Prólogo

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Los golpes insistentes en su puerta le martillaban los tímpanos

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Los golpes insistentes en su puerta le martillaban los tímpanos. Eran las 2:00 a.m. Pepper se levantó de su cama a paso apresurado, se puso una bata para cubrirse y bajo a la planta inferior. Sólo una persona tocaría a su puerta de esa forma tan desesperada y a esa hora: Tony. Y si ya de por sí le aterraba que lo hiciera durante el día, por la noche y especialmente por la madrugada ya era para darle un ataque al corazón.

Se preparó para lo peor.

Y no se equivocó. Al abrir la puerta se encontró con su mejor amigo apoyado contra el marco con una mano, la nariz destrozada, la ropa ensangrentada, un ojo hinchado, la respiración errática y con lágrimas contenidas en sus ojos castaños.

—¡Ay, por Dios! ¡Tony!

La pelirroja salió para servirle de apoyo a su amigo y poder entrar ambos a la casa. Tony se aferró a ella. Cojeaba al caminar.

—Mira cómo te dejó ese desgraciado. —Cerró la puerta con un pie. Ayudó a Tony a sentarse en el sillón de tres plazas de la sala—. ¡Stephen!

Pepper corrió a la cocina en busca de unos analgésicos para el dolor. Al poco rato, el esposo de ésta bajó las escaleras con ropa para dormir.

—¿Qué ocurre? —preguntó éste—. Santo cielo —exclamó al bajar del todo y dar cuenta del estado del castaño. Corrió en busca de su kit de primeros auxilios.

Pepper regresó con dos analgésicos y un vaso de agua.

—Toma esto, Tony. Te ayudarán con el dolor. —Le tendió las pastillas y el vaso de vidrio.

Tony los tomó e hizo lo pedido. Stephen regresó con el kit. Sacó un trapo limpio y una botella con solución salina para heridas. Vertió un poco del líquido en la tela y observó al castaño.

—Arderá un poco —informó—, pero es para limpiar y evitar que las heridas se infecten.

Pasó el trapo húmedo por las heridas en el rostro del castaño. Éste hizo una mueca de dolor, pero no sé quejó. Después de eso, el esposo de su mejor amiga tomó unas gasas y algunas vendas.

—Ese infeliz me va a conocer —aseguró la pelirroja al tiempo que su esposo cubría y sanaba las heridas en los brazos, piernas y abdomen de su mejor amigo.

—¡No! —exclamó Tony—. Por favor, Pepper, no lo hagas. Está loco y no quiero que te haga algo.

—Pero...

—Querida, no podemos arreglar los problemas con violencia. Eso sólo empeoraría las cosas —intervino Strange.

—Ja. ¿Entonces qué? ¿Dejamos que siga abusando de Tony de esta forma? ¡Mira cómo lo dejó, por Dios!

—Pepper...

—Por favor —volvió a hablar el castaño—, lo que menos quiero es que ustedes discutan por mi culpa.

La Bestia de Wolfind (Stony)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora