CAPÍTULO 11

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Nuestro objetivo era sencillo. Debíamos robar un medicamento específico que iba destinado a unos cuantos privilegiados de la ciudad subterránea y servía para contrarrestar la carencia de vitamina D por la falta de sol. Era una mercancía envuelta en discreción y misterio, pues los altos cargos de Paradis siempre hacían todo lo posible por que su corrupción y favoritismos no salieran a la luz. Los privilegiados del subsuelo que iban a recibir los lotes eran nada más y nada menos que personas lo suficientemente acomodadas como para poder acceder a tales servicios pagando una elevada suma de dinero. Enzo nos había asegurado que después de que nosotros consiguiéramos los cargamentos necesarios, él revendría las medicinas en el mercado negro a un precio más alto y podría obtener un benificio mucho mayor a costa de los mismos individuos. Todos contábamos con que aquellos que en un principio habían querido aprovecharse injustamente de su posición, estarían dispuestos a pagar un precio un poco más alto por los medicamentos con tal de que la información confidencial no fuera revelada. Además, todo aquel embrollo estaba relacionado con su salud, y aquí abajo ni el más pudiente se libraba de caer enfermo. Lo más sensato era que quisieran asegurar su vigor y lozanía. Una vez los signos del debilitamiento óseo se manifestaban, ya era demasiado tarde para administrar una dosis. Así de letales eran nuestras catacumbas.

Me incliné frente al vacío de uno de los edificios de la ciudad subterránea y comencé a abrocharme la capa de color negro tizón que nos había entregado Enzo. Aquel regalo nos serviría para pasar desapercibidos durante nuestra tarea. Allí, frente a unos cuantos callejones que permanecían serenos, el subterráneo casi me pareció inofensivo. Lástima que tuviéramos que acabar con aquella supuesta calma tan pronto. Me dije a mí misma que todo saldría bien y me coloqué la capucha sobre la cabeza.

—Jade —me llamó entonces Farlan, que estaba esperando junto a Levi la llegada del carro que anunciaba nuestra puesta en acción—, es el momento.

Metí las manos en el bolsillo de mis pantalones y caminé por la azotea hasta llegar a ellos. No quise mirarlos directamente. Todavía no estaba preparada para intercambiar miradas, sobre todo con Levi. Le había prometido a Enzo que me mantendría indiferente, pero el solo hecho de pensar en esos ojos metálicos contemplándome hacía que me hirviera la sangre. Los tres escudriñamos detenidamente una carreta repleta de cajas que se dirigía hacia una calle cercana a nuestra posición. Tal y como había previsto Enzo, el vehículo se detuvo frente a la puerta de un gran almacén. Esa era nuestra señal.

Accioné el equipo de maniobras y, procurando no ser vista, me impulsé con el gas hasta llegar al tejado paralelo al edificio que vigilábamos. Tras aterrizar, comprobé que tanto Levi como Farlan hubieran llegado bien a sus respectivos destinos. El pelinegro se había colocado en la azotea de mi derecha y el castaño en la de mi izquierda. Farlan se mantenía alerta, escudriñando el horizonte con el cuerpo tenso. Por el contrario, Levi permanecía impasible, igual de sombrío que siempre, con una expresión verdaderamente inquebrantable. En cuanto a mí, mantener la calma tampoco me suponía un problema, claro que era evidente que me encontraba expectante ante cualquier amenaza.

Agudicé el oído. De la carreta acababan de descender varios hombres. En total eran ocho.

—¿Y dices que dos cargamentos van para la parte Oeste? —inquirió uno de ellos.

—Sí, a tres de las familias que se encargan de organizar los mercados y ceden las carpas —respondió otro.

Un segundo después, la mitad de aquellos hombres entraron al almacén frente al que se habían detenido. Visualicé bajo nuestros pies a los otros cuatro varones restantes y distinguí que uno de ellos continuaba sentado en el asiento delantero del carro. El plan era sencillo, o eso nos había asegurado Enzo. No debíamos tener ningún tipo de problema. Nuestro primer paso era ahuyentar a los vigilantes y tomar la carreta. Después conduciríamos el cargamento hasta llegar a una zona segura y almacenaríamos las medicinas en la bodega de Enzo, a buen recaudo. En teoría, todo parecía sencillo.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora