CAPÍTULO 22

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Unos cuantos días después, decidí visitar el mercado del Arrabal como en los viejos tiempos para conseguirle algo de fruta a mi abuelo. Me dejé caer por el zoco hacia media mañana, cuando las calles estaban repletas de gente y robar resultaba más sencillo. Asistir a aquella feria repleta de colores siempre me animaba, al fin y al cabo esa explisón sensorial llevaba siendo mi antídoto por mucho tiempo. En la ciudad subterránea comenzaba a hacer un poco de frío y la multitud de cuerpos del mercado creó una frontera que me cobijó del viento mientras paseaba. Avancé a través de la avenida con lentitud, entre los diferentes puestos de cachivaches y los diferentes tipos de personas, hasta detenerme frente a un puesto de frutas y verduras. Ya había divisado mi objetivo cuando algo nuevo captó mi atención: por el rabillo del ojo distinguí varias figuras con el uniforme de la policía militar. Estaban entre la multitud y no eran demasiados, pero de todas formas jamás habían sido unos visitantes regulares. Es más, los militares no solían dejarse ver por aquí. Sabían perfectamente que entre oleadas de gente del subterráneo no podían apenas obrar. Aquí éramos más nosotros y eran conscientes de que los detestábamos profundamente. ¿Por qué entonces habían venido igualmente? Algo se me escapaba.

Deseché la idea de recolectar fruta y me coloqué la capucha de la chaqueta sobre la cabeza para después volver a perderme entre el gentío. Me situé a una distancia prudente de ellos, a sus espaldas, pero lo suficientemente cerca como para no perderles de vista y poder seguir sus pasos, mientras reflexionaba acerca de la razón que los había hecho venir.

El murmullo de la aglomeración era demasiado alto como para escuchar algo de lo que se decían los unos a los otros, pero no desistí. ¿Debía acercarme un poco más para conseguir escucharlos? No quería llamar la atención, pero realmente deseaba saber qué hacían en el Arrabal. Finalmente comprendí que me iba a costar tiempo entender sus motivos si no me acercaba. Aunque aparentemente aquello lucía como una visita desinteresada, sabía bien que no podía ser así. De manera que decidí acortar mi distancia con ellos un poco más, lo suficiente como para poder percibir sus voces, haciéndome paso entre el gentío y avanzando un par de metros más allá.

—¿Algún avistamiento? —escuché que murmuraba alguno de ellos, interrogando a los demás.

—Por ahora no —respondió otro.

Conque esperaban avistar algo... o a alguien. Entonces no estaba equivocada: habían venido aquí con alguna pretensión. Intenté agudizar el oído una vez más.

—Manteneos atentos, hoy es un día ajetreado y la mayoría de gente a este lado del subterráneo ha venido al mercado, puede que nuestro objetivo esté a la vuelta de la...

—¡Capitán! —exclamó de pronto otro de los militares—. ¡Aquella niña acaba de robarle a un hombre! ¿Deberíamos...?

Uno de los militares observaba atónito cómo una cría acababa de quitarle de las manos un par de tomates a un hombre. Su capitán, al que acababa de interrumpir, lo atrajo hacia él agarrando en un puño el cuello de su camisa, y entonces el joven charlatán se quedó paralizado frente la furiosa mirada de su patrón.

Toda la policía militar se había detenido de pronto en medio de la avenida, así que yo no tuve más remedio que imitarlos. La marea de gente iba y venía entre nosotros, pues éramos las únicas figuras detenidas en medio de la muchedumbre. Ahora nos encontrábamos apenas a un par de metros de distancia. Era hora de alejarme un poco de ellos antes de que advirtieran mi presencia.

—Vuelve a dejarme con la palabra en la boca y yo te dejaré sin dientes —le masculló el jefe de la policía militar a su subordinado, este último no tuvo más remedio que tragar saliva—. No hemos venido aquí a arrestar a ningún niñato pordiosero, estamos aquí para encontrar a los ladrones de medicamentos.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora