CAPÍTULO 23

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Mientras Kenny el Destripador mantenía su cuchillo contra mi cuello, mi mente buscaba frenéticamente una solución. El miedo me embargaba todas las partes del cuerpo, pero no podía permitir que me dominara por completo. Respiré profundamente, tratando de mantener la calma y analizar la situación. Era evidente que estaba en desventaja física pero no podía rendirme sin más. Observé detenidamente al asesino, tratando de encontrar alguna señal de debilidad o distracción en su rostro. Mi instinto me decía que debía actuar rápido, antes de que él pudiera tomar cualquier iniciativa, pero no sabía por dónde empezar. A mi lado, Kenny me observaba con una mezcla de interés y desdén. Sus ojos fríos y penetrantes parecían ver a través de mí, como si conocieran cada uno de mis secretos.

—Niña, ¿es que no guardas la costumbre de saludar a viejos amigos? —me espetó de pronto. Yo no fui capaz de articular palabra alguna—. ¿Acaso se te ha comido la lengua el gato?

Lo cierto era que estaba incapacitada para hablar. No podía y tampoco sabía exactamente qué decir, así que permanecer en silencio me pareció, en el momento, la opción más sensata. Al fin y al cabo, ¿qué podía responderle yo al asesino más grande de la capital? Sentí un deseo incontrolable de alejarme de allí lo antes posible y perderlo de vista para siempre.

Sin embargo, debía aceptar la infame situación en la que me encontraba. La angustia se apoderó de mí mientras trataba de mantener la calma y evaluar mis opciones. Mi mente se aceleró tratando de recordar cualquier detalle que pudiera ayudarme a sobrevivir durante aquel encuentro. Pese a su pretendida simpatía, sabía perfectamente que debía procurar mantenerme alerta. Después de todo, encontrarme de frente a Kenny el Destripador era mucho peor que huir de la policía militar.

Mientras luchaba por encontrar una salida, él se acercó lentamente hacia mí, mientras sus ojos oscuros se clavaban en los míos con ferocidad. Su sonrisa siniestra y sus gestos amenazantes me recordaron las historias que había escuchado en la ciudad subterránea sobre sus violentos crímenes. Por si cabía algún atisbo de duda en mi cuerpo, aquel hombre me demostró una vez más que no se trataba de una simple leyenda para espantar críos.

—Vamos, mocosa, no tienes que temerme. Solo estoy de paso. —Su voz ronca resonó en el aire cargado de tensión.

Tragué saliva, sin apartar la mirada de sus ojos penetrantes y entonces me di cuenta de que no había escapatoria, al menos no en ese momento, por lo que debía encontrar la manera de ganar tiempo y buscar ayuda cuanto antes. Respiré hondo e intenté sonar segura.

—Lo siento —murmuré tratando de recobrar la poca compostura que me quedaba—. Has aparecido muy de repente. Supongo que ha pasado un tiempo desde la última vez.

Kenny alzó una ceja, aparentemente intrigado por mi respuesta. Sé que mi voz sonaba demasiado mecánica, demasiado fría. Pese a todo, él no esperaba que yo intentara entablar una conversación. Tal vez podía seguir utilizando eso a mi favor.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó con curiosidad, y me pareció captar que el matiz de su voz se había suavizado ligeramente.

—Solo estoy de visita —respondí lentamente. Procuraba no mentir, tan solo ocultar la verdad—. He pasado por el mercado y ahora me voy a...

Sin apartar su mirada de la mía, me interrumpió con un tono de advertencia:

—No me mientas. Veo que has conseguido escapar de una horda de policías militares. De todas formas, no deberías subestimar a tus perseguidores, mocosa —ahora hablaba esbozando una sonrisa socarrona llena de malicia—. Sé perfectamente en qué chanchullos estás metida. Me pregunto si realmente confías en la gente con la que trabajas.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora