CAPÍTULO 31

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Pronto, las misiones me obligaron a herir a nuestros enemigos con regularidad con tal de proteger a nuestro equipo. Tras unas intensas semanas reconstruyéndome, comprendía que actuaba para defender a mis compañeros y que esa era la manera más práctica de sacar a flote nuestro cometido. Lo cierto era que seguía teniendo sentimientos algo paradójicos al pensar en asesinar a otros seres humanos, pero no podía decir que me sintiera incómoda ante la idea de realizarlo si eso significaba alcanzar mis metas.

El peso de la reciente confrontación todavía se palpaba en el aire, o quizá tan solo fuera que yo aún podía sentir el zumbido de la adrenalina fluyendo en mis venas. Aquella noche había herido a varios policías militares. Al igual que mis compañeros, había infligido dolor con mis propias manos frente a otros, y aunque anteriormente me había costado enfrentarme a esa tesitura, ahora la aceptaba como parte inevitable de mi vida.

El viento me revolvía el cabello mientras volvía a casa caminando entre las calles de la ciudad subterránea. A mi lado, Levi y Farlan permanecían en silencio. La oscuridad de la noche envolvía el laberinto de callejones que componían el subsuelo, apenas iluminados por la débil luz de las lámparas de gas que parpadeaban intermitentemente a nuestro paso.

Dejándome llevar por mis pensamientos, caí en que aquella luz artificial titilante debía de parecerse en algo a aquello que en la superficie denominaban "luciérnagas". Había leído en los libros de texto de Enzo sobre la superficie que eran unos insectos con capacidad lumínica debajo del abdomen. Tal colección literaria no era otra cosa que un tesoro prohibido en nuestro mundo subterráneo, y mi compañero lo mantenía a buen recaudo en su almacén. Aquellas páginas estaban repletas de descripciones detalladas y hermosas ilustraciones que representaban un mundo completamente diferente al nuestro. Recordaba haber hojeado los folios con fascinación durante mi adolescencia dejando que mi imaginación se perdiera en los paisajes vívidos y vibrantes que retrataban, como quien se recrea en el deseo de vivir en un lugar mejor.

De cualquier modo, aquel no era buen momento para pensar en ello. No todavía. Debía centrarme en el ahora. Mi equipo y yo acabábamos de finalizar otra misión. Habíamos sobrevivido una vez más, acabábamos de superar otro obstáculo en nuestra interminable lucha por la supervivencia. A pesar de las diferencias que nos separaban al principio, ahora me atrevía a afirmar que Farlan, Levi y yo formábamos un equipo formidable.

Al llegar a la bodega, nos encontramos con el bullicio habitual al que Enzo nos tenía acostumbrados cada vez que le apetecía realizar una de sus actividades alcohólicas clandestinas. La sala estaba llena de cajas, barriles y sacos apilados hasta el techo que apenas dejaban espacio para moverse.

Conté hasta tres antes de que Levi se quejara del desorden. "Uno, dos..."

—Voy a tener que golpearte si no aprendes a limpiar, Enzo —soltó nada más entrar, el rubio tan solo soltó una risita.

El aire estaba impregnado de aroma a madera vieja y de metal oxidado, mezclado con el ligero tinte de humedad que provenía de las paredes de piedra del local. Ahora, a todos esos elementos se les sumaba un intenso olor a alcohol.

Arrugué la nariz mientras pateaba un par de cachivaches del suelo para poder caminar hasta el centro de la bodega. A Enzo, por el contrario, se le veía como pez en el agua, moviéndose con gracia entre las pilas de mercancía mientras tarareaba una cancioncilla y mezclaba todo tipo de mejunjes. Al vernos llegar nos saludó con una sonrisa.

—Conque ya estás haciendo de las tuyas —murmuró con sorna Farlan.

El rubio había dejado sobre toda aquella pila de objetos varias botellas de líquido transparente junto a algunos frascos de ingredientes desconocidos. No pude evitar preguntarme de qué se trataba todo aquello, aunque, siendo completamente honesta, lo cierto es que casi prefería no saberlo.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora