CAPÍTULO 17

121 17 0
                                    


Al día siguiente pudimos sonsacarle a Paul Collard todo lo que nos hacía falta para localizar a su hermano Pierre, y después, por fin, lo liberamos.

El día transcurrió tranquilo, el viento olía a calma y yo me encontraba extrañamente satisfecha. Pensé que por fin las cosas comenzaban a salirnos bien. Desayunamos en la misma cafetería de siempre y después nos trasladamos hacia la dirección que había confesado nuestro prisionero. "Calle del bosque cincuenta y tres", había dicho. Levi, Farlan y yo estábamos más que listos para cumplir con nuestro cometido y largarnos de aquel lugar.

La manera en la que irrumpíamos en las casas ya era un tanto rutinaria. Levi abría las puertas de una patada y Farlan y yo entrábamos en tropel, muy cautelosos. Ese día nuestro modo de proceder fue el habitual. La única diferencia consistió en que, aquella vez, en esa casa sí se encontraba nuestro objetivo. Momentos antes de que la puerta de su hogar se viniera abajo, Pierre Collard preparaba un emparedado frente a la encimera de su cocina, ataviado solamente con unos calzones. Su sorpresa fue evidente cuando irrumpimos en su morada, aunque nuestro estupor también fue considerable. Jamás habría esperado encontrármelo en esa tesitura.

Intercambiamos miradas durante un par de segundos, pero Pierre enseguida emprendió la huida y se precipitó hacia una minúscula puerta trasera que daba a un callejón. Farlan mordisqueó una de las esquinas del sándwich que acababa de preparar Collard, después hizo una mueca y solo cuando escupió el pedazo, asqueado, volvimos a ponernos en marcha. No tardamos mucho en pisarle los talones a nuestro objetivo porque ninguno de nosotros estaba dispuesto a dejarlo marchar tan fácilmente, sobre todo después de las dificultades que habíamos tenido durante aquellos días tratando de encontrarle.

A aquella hora de la mañana apenas había gente por las calles, hecho que agradecí porque siempre es más fácil avanzar sin tener que esquivar a la muchedumbre. Sin embargo, Pierre logró sorprenderme: iba descalzo y aun así corría a gran velocidad, aunque ciertamente le pisáramos los talones. «A este sí que no puedes perderlo de vista, Jade», me ordené a mí misma. «La persecución con el hombre que te confundió con mamá te ha tenido que servir de algo, demuéstramelo». Dejamos atrás varias callejuelas en las que las pocas personas despiertas a esa hora de la mañana se quedaron estupefactas al ver a un hombre semidesnudo huyendo de tres encapuchados. Cada vez estábamos más cerca. Un poco más y era nuestro. Solo un poco más...

Pero cruzando la esquina de una avenida, ocurrió lo que más temía. Ni rastro de Pierre Collard. Miré hacia mi derecha y después hacia la izquierda. Prácticamente había desaparecido. «Mierda», me grité interiormente. «¡Mierda, mierda!». Había vuelto a perder a un hombre, otra vez. La peor parte es que lo habíamos tenido tan cerca...

Sacudí la cabeza desechando todos esos pensamientos pesimistas. Levi y Farlan se alejaron de mí y continuaron corriendo en su busca, pero yo me quedé quieta. No podía haber huido tan rápido, qué va. Pierre no podía andar muy lejos. Algo me decía que no. Analicé la imagen que se extendía frente a mí: habíamos llegado a una pequeña plaza. Intenté calmar también mi respiración y cerré un momento los ojos. Reparé en que estaba tan acostumbrada a tener que huir de la policía militar que ahora que mi rol se había invertido y era yo la perseguidora no lograba manejar el control de la situación. Meses atrás jamás habría esperado tener que acorralar a alguien, y ese era mi mayor problema. Si realmente esperaba encontrar a Pierre, tenía que volver a invertir los papeles. Pensar como él, moverme como él, tal y como yo había hecho toda mi vida. Precisamente ese era el mayor obstáculo de la policía militar: ellos nunca empatizaban con nosotros, por eso tan pocas veces lograban pillarnos en las persecuciones. No podía cometer un error tan grave, tan lleno de ingenuidad. Esta vez no pensaría como el depredador, sino como la presa. Era lo mío.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora