CAPÍTULO 15

129 16 6
                                    

Durante aquella última tarea no hubo altercados entre el pelinegro y yo, dificultades en cuanto a la misión ni tampoco robos de objetivo. Cada trabajo me hacía sentir la victoria más cerca que nunca porque cada misión me orillaba a poder palpar las texturas de la superficie con mis propias manos.

Habían pasado unos cuantos días desde nuestra última tarea y Enzo ya había ordenado que nos reuniéramos cuanto antes para hablar de nuestro próximo encargo, por lo que mis dos compañeros y yo acudimos a él en cuanto pudimos. Lo que el rubio nos ordenó aquel día fue muy diferente a todas las otras misiones que habíamos realizado hasta el momento. El nuevo trabajo requería varios días para poder completarse y debíamos viajar en carro hasta la otra punta de la ciudad subterránea. Una vez allí, también nos hospedaríamos en algún hostal. Nuestro objetivo era buscar el paradero de un hombre al que Enzo conocía pero al que le había perdido la pista hacía tiempo para interrogarlo acerca de varios chanchullos relacionados con el subsuelo y el precio del peaje de las escaleras. Más tarde, mi compañero vendería la información que lográramos sonsacarle a aquel varón por una gran suma de dinero.

Las preocupaciones pronto se agolparon en mi mente. Tenía que dejar todo preparado para mi abuelo antes de marcharme. Iba a estar fuera un par de días y, al fin y al cabo, él dependía de mí. Nunca habíamos estado separados tanto tiempo y hacía años que él no se cuidaba solo, de tal modo que me encargué de preparar varias fiambreras con las que pudiera alimentarse mientras yo no estuviera en casa. Desde luego, mis platos no eran en absoluto sabrosos. Aparte del afilado de cuchillos, nunca he tenido mucha mano para todo aquello relacionado con la cocina. De todos modos, que yo nos alimentara seguía siendo nuestra mejor opción: la última vez que mi abuelo había intentado guisar algo, por poco incendió el salón entero. Entre quemar nuestra casa o carbonizar los alimentos, prefería la comida calcinada.

Dejé los recipientes en la encimera de la cocina y me volví hacia el abuelo. Era de noche y le costaba horrores no cerrar los párpados, sentado frente a la mesita de nuestro salón. Enseguida lo acompañé hasta su habitación y lo arropé entre las sábanas de su cama. El silencio formaba parte de nuestro bonito ritual de buenas noches. En cuanto cerró los ojos, le di un beso en la frente como despedida. Después abandoné su dormitorio, recogí mi mochila y emprendí la marcha hacia el lugar donde había quedado para partir.

Farlan, Levi y yo viajamos en carro durante largas horas hasta llegar al otro lado de la ciudad subterránea. Vestíamos ropa tremendamente informal para no llamar la atención y llevábamos poco equipaje. Incluso yo había optado por llevar falda en lugar de mis habituales pantalones negros. El viaje me indujo el sueño y opté por dar una corta cabezada durante el trayecto. Una vez en tierra, nos dirigimos hacia el hostal que nos había recomendado Enzo para poder pasar allí lo que quedaba de noche. La tenue luz de las farolas dibujaba los bajos y sucios edificios a ese lado de la ciudad. Anduvimos un rato hasta plantarnos frente a la que supusimos que sería la entrada de la posada.

Farlan me tendió las hojas de papel donde Enzo nos había escrito las notas que nos ayudarían durante nuestro viaje, yo era la que mejor leía de los tres. Sostuve los folios sobre mis manos.

—Mesón Keller —deletreé en voz alta. Alcé la mirada hacia el cartel que adornaba el pórtico de aquel local para comprobar que se tratara del lugar que nos había sugerido nuestro compañero—. Hemos llegado.

Levi se adelantó y abrió la puerta del hostal con elegancia para que pasáramos Farlan y yo. Las paredes de aquel sitio eran oscuras y los pasillos estrechos así que pronto nos topamos con uno de los empleados, que nos dirigió hacia nuestras respectivas habitaciones en silencio absoluto. Farlan y Levi dormirían en el mismo dormitorio y yo en una estancia separada. Cortesía del local por el hecho de ser mujer y necesitar mayor intimidad, me habían dicho. Iluminado por la luz de los pasillos, el empleado encendió una cerilla cubriendo la llama con la mano cuando abrió la puerta de mi habitación. El dormitorio de mis compañeros se encontraba justo enfrente del mío.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora