CAPÍTULO 1

440 36 3
                                    



Jamás me doblegaría ante esos codiciosos de la policía militar. De eso podía estar segura.

Su poder les permitía aprovecharse de las situaciones conflictivas aquí abajo, en la ciudad subterránea, para mantenerse siempre en la cima, pero en determinadas ocasiones, como al toparse con grandes multitudes y escándalos, bajaban la cabeza para no armar más jaleo y procuraban calmar los ánimos antes de que las peleas multitudinarias de esta ciudad deplorable se les fueran de las manos y acabaran convirtiéndose en persecuciones contra ellos.

Yo ya estaba harta de la corrupción del cuerpo y de sus pocos disimulos al respecto. Tenía la certeza amarga de que los habitantes de la ciudad subterránea éramos prisioneros aquí abajo, o más bien ratas en celdas. Al fin y al cabo así nos trataban.

Entre nosotros, una afortunada minoría creía mantener unos privilegios a base de aprovecharse de los demás, ¿pero eso significaba que eran realmente poderosos o tan solo unos peones más bajo el mando de la policía militar?, ¿y esa posición aventajada cuánto duraba exactamente? Porque aquí abajo, por más que trataras de conservar un puesto alto, lo normal era que te acabaran destruyendo tus enemigos o incluso traicionándote los compañeros. El poder iba y venía. Para quien no tuviera mucho que perder supongo que eso resultaba apetecible y por ello valía la pena arriesgarse, pero para aquellos que debían mantener una familia o simplemente seguir llevando el pan a casa, es decir, la gran mayoría, la vida subterránea era tan solo supervivencia básica y por tanto resignación dócil.

Por lo que a mí respecta, me habría gustado no sentir ningún tipo de pavor al pensar en las posibles represalias de la policía militar si me saltaba alguna de sus normas. Me habría gustado no sentir miedo, pero lo cierto es que el terror habitaba cada gota de mi sangre cuando las incumplía por necesidad.

Pese a todo, debía seguir saltándomelas. Aquello no era fruto de una elección egoísta ni me he considerado nunca una adicta a la adrenalina, pero debía pensar en mi propio bienestar y en el de mi abuelo. Nuestra supervivencia era mi obligación. El miedo me despertaba: fallar significaba faltarle a él. Había comprendido hacía tiempo que no existía camino en los subterráneos que evitase la criminalidad.

Moverse por la ciudad resultaba siempre agotador y el temor estaba a la orden del día, pero si eras lo suficientemente listo aprendías a vivir un poco mejor saltándote las normas. A mí me gustaba pensar que entre tantas ratas con cadenas, yo era el escarabajo que se escabullía entre el metal.

                                                                                           * * *

—Jade, por fin llegas. Pensaba que esta noche ya no vendrías, con lo maniática que eres con la puntualidad...

Enzo me dedicó una afable sonrisa y me indicó que entrara a la bodega.

Él siempre nos había ayudado a mi abuelo y a mí a pesar de las circunstancias. Tendría unos cincuenta años, poseía un almacén de abastecimiento y gracias a su posición de propietario podía hacer algo más que solo subsistir. Le gustaba coleccionar cosas de fuera desde hacía ya tiempo. Su filosofía de vida se resumía en algo así como: «Si yo no puedo salir a la superficie, las cosas de la superficie vendrán a mí».

Enzo era la persona más sofisticada que yo conocía, aunque pensándolo detenidamente, en el subterráneo no es que existiera la posibilidad de conocer a demasiada gente refinada. A mí me parecía terriblemente elegante el simple hecho de que él se llamara a sí mismo 'catador de buen vino' y tuviera el privilegio de atesorar varios barriles de licor en aquella despensa suya, sin olvidar el detalle de que siempre había sido un gran apasionado de la literatura. Sabía leer, escribir perfectamente y, además, tenía el insólito pasatiempo de coleccionar reliquias del exterior.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora