CAPÍTULO 25

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Tras los terribles acontecimientos, finalmente llegamos al almacén de Enzo. Regresar a nuestro lugar de reuniones casi se sintió como encontrar un refugio seguro en medio del caos. Aún con el corazón latiendo con fuerza por la adrenalina del momento, observé a mi alrededor mientras entrábamos en la bodega: fuera, la calle permanecía desierta. Dentro, Enzo tampoco se encontraba en el lugar, algo que agradecí internamente. Las sombras y el silencio del almacén me proporcionaron un respiro después del tumulto al que acabábamos de hacer frente.

—Maldita sea —masculló Levi mientras se retiraba el equipo de maniobras tridimensionales, lanzándolo hacia una de las esquinas de la sala.

—¿Nos han seguido? —cuestionó Farlan. Su pecho subía y bajaba demasiado deprisa; estaba hiperventilando, la adrenalina todavía corría por sus venas.

—Imposible —respondió el pelinegro.

Las palabras «emboscada», «mierda» y «estamos jodidos» revoloteaban por la estancia, aunque yo tan solo podía observar de manera impertérrita a Levi y Farlan mientras ellos no paraban de discutir lo que acababa de ocurrirnos hacía apenas quince minutos.

Invadido por un repentino gesto de agradecimiento, Farlan se acercó a mí, mirándome a los ojos con intensidad.

—Gracias, Jade—me dijo en un susurro—. Salvaste mi vida allí fuera.

Cuando Farlan se aproximó a mí, con la gratitud brillando en su mirada, me conmoví. Éramos más que compañeros; lo consideraba incluso mi amigo, alguien con quien había compartido tanto momentos de esperanza como desafíos. Yo no era del tipo de personas que dejan atrás a sus camaradas. No tenía por qué agradecerme nada, él también habría hecho lo mismo por mí.

Incapaz de expresar todo aquello que pensaba, tan solo asentí a modo de contestación mientras le decía:

—Nunca tendrás que agradecerme por eso, Farlan. Haría lo que fuera necesario por ti o por Levi —hice una pausa—: sois mis compañeros.

La calidez en su mirada y su ligera inclinación de cabeza me confirmaron que entendía mis sentimientos. También en ese momento percibí una mirada especial por parte de Levi. Sus ojos, que solían ser implacables y siempre permanecían alerta, de pronto me parecieron más suaves, aunque aquello tan solo duró un instante. Fue un destello de algo que nunca antes había visto en él. En el fondo sabía que bajo su exterior serio y reservado, Levi valoraba profundamente la lealtad y la determinación de su equipo.

El propio pelinegro rompió el encanto de aquel momento, acercándose a mí con una renovada y seria expresión. Apartó un mechón de cabello que había caído sobre mi oreja sin ningún tipo de delicadeza y después dijo, probablemente asqueado:

—Tu oreja está sangrando.

Alcé la mano para palpar la zona del cartílago y cuando miré mi palma vi un rastro de sangre que confirmaba sus palabras. Lo más probable era que, al alejar a Farlan de la trayectoria del fusil, el proyectil me hubiera rozado la oreja.

De súbito, un escalofrío recorrió mi espina dorsal. No tanto por el dolor físico, que era apenas perceptible debido a la adrenalina que todavía invadía mi cuerpo, sino porque Levi, a pesar de su aversión a la suciedad, no había dudado en acercarse a mí, aún cubierta de sangre y suciedad.

—Sobreviviré.

Farlan volvió a lanzarse a una retahíla de insultos y maldiciones sobre lo acontecido. No dejaba de parlotear sobre la redada y lo cerca que habíamos estado de que pasara algo más grave. Volvió a repetir un par de agradecimientos hacia mi persona y continuó farfullando un rato más acerca de nuestra desgracia. Sus palabras eran un recordatorio del mundo en el que vivíamos, a menudo peligroso y a menudo injusto. Cuando finalmente se recompuso, dijo:

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora