CAPÍTULO 19

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Mi abuelo permanecía sentado en una de las sillas de la planta de abajo mientras yo me mantenía de pie tratando de arreglarle el cabello. Su mirada y la mía se encontraban a través del reflejo de las ventanas del salón.

—¿Así está suficientemente corto? —pregunté mientras estiraba uno de sus nevados mechones para que pudiera apreciar la longitud.

—Se me hace cómodo, sí —respondió agradecido.

—Está bien.

Asentí y después dejé las tijeras sobre la mesa de madera a mi izquierda. Enseguida comencé a cepillarle el cabello de la manera en que a él le gustaba.

—¿Qué tal tu compañero? —me preguntó con curiosidad.

Hacía unos cuantos días yo le había contado a mi abuelo que uno de los chicos que trabajaban conmigo estaba en reposo debido a unas heridas.

—Está mejorando muy rápidamente —contesté.

—¡Eso es maravilloso! —celebró.

Entonces le retiré la toalla que le había colocado sobre los hombros para no llenarlo de los mechones cortados durante nuestra aficionada sesión de peluquería.

—Ya hemos terminado —indiqué.

Él se levantó para mirarse en el reflejo del tragaluz frente a nosotros y yo guardé los útiles en uno de los cajones de la cocina. Después agarré la escoba y comencé a barrer los cabellos cortados que yacían sobre el suelo.

—Me encanta, tesoro —me aseguró feliz—. Gracias una vez más.

—Estás muy guapo, nano —dije a través del cristal.

—A esta edad se hace lo que se puede... —murmuró encogiéndose de hombros.

* * *

Los días pasaron deprisa y sin inconvenientes. Deseaba volver pronto a mi rutina de misiones, pero antes también quería dejar atadas algunas cosas pendientes. Al fin había llegado el tan ansiado fin de semana y, con él, un encuentro pactado con Ben, de modo que aquella noche acudí a la taberna de los Müller para intentar hablar las cosas nuevamente con mi viejo amigo. Me habría gustado contar también con la presencia de Gala, pero ella no iba a poder asistir a nuestra reunión por algún chanchullo del subsuelo.

Había quedado con Ben en que nos veríamos en una de las esquinas de la avenida principal de su barrio. Yo llegué puntual, como siempre, y al cabo de un rato mi amigo también apareció.

—Jade —me saludó con seriedad.

—Ben —respondí, correspondiendo a las formas.

Después echamos a andar hasta llegar a nuestra taberna predilecta. No hablamos demasiado durante el trayecto, pero me alegró saber que su hermano seguía estable y que a Gala y él les iba bien económicamente. Al entrar en el bar de los Müller, llamamos la atención de manera inevitable: hacía tiempo que no nos dejábamos caer por allí, la gente lo había notado y comenzaron a llovernos las preguntas, y por consiguiente, las invitaciones.

—¡Una ronda para estos muchachos! —aullaba la dueña del local—. ¡Invita la casa, a ver si aparecen más a menudo a partir de ahora!

Y, así, entre jarras de cerveza y ambiente familiar, Ben y yo intentamos resolver nuestros conflictos.

—Lamento haber hablado así de Enzo y sus esperanzas —se disculpó Ben en cuanto tuvo la ocasión—. Debe de ser difícil lanzarse a por todas con un proyecto así. Hablé en caliente porque me tomaste desprevenido y actué mal.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora