CAPÍTULO 20

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Para cuando volvimos a retomar las misiones, los ánimos seguían algo caldeados en la ciudad subterránea. Sin embargo, recuperar la rutina que habíamos llevado antes de los desprendimientos fue un alivio, sentí que, en cierto modo, reanudar ese hábito era una manera de aferrarse a algún tipo de estabilidad y, sobre todo, de darnos esperanzas con respecto a nuestro futuro. Nuestra libertad seguía estando en juego. Necesitábamos centrarnos en ella, fundamentalmente ahora que el tiempo corría en nuestra contra.

Era nuestro deber como camaradas de Enzo acatar sus órdenes. Durante aquellas semanas habíamos recibido tanto tareas simples como complejas. Hacíamos recados, robábamos suministros, nos adentrábamos en el mercado negro e incluso ayudábamos a Enzo con el papeleo. Cada día era diferente y cada jornada estábamos a un paso más cerca de poder escapar del subsuelo. No dejaba de pensar en cuándo llegaría el momento en que mi abuelo pudiera ver el sol.

Finalmente la noche había llegado tras un largo día de trabajo agotador y yo acababa de llegar al almacén para reunirme junto a Enzo. Cuando abrí la puerta del local encontré a mi compañero caminando de un lado a otro de la sala, hecho un manojo de nervios.

—¿Qué ocurre? —pregunté acercándome hacia él con cautela.

Siempre había que tener sumo cuidado al irrumpir en las cavilaciones de Enzo cuando estaba demasiado sumido en sus pensamientos. Volví a hablar una segunda vez para hacerme escuchar.

—Enzo —hice una pausa, solo entonces me miró a los ojos—, dime qué ocurre.

—Jade —exhaló sorprendido, como si no hubiera reparado en mi presencia hasta ese mismo instante, después se quitó las gafas para apretarse el puente de la nariz—. No es nada, intento hacer cuentas para que todos podamos cubrir el precio del peaje de las escaleras.

Estaba nervioso y su contestación no me consoló en absoluto. Ciertamente su gesto me desconcertaba. Pese a todo, decidí fingir tranquilidad. No quería inquietar a mi compañero todavía más, así que tan solo pregunté:

—¿Hay algún problema?

Sus ojos se clavaron en los míos durante un par de segundos sin mediar palabra. Después negó con la cabeza.

—No, listilla, no lo hay —contestó con rapidez y soltura, enseguida volvió a echar a andar mientras realizaba aspavientos con las manos—. Simplemente intento dejarlo todo atado por si precisamente hubiera algún obstáculo más tarde. Ya sabes, debo preparar bien el terreno para que todo salga bien. Nunca se sabe.

—Todavía hay tiempo —repuse. Y era cierto, al fin y al cabo la suma de dinero que necesitábamos para salir del subterráneo no se conseguía en un día o dos.

De pronto, Enzo se tropezó con algo y se precipitó hacia el suelo. Por suerte, pude sujetar uno de sus brazos a tiempo para que no cayera del todo. Erguí su torso y lo acompañé hacia una de las butacas para que tomara asiento. Estaba muy nervioso.

—¿Te encuentras bien? —pregunté frunciendo el ceño.

—Sí —él se relamió los labios—. No sé con qué he podido tropezar... no estaba atento.

Ojeé la zona en la que mi compañero se había trastabillado: el suelo estaba completamente liso y tampoco había ningún objeto minúsculo con el que darse de bruces.

—Últimamente estás muy torpe, Enzo.

Al volverme a mirarlo, sus ojos me parecieron los de un cachorro indefenso. Mi compañero rondaba la cincuentena y tenía fraguadas sobre la piel las evidentes marcas de la edad y la experiencia, pero para nada estaba hecho un anciano. Todavía atesoraba cierta lozanía, sobre todo en las palabras, por lo que yo no llegaba a comprender por qué los últimos meses habían hecho de aquel hombre genuinamente tranquilo un patoso de gran agitación. Era evidente que vivíamos tiempos difíciles y probablemente aquella fuera una mala época debido al estrés con el que cada día debía afrontar sus responsabilidades, pero lo cierto es que jamás había visto a Enzo tan desmejorado. Decidí no darle demasiada importancia y achaqué sus cambios físicos a la ansiedad del momento.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora