CAPÍTULO 21

103 18 1
                                    


Los días no cesaron de sucederse y las misiones no dejaron de completarse. Jornada tras jornada, me acostumbré a volar sobre la infinitud de casas hormigonadas del subterráneo junto a Farlan y Levi, me acostumbré a las miradas de asombro de los viandantes al vernos sobrevolar sus cabezas y a las gachas que preparaba Enzo después de conseguir las tareas. Poco a poco, mis dos compañeros fueron ganándose mi total consideración y respeto. Pese a ser personas de convicciones férreas y carácter fuerte, la relación entre los tres comenzaba a funcionar sin mucho esfuerzo. Tan solo habíamos necesitado algo de tiempo. Ahora disfrutábamos de un cómodo silencio durante los trabajos y manteníamos una asombrosa sincronía en los momentos de acción. Se podría decir que llegó un punto en el que supimos complementarnos, casi de manera inevitable. Al fin y al cabo aquello también significaba sobrevivir.

Tras un arduo día de operaciones, me dediqué a descansar en una de las sillas del almacén mientras leía el libro sobre los orígenes de Paradis. Llevaba enfrascada en esa lectura semanas y ahora necesitaba recurrir a ella para escapar de la realidad durante un rato. Sobre todo del encontronazo que tuve con cierto hombre en un callejón hacía algunas noches. Aquel día había sido muy duro. Unos metros más allá de mi posición, Levi y Farlan ayudaban a Enzo con el papeleo. Todo aquello era idea del rubio, por supuesto. Quería habituarlos a leer y mejorar su alfabetización. A mí todo lo que sabía me lo había enseñado él, ¿por qué no ofrecerles lo mismo a Farlan y a Levi? Era plenamente consciente de que les profesaba mucho afecto y por ello quería brindarles esa oportunidad. Los actos de mi compañero siempre estuvieron llenos de ternura.

Al cabo de un par de horas, Enzo los dejó descansar y se propuso alegrarnos la jornada con una copa de vino. Se trataba de su nueva creación, aquella en la que había trabajado durante las semanas en las que no habíamos realizado ninguna misión.

—¿No crees que nos estamos pasando con el alcohol? —lo interrogó Farlan, tan comedido como siempre.

El rubio hacía aspavientos con las manos para quitarle importancia al asunto.

—Será solo una copita —aseguró mientras se dirigía hacia la despensa para buscar los vasos—. Vamos a celebrar nuestros avances y prosperidad, muchachos.

—Solo una, Enzo —atajó Levi con firmeza.

—¡Lo prometo! —perjuró—. Mientras tanto, concededme este momento.

Al volver hasta nosotros, colocó a lo largo de la mesa de papeleo una botella de alcohol transparente y cuatro copas de cristal con un líquido rojizo en su interior que todos supimos que era vino. Cómo no, la bebida favorita de Enzo debía hacer acto de presencia en cualquier circunstancia de celebración. Farlan alargó la mano para tomar una copa, pero Enzo lo detuvo antes de que pudiera llevársela a los labios.

—No está lista —se apresuró a indicar, después agarró la botella de líquido transparente que yacía sobre la mesa y vertió su licor sobre el vino—. Antes tengo que hacer un par de cosillas.

—¿Qué acabas de mezclar? —preguntó entonces el azabache, que desconfiaba.

—Es un secreto —susurró Enzo mientras sonreía—. Pero tranquilo, Levi, no voy a envenenarte. Ahora viene el toque final...

Mi compañero afianzó en sus manos una caja de cerillas que estaba sobre la mesa y encendió uno de los fósforos con sumo cuidado. La llama era tenue, cálida y de color anaranjado. Justo después, Enzo hundió la cerilla en el cáliz y retiró la mano con rapidez. Lo que sucedió en aquella copa fue un espectáculo. El vino comenzó a flamear dentro del recipiente de cristal, como si para el fuego fuera posible quemar las aguas, y el líquido de su interior vibró bajo las llamas. Poco a poco, aquella danza incendiaria se fue extinguiendo. Cuando la función acabó, no supe qué decir exactamente.

EN EL SUBTERRÁNEO  || Levi AckermanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora