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Jungwon acababa de irse de nuestro cuarto, ya que vino a ayudarnos con una cosa; queríamos reforzar la seguridad de la bolsa de almas.
Jay también había venido a ayudar, pero se fue antes. Básicamente, nos incrustaron una caja fuerte en medio de la despensa de sangre, escondida. Y de forma secreta, ya que en ningún momento nos habían permitido hacer obras.
Sunghoon iba a hacerlo solo, con un poco de mi ayuda, pero insistieron.

Ahora que las preciadas almas ya estaban a salvo, por si acaso, Sunghoon y yo estábamos sin mucho que hacer. Cada uno sobre su ataúd, él estaba dibujando.
No quería molestarle, por lo que me levanté y saqué mi teléfono del cajón. Para ser sincera, tenía que buscarle otro escondite.

— ¿Qué haces? — me preguntó desde la altura de la litera.

— Voy a ver si puedo hablar con Siwoo un rato. — contesté, sentándome dentro de la calidez de mi ataúd.

Una brisa se hizo presente a mi lado, le miré y estaba ya acurrucado junto a mí. Se ve que dibujar tampoco le estaba entusiasmando demasiado.

Se veía adorable con su sudadera azul marino y la capucha rodeando su rostro, para evitar que se enfriaran sus orejas.

— Yo dejé mi teléfono en mi casa, sabía que me lo confiscarían al entrar aquí. — acabó en un suspiro.

Lo miré sorprendida —. ¿Tienes de eso?

— ¡Oye! — se quejó —. Te recuerdo que igual que evolucionan las tecnologías, lo hago yo con ellas.

— Sí, eso es cierto. — reí —. Lo decía, más que nada, porque no sé dónde vives; infiltrado entre los humanos, en algún pueblo apartado de vampiros... Aún no sé nada de eso, por lo que no sabía si estabas familiarizado con los teléfonos móviles.

— Te voy a explicar dónde vivo. — me dijo.

Yo asentí y dejé el teléfono a un lado, con Sunghoon así, Siwoo iba a tener que esperarse.

— En tu penúltima vida, comenzamos a construir una cabaña a las afueras de unas tierras cercanas que son exclusivamente de vampiros. En la última, yo ya había terminado de construirla y más gente fue yendo a vivir ahí, por lo que ahora es un pequeño pueblo en el que los habitantes son adolescentes, sobre todo. Como tú y yo.

— Bueno, tú de adolescente tienes poco...

— Me refiero a nuestro aspecto y la edad con la que nos transformaron, tonta. — explicó.

Se veía ofendido y eso me hacía gracia.

— Entonces, vivías ahí hasta que viniste aquí.

Sunghoon movió su cabeza de arriba a abajo con una sonrisa.

— La idea es que salgamos de aquí en cuanto se termine la maldición y volvamos allí, si tú quieres.

Eso me pilló desprevenida, pero lo cierto es que estaba bastante segura de querer, aunque no sería tan sencillo.
Comencé a pensar en lo que dijo, clavando la vista en el terciopelo granate que cubría mi ataúd por dentro.
Vivir con él, en un pequeño pueblo en las afueras con gente como nosotros...

Aún había cosas que no estaban claras y, antes de tomar cualquier decisión, tenía que preguntarle.

Le miré de nuevo y arqueó una ceja, aún no le daría una respuesta.

— ¿El director y toda esa gente misteriosa de aquí saben que solo viniste para buscarme?

Sunghoon asintió —. Si bien no fue fácil, conseguí convencerles de que me hicieran un expediente falso, por eso la excusa de por qué estoy aquí es así de pésima. También saben que eres tú.

𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐈𝐍 𝐓𝐇𝐄 𝐀𝐈𝐑 | Park Sunghoon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora