CAPÍTULO 6

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Cuando Enzo me invitó a pasar a su bodega unos días más tarde del encontronazo, me costó reconocer los estantes del sótano porque parecían otros en comparación con las semanas anteriores. Sin desorden y porquería en aquella habitación tuve la sensación de estar en un lugar diferente, ni siquiera parecido al almacén de abastecimiento de siempre. Supuse que a lo largo de la semana mi compañero se había encargado de adecentar el local y almacenar los productos de manera ordenada. Inspeccioné detenidamente cada una de las cuatro estanterías de la despensa, divididas estratégicamente en varias secciones alimentarias: la primera albergaba frutas, la segunda verduras, la tercera latas de conserva y por último se encontraba el estante de la carne. La última vez que había venido, las viandas estaban desperdigadas por todas partes. Debía admitir que esta vez Enzo me había sorprendido, al fin y al cabo había conseguido cumplir su palabra. Un poco tarde, pero finalmente la había cumplido.

—Te doy la enhorabuena.

—¿Por el lumbago que he padecido mientras limpiaba la bodega? —se rio por lo bajo mientras me tendía el arnés tridimensional—. ¡No sé si ese es un buen motivo de felicitación!

Dejé caer mi mochila sobre uno de los taburetes de la estancia y agarré el equipo tridimensional de siempre para empezar a colocármelo.

—Por conseguir que no te matara el polvo o la suciedad.

Tuve la impresión de que mis palabras le habían lastimado, pues durante un súbito instante sus ojos habían escudriñado los míos, pesarosos. Después dijo rápidamente:

—A mí ya no me da miedo la muerte, que llegue cuando quiera —hizo una pausa—. Si he limpiado la habitación ha sido por unos clientes particulares.

Yo ya había conseguido colocarme el arnés en ambas piernas y ahora me abrochaba las hebillas del cinturón de la cadera. ¿Clientes particulares? ¿Qué clase de clientes particulares le harían limpiar a Enzo aquella bodega que llevaba siendo igual de caótica desde que tenía uso de razón? ¿Y la higiene cuán importante era para hacer intercambios o negocios casuales con él? Me invadió una ligera desazón al reparar en el hecho de que unos desconocidos habían conseguido que Enzo aseara su bodega, algo de lo que ni siquiera yo había logrado convencerlo.

—¿Qué tiene de importante la limpieza a la hora de hacer negocios contigo? —inquirí mirándole directamente.

—Uno de mis nuevos colaboradores debe de ser bastante pulcro —me aseguró—. Su compañero me dijo que no estaba dispuesto a venir aquí mientras esto continuara siendo una pocilga, eso es todo lo que sé.

—¿Por qué acatar los caprichos particulares de un cliente? —volví a preguntar.

El Enzo que yo conocía no se había dejado amedrentar nunca por mis múltiples intentos acerca de adecentar el local. ¿Por qué ahora era el momento de hacerlo?

—Me conviene hacer tratos con ellos —murmuró—. Sé que lo comprenderás, todo a su debido tiempo.

No pude imaginar qué se traería entre manos, pero decidí confiar una vez más en él. Jamás me había arrepentido de sus decisiones y nos conocíamos desde que yo era una cría.

Asentí suavemente.

—Está bien.

Me dirigí hacia el taburete donde había dejado caer mi mochila y saqué de mis pertenencias el equipo tridimensional que había robado en el barrio de Ben tras la persecución con la policía militar. Se lo mostré a Enzo.

—¿De dónde lo has sacado? —me preguntó confundido.

—Es una larga historia —le dije—. Los oficiales me estuvieron persiguiendo por ello hasta que logré perderles de vista.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora