CAPÍTULO 10

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Gala se pasó media hora riendo en cuanto terminé de contarle la historia.

—¡Menudos imbéciles! —me dijo mientras caminábamos hacia el barrio de Ben—. ¡Cuánto odio a los hombres!

Unos cuantos días atrás decidí que debía contarles cuanto antes a mis amigos que había conocido a Farlan, el hombre que le había dado la oportunidad de mantener un trabajo estable al hermano de Ben, pero quise esperar a que tanto Gala como él estuvieran presentes.

—Son repugnantes —respondí yo.

—Creo que no pueden evitar infravalorarnos.

—Por eso a menudo su pensamiento juega a nuestro favor —añadí—. Suelen subestimar cómo se desenvuelve una mujer armada.

Gala asintió enérgicamente y puntualizó entre risas mientras me guiñaba un ojo:

—Mejor dicho, suelen subestimar cómo se desenvuelve Jade empuñando una taza de té.

Aquella tarde, mis amigos y yo decidimos encontrarnos en la taberna favorita de Ben. Él conocía a los dueños del local y a menudo era invitado a todo tipo de bebidas y manjares. No me extrañó en absoluto, el castaño resultaba ser una persona realmente entrañable y se hacía querer fácilmente.

Los pobres de su barrio y los dueños de negocios pequeños como aquel al que íbamos a asistir aquella noche permanecían unidos a pesar de las circunstancias porque se ayudaban los unos a los otros siempre que podían. Habían tejido una red de apoyo basada en la necesidad. A menudo deseaba que toda la ciudad subterránea apreciara ese ejemplo de confraternidad entre vecinos. Tanto Gala como Ben y yo éramos queridos en varios de esos negocios, incluso contábamos con algunos aliados. Algo bastante sorprendente al tener en cuenta que, en general, la gente se centraba en sí misma en la ciudad subterránea. En realidad, si me ponía a pensarlo, todos éramos bastante egoístas precisamente porque eso también era lo más inteligente. Jamás me habría atrevido a culpar a nadie por ello porque de ser así también me habría estado acusando a mí misma. Uno debe priorizar su bienestar y el de su gente más cercana. Aun así, en algunas ocasiones no podía evitar pensar que si las ratas del subsuelo hubiéramos aprendido a juntar fuerzas mucho antes, quizá habríamos corrido otra suerte. Supongo que Enzo empezaba a hacer efecto en mí con su dialéctica tan elaborada. Su monólogo había empezado a calar incluso el alma de una loba solitaria como yo.

—¡Erika, otra ronda de cervezas más! —rogó Ben tras acabarse la jarra de un solo trago y dejarla sobre la mesa.

—¡Marchando! —accedió la dueña del local alzando el pulgar.

A aquella hora, el bar comenzaba a llenarse de vida. Hecha completamente de hormigón y con el símbolo de una media luna sobre su puerta, la taberna del matrimonio Müller animaba todas y cada una de las noches del subterráneo a ese lado de la ciudad. Había un grupito de personas en particular que bailaban al compás de una guitarra que estaba tocando el hijo de la pareja gerente.

Ben ya se había tomado dos cervezas cuando yo ni siquiera había terminado mi primera jarra y ahora él acababa de pedir la tercera ronda. Hice una mueca y Gala estalló en carcajadas. Mi amigo me animó a terminarme la bebida de un solo sorbo, tal y como él había hecho.

—No sé si me apetece acabar como tú esta noche —repuse alzando levemente las comisuras de los labios.

—¡Yo no le veo ningún inconveniente! —exclamó Gala alzando su jarra para después pegarle un buen trago.

—La verdad es que siento tener que ser esa persona, pero en realidad quería contaros algo hoy —confesé—. Espero que el alcohol todavía no haya deteriorado vuestras neuronas irreparablemente.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora