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De nuevo, Sunghoon estaba robando almas.
¿Por qué yo no estaba haciéndolo? Tal vez era la desmotivación, aunque no quería creer eso.

Haber visto a una madre, mía, sufrir por mí, porque estaba muerta pero había reencarnado y daría lo que fuera por conocer a otra versión de mí, llorando por mí cuando ni siquiera me conocía, pero al mismo tiempo sí lo hacía... Era tan confuso como doloroso. Me bajaba el ánimo y las ganas de hacer cualquier cosa. ¿Por qué tenía que haber pasado eso? ¿Por qué la sociedad era tan cerrada de mente por aquellos años? Sentía tanto arrepentimiento como furia, culpabilidad y que fui irresponsable, mi alma recordaba cada momento exacto y decisión que tomó la primera Minyeo. No podía evitar pensar en cómo habría sido todo si aquello no hubiera pasado; si Sunghoon y yo no hubiéramos "pecado".

Pensaba en esa vida que estaba viviendo, en la Minyeo de ojeras, ojos oscuros y rasgados, pelo negro, complexión delgada, flequillo y labios gruesos. De nacionalidad coreana y que nació humana. Que si no hubiera pasado todo eso y Sunghoon hubiera seguido su vida aparte con otra persona durante todo ese tiempo, llevaría una vida perfectamente normal para cualquier humano. Me agobiaría estudiando, pero me sentiría genial cuando sacara buenas notas, algo que hacía mucho dejó de importarme. Seguiría siendo extrovertida, no pensaría tanto las cosas, no me preocuparía por la mínima cosa, no habría sido acusada de provocar un incendio, no me hubiera vuelto pirómana, tendría amigos humanos como yo y saldría a fiestas normales, comería comida, habría estudiado una carrera y trabajado de maestra para niños... Todo había cambiado mucho en comparación a cómo había ido y cómo estaba planeado.

Pero por otra parte, lo más inteligente no era pensar en esa versión de mí misma, si no en la original, en la primera de todas. La Minyeo de otro nombre desconocido que era un bello ángel, que odiaba la sociedad anticuada, que quería ser libre y que por eso y porque no pudo contenerse a los encantos de Sunghoon, se condenó a ella misma a vivir numerosas vidas con un final no muy feliz. Nada, de hecho. Porque al fin y al cabo, en ella fue donde se estrenó mi alma, y si la historia con Sunghoon nunca hubiera sucedido, jamás se habría repetido. Mi alma solamente habría estado en aquel pequeño cuerpo con alas de plumas blancas de aspecto nebuloso, yo sería ella y el resto de chicas nacidas en familias inocentes y normales nunca habrían estado maldecidas. Habrían tenido otro alma; habrían sido otra persona. En ese preciso instante, yo, Minyeo, no sería yo. Sería cualquier chica que no estaría en ese reformatorio, y yo estaría en un cuerpo alado, bendecido y puro.

¿Se suponía que tenía que sentirme culpable o mal por las vidas desperdiciadas? ¿Porque yo misma me condené a diferentes muertes en cada vida? Porque técnicamente, sí que había sido yo. Teniendo el mismo alma que todas ellas, sentirme así era inevitable.

Todo era demasiado confuso.

Tal vez la mejor idea era, simplemente, levantarme para meditar y relajarme de esa forma. Porque después de todo, ya no podía cambiar nada de lo que hice, y lo peor era que tampoco quería.

Ni siquiera era capaz de imaginarme una vida como cualquiera de todas ellas sin Sunghoon. Quien hizo que estuviera maldita, pero al fin y al cabo, fue decisión de ambos. Y que estuvo con cada una de mis versiones por mi alma, y tratando de salvarme, que no se rindió porque me amaba y no quería sufrir, y tampoco que sufriéramos yo y los relativos que tenía. Desgraciadamente aún no lo había conseguido, pero allí estaba. Buscando almas para lograr localizar a Shim Jayoon, ¿Y yo? Llorando y agobiada por sucesos de hacía cientos de años. Y aún así, me comprendía perfectamente cuando era él quien más sufría y me decía que me relajara, que no me preocupara, que él lo haría todo.

Eso no podía ser así.

Me puse en pie, fui hasta el centro del cuarto y abrí el cajón con telequinesis. Saqué unas cuantas velas de la misma manera y las manejé con la mente para colocarlas en forma de círculo en el suelo.

Me senté y a los pocos segundos comencé a levitar gracias a la concentración. No planeaba obtener poderes ni energía, pero sí relajarme y por ello todo lo que hice fue imaginar escenarios tranquilos, sacando toda mi imaginación para contemplarnos a Sunghoon y a mí en una pradera, rodeados de margaritas, observando las nubes y diciendo la forma que tenían. Algún día pasaría, confiaba en ello.

Pero de un momento a otro, empecé a sentir una presencia abrumadora, de más, en la sala. Notaba cómo algo rozaba mis piernas; tacto pegajoso y frío. Me estaba atormentando.
Arí los ojos para ver si solamente estaba alucinando, pero no era así. Una Imera salía de la madera del suelo, probablemente atravesando el subsuelo con su masa inexistente y cuerpo de humo, que podía ver. De ella salían una especie de tentáculos, eran brazos de forma poco definida, daba la sensación de ser una araña gigante. Estos iban trepando mis piernas. Incluso noté uno subirme por la espalda.

Volví a cerrar los ojos y concentré toda mi energía, pero me volvieron a interrumpir.

Sunghoon se había teletransportado a mi lado al notar que estaba en peligro.

- No se te ocurra mover un solo dedo. Voy a matarla yo misma. - advertí.

Volví a cerrarlos esperando que me hiciera caso, me concentré de nuevo y logré recargar energías. Al fin y al cabo, seguía flotando y meditando. Mi estabilidad en ese campo era impenetrable incluso por una Imera que viniera a molestar a causa de la maldición.

Me levanté mientras agarraba dos de sus brazos viscosos que seguían pegados a mí y hacía fuerza en ellos, hasta que los rompí. Se escuchó como cristal siendo quebrado, desde luego que eran raras y curiosas.

La miré permanecer en el suelo y amenazaba con subir en un remolino y atacar en cualquier momento.

Me agaché, miré mi puño y la miré a ella. Esperé unos segundos para pensar si era buena idea o no, y mi mente decidió que sí.

- Muere. - susurré.

Le di un puñetazo y escuché cómo se resquebrajaba. Todas tenían puntos débiles y esta era de una especie de cristal extraño o algo así. Las clases sobre sombras habían dado sus frutos.

Saqué el mechero de mi bolsillo, un buen momento para llevarlo ahí, y lo acerqué encendido a ella.

Comenzó a arder y a reducir su tamaño hasta resultar ser pequeñas cenizas y algún que otro cristal transparente y purificado.

Leí por ahí que el fuego era el mayor enemigo de muchas de tipo normal, pero también era mi mejor amigo.

...

𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐈𝐍 𝐓𝐇𝐄 𝐀𝐈𝐑 | Park Sunghoon ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora