CAPÍTULO 18

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Había pasado una semana desde aquel trágico desenlace y los ánimos en el subterráneo estaban más caldeados que nunca. Finalmente conseguimos que Pierre fuera trasladado al hospital de urgencia y Farlan visitara al médico por una fea herida en la pierna derecha que le impedía caminar sin cojear. Nuestras misiones se retrasaron para velar por nuestra seguridad y nuestra pronta mejoría, tanto física como mental. Enzo había sido muy comprensivo con nosotros en cuanto volvimos al barrio. No es que me esperara algo diferente viniendo de él, pero agradecí infinitamente su benevolencia porque necesitaba procesar todo lo que había ocurrido y todo lo que probablemente iba a seguir ocurriendo aquí abajo.

Al contarle nuestra vivencia, Enzo había esbozado una sonrisa comprensiva, mucho más que solo comprensiva; excepcional, y también me había comentado que estaba trabajando en una nueva idea que tenía que ver con licores, por lo que no había prisa por volver a las misiones tan pronto. En otras palabras, que podíamos tomarnos el tiempo que hiciera falta para recuperarnos.

Tras ese primer desprendimiento tuvieron lugar algunos otros. Por ejemplo, tres días después de nuestro sobresalto, el techo también se vino abajo en algunos puntos del barrio oeste de los subterráneos. Pronto tuvimos que asumir que aquellos derrumbamientos seguirían ocurriendo. La tentativa del gobierno era algo real y totalmente despiadada. Pierre Collard había tenido razón, muy a nuestro pesar.

Los días se desvanecían uno tras otro con la sensación de que todo lo que habíamos hecho hasta ese momento había sido en vano. Si el dinero del peaje iba a subir tanto debido a la amenaza de derrumbes, ¿cómo íbamos a poder pagarlo? ¿Y cómo íbamos a poder continuar con nuestras misiones como si nada cuando la advertencia de que algún día nuestro barrio también sufriría las consecuencias de un desprendimiento era irrevocable? Llegados hasta este punto todos corríamos peligro, bastante más que antes. Incluso mi abuelo. Yo, que me había peleado con garras y dientes para mantenerlo a salvo durante toda mi vida, ahora me sentía inútil e indefensa tratando de protegerlo. No me percibía como alguien tan insuficiente desde los ocho años y jamás pensé que refugiarlo no iba a estar en mi mano. Poco a poco, las cosas se fueron calmando, aunque solo ligeramente. La gente siguió trabajando porque no les quedaba otra opción y todos continuamos viviendo. Con miedo, pero viviendo. Al fin y al cabo siempre había sido así para nosotros, no es que no estuviéramos acostumbrados.

Desde la pausa temporal que nos había otorgado Enzo para descansar, a menudo utilizaba mi tiempo libre para estar con mi abuelo, dar largos paseos o visitar el mercado del Arrabal en busca de cachivaches de la superficie como había hecho hasta hacía relativamente poco. Supongo que a uno siempre terminan llamándolo sus orígenes. Una de aquellas veces que visité el zoco aproveché para conseguirle un detalle a Farlan para la próxima vez que fuera a visitarlo. De modo que otro día me encaminé hacia el barrio de Ben, que era el mismo en el que vivían Farlan y Levi, y me dispuse a encontrar el hogar del castaño para hacerle una pequeña visita y entregarle el regalo. La casa de mis compañeros no estaba mal ubicada, aquel era un barrio tranquilo. Cuando llamé a la puerta, me recibió el pelinegro y después me dirigió hasta la habitación de Farlan. Enseguida se marchó de la estancia para darnos algo de privacidad y entonces yo le tendí a Farlan la pequeña reliquia que había conseguido en el mercado del Arrabal.

—Con esto el tiempo reposando se te hará más ameno —le dije—, y te ayudará a desarrollar más rapidez leyendo.

El castaño palpó con sus manos la cubierta del libro que le acababa de entregar, que se titulaba Leyendas de Paradis y venía de la superficie. Su interior guardaba flores resecas que probablemente se habían utilizado como puntos de libro en algún momento lejano, muchos de aquellos brotes todavía conservaban un ligero olor floral. No era precisamente un gran regalo, pero teniendo en cuenta las circunstancias me había parecido adecuado.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora