6. Sabor a vainilla

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Cuando recobro la cordura, abro los ojos y alzo la mirada buscando a mi destinado. Él se aparta de mi cuello. Emilio tiene una expresión muy tierna. Frota su nariz contra la mía, se apoya en los codos, y tomando mis manos entre las suyas, las coloca junto a mi cabeza. Creo que lo hace para evitar que lo toque. Lo entiendo, no puedo ir tan deprisa. Me besa los labios mientras sale de mí.

- Había extrañado esto – dice en voz baja.

- Yo también – susurro.

Me coge de la barbilla y me besa con fuerza. Un beso apasionado y suplicante, ¿qué me quiere pedir? No estoy seguro.

- No vuelvas a dejarme – me implora, mirándome con seriedad – Por favor, Joaquín.

- No lo haré – murmuro, y le sonrío. Me responde con una gran sonrisa, ya se encuentra aliviado – Gracias por el iPod y por las otras cosas.

- No son necesarias, Joaquín... Te daría cualquier cosa.

- Prefiero tenerte a ti, Emi – susurro.

Le acaricio la mejilla y él cierra los ojos durante un instante.

- ¿Cuál es tu canción favorita de todas las que hay?

- Eso sería darte demasiada información. – Sonríe – No sea tan curioso, Bondoni. Ve, prepárame algo de comer, omega, me muero de hambre – añade, incorporándose de la cama y arrastrándome con él.

- ¿Omega? No me gusta cómo lo dices – digo y me cruzo de brazos.

- ¿Omega precioso? – pregunta con una gran sonrisa – Comida, ahora, por favor.

Entrecierro un poco los ojos y él me sigue sonriendo.

¿Cómo le digo que no a esa linda sonrisa?

- Creo que tienes razón – digo.

- ¿En qué? – arquea una ceja – Bueno, siempre tengo razón.

Me río.

- Sí, claro... Tienes razón cuando dices que soy precioso – le digo bromeando.

Me mira y niega con la cabeza.

Dirige su mano a mi cadera y la acaricia, causándome un cosquilleo.

- Eres más que precioso, Joaquín – susurra en mi oído y deja un beso en mi mejilla – Ahora, comida, por favor. Estás muy flaco.

Evito poner los ojos en blanco. Rompió el momento cursi.

- Está bien, solo porque me lo pides con tanta amabilidad. Y si tú cocinas, comeremos mañana – le digo y me río de él.

Al levantarme rápidamente de la cama siento una ligera molestia que ignoro, la almohada se mueve y aparece debajo el globo desinflado del helicóptero. Emilio lo coge y me mira.

- Ese es mi globo – digo mientras cojo mi bata y me la pongo.

Genial, ya lo descubrió. ¿Por qué tuvo que encontrarlo?

- ¿En tu cama? – pregunta.

- Sí – murmuro y suspiro – Necesitaba algo tuyo, la verdad... Me hizo compañía.

Me mira, abre la boca, pero se detiene. Mueve la cabeza y mira nuevamente el globo.

Creo que está meditando algo, no está seguro si decirme algo o no. Finalmente, abre la boca.

Mi alfa y sus sombras más oscuras (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora