33. Admirar la vista

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Emilio sigue conduciendo junto a unas casas de madera de planta baja bien conservadas, donde se ve a niños jugando a baloncesto en los patios y recorriendo las calles en bicicleta. Las casas están rodeadas de árboles y todo tiene un aspecto próspero y tranquilo. Muy doméstico. Muy familiar... Quizá vayamos a visitar a alguien. Pero, ¿a quién? ¿Sus abuelos? Porque sus padres no viven por aquí...

Al cabo de unos minutos, Emilio da un giro cerrado a la izquierda y nos detenemos frente a dos rejas muy vistosas blancas de metal, enclavadas en un muro de piedra de unos dos metros de alto. Emilio aprieta un botón de su manija y una pantallita eléctrica desciende con un leve zumbido en el lateral de su puerta. Pulsa un número en el panel y las rejas se abren dejándonos pasar.

Él me mira de reojo y su expresión ha cambiado. Parece indeciso, nervioso incluso. ¿Por qué está así?

- ¿En dónde estamos? ¿Qué es esto? – pregunto, sin poder disimular mi confusión e inquietud.

- Una idea – dice en voz baja, y el Saab atraviesa la entrada.

Subimos por un sendero bordeado de árboles, con suficiente espacio para dos carros o quizá tres. A un lado los árboles rodean una zona boscosa, y al otro se extiende un terreno hermoso que tiene algunos cultivos, llenos de flores. Es una imagen muy bonita, parece sacado de alguna novela o película. La verdad es que me puedo imaginar a Emi y a mí sentados en ese prado en un día de picnic.

El sendero continúa pasando por una curva y se abre camino a un amplio camino de entrada frente a una impresionante casa, de estilo mediterráneo, construida en piedra de una tonalidad rosácea. Definitivamente, es una mansión hermosa. Todas las luces están encendidas. Hay un BMW negro estacionado frente a un garaje de cuatro estacionamientos, pero Emilio se detiene junto al grandiosa entrada.

En serio, ¿quién vive aquí? Y ¿por qué hemos venido?

Emilio me mira ansioso mientras apaga el motor del carro.

- ¿Me prometes mantener una actitud abierta? – pregunta.

- Emi... me parece que siempre la he tenido o al menos lo he intentado.

- Buen punto, nene. Vamos.

Las puertas de madera oscura se abren, y en el umbral nos espera una mujer de pelo castaño oscuro y un traje ceñido de color lila. Mmm, creo que es una omega... su aroma es un poco dulzón.

Me mira de arriba abajo, y eso me confunde. Hasta donde sé elegí un buen conjunto: pantalón azul marino muy entallado, quizá demasiado y una camisa de manga corta de color blanco. Así que no entiendo por qué me mira de esa forma, pero no me importa.

- Señor Marcos – lo saluda con una cálida sonrisa, y le estrecha la mano.

- Señorita Kelly – responde él cortésmente.

Ella me sonríe y me tiende la mano. Se la estrecho, y me doy cuenta de que se ruboriza, con una expresión un poco embobada. Okey, no sé qué le pasa.

- Olga Kelly – se presenta.

- Joaquín Bondoni – respondo.

Tengo tantas dudas. ¿Quién es ella? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿En dónde estamos?

Se hace a un lado para dejarnos pasar a la casa y al entrar, me quedo estupefacto: está vacío... completamente vacío. Estamos en un vestíbulo inmenso. Las paredes son de un amarrillo tenue y conservan las marcas de los cuadros que debían de estar colgados de allí. Lo único que queda son unas lámparas de cristal de diseño clásico. Los suelos son de madera noble descolorida. Las puertas que tenemos a los lados están cerradas, pero Emilio no me da tiempo de asimilar lo qué está pasando o de preguntarle.

Mi alfa y sus sombras más oscuras (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora