54.

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Supongo que ya sabrán lo que pasó... Minho no fue compatible conmigo, tampoco lo fueron mis papás y mucho menos mis amigos. El doctor trató de encontrar a una persona en la lista de donantes que el hospital mantenía, pero por desgracia ninguno podía ayudarme.

Pasaron dos semanas desde que me internaron, mamá me cuidó a lo largo de la primer semana pero, claro, ella tenía un sinfín de responsabilidades, así que Minho se encargó de mí en los próximos días.

Los doctores hacían su mayor esfuerzo por mantenerme estable, pero eso se volvió misión imposible, pues los tratamientos ya no tenían el mismo efecto que antes y el tiempo comenzaba a jugar en mi contra; mi cuerpo se debilitaba cada día más y apenas podía soportar los dolores constantes que sentía. Sólo anhelaba mejorar para poder irme a casa, aunque estaba consciente de que era algo poco probable.

Las clases reanudaron y perdí la oportunidad de entrar, algo de lo que me lamenté por días. Mi salud mental también decayó debido a la situación, sólo me sentía bien cuando veía a los chicos, quienes pasaban atareados con sus deberes pero me visitaban cuando podían y me contaban todo lo que hacían, ya sea dentro del instituto o fuera de este; me atrevo a decir que ellos eran lo que me mantenía viva.

Ese día Minho me llevó comida y un cuaderno para colorear que yo misma le pedí. Verlo tan abatido me partía el alma, y por esa razón trataba de ocultar mi aflicción frente a él sin importar que tan grande fuera mi dolor físico.

—Me encanta tu comida, Min —le dediqué una apretada sonrisa mientras masticaba, gesto que me devolvió con desánimo—. ¿Tú comiste?

—Un poco.

Ese día lucía más decaído que de costumbre.

—Ayer salí a tomar aire a la azotea, se sintió muy bien poder inhalar aire fresco.

—Cuanto deseo que pudieras salir ya de aquí y llevarte a donde quieras.

—Voy a estar bien, Min, ya verás que pronto encontraremos a alguien que me pueda ayudar.

Ja, ni yo misma podía convencerme de aquello. Él chasqueó la lengua y frotó su cara con sus manos en un acto de desesperación. Odiaba verlo así, verlo tan deprimido y saber que todo era por mí.

—Perdóname, no puedo hacer nada para ayudarte.

Escuchar su voz tan quebrantada me partió el corazón y desvié el rostro en dirección opuesta a él; me hacía sentir miserable ver a mis chicos tan mal por la situación. Tragué fuertemente, tratando de calmarme y finalmente me atreví a verlo, grave error, ver su semblante tan triste y sus ojos inundados en lágrimas me fulminó por dentro. Aclaré la garganta antes de hablar:

—Hey, Min, no quiero que te culpes si algo pasa —estiré mi mano hasta su cabello y lo acaricié, él lloraba en silencio—. Pase lo que pase, no es culpa tuya, ¿entendido?

—Es que no quiero que me dejes, no me dejes solo, por favor sé fuerte.

Me estás pidiendo algo imposible, hermanito.

—Es lo que trato de hacer todos los días.

—Te juro que si me dejas, no te lo voy a perdonar.

—No lo haré —sonreí, parpadeando reiteradas veces en un intento por retener mis lágrimas—. Ya no llores, mejor llévame a la azotea que quiero tomar aire.

Me levanté con mucho cuidado, acomodé la bata celeste que vestía y agarré el porta-sueros antes de salir junto a Minho, que sostuvo mi mano hasta llegar afuera, donde algunos pacientes también se encontraban pasando el rato. Nos sentamos en una banca de hierro forjado, envueltos en un pequeño silencio que él mismo rompió.

Si fuera tu Chica ; Hwang Hyunjin Donde viven las historias. Descúbrelo ahora