientras nuestro chófer nos conduce a la galería. Emilio está callado y pensativo, creo que hay algo que lo inquieta. La atmósfera relajada que había entre nosotros ha desaparecido. Tenemos que hablar de tantas cosas, pero el trayecto es demasiado corto. Emilio mira por la ventanilla, concentrado en la nada.

- Leo es solo un amigo, lo sabes, ¿no? – murmuro.

Emilio se voltea y me mira, pero sus ojos oscuros no tienen ninguna expresión. Al ver sus labios, mi piel empieza arder y es que los recuerdo sobre mí. Él se mueve incomodo en el asiento y frunce el ceño.

- Tienes unos ojos precios, pero ahora se ven demasiado grandes para tu cara, Joaquín. Has adelgazado mucho en tan poco tiempo. No es saludable. Por favor, dime que comerás.

Suspiro.

- Sí, Emilio, comeré.

- Lo digo en serio... No quiero que te pase nada.

- Mmm... Deje de hacerlo, porque no tenía ganas de nada – confieso.

A veces Emilio es muy cínico... Por él tuve que pasar por todo esto, por sus raras necesidades, por la falta de querer un compromiso real. Bueno, es cierto que al final yo decidí quedarme ese sábado, quise saber hasta dónde éramos capaces de llegar y conocí mi límite. Fue algo de los dos, él lo hizo, pero yo se lo permití. Me pude ir en cuánto me quiso llevar al cuarto rojo, pero no lo hice. Quise darle una oportunidad. Quise saber hasta donde él era capaz de llegar.

Mi alfa y sus sombras más oscuras (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora