3 Sape

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Pasamos al salón de la casa, que, aunque por fuera es la típica casa de pueblo de dos plantas y fachada de piedra, por dentro nada tiene que ver. Es moderna, decorada con gusto con fotografías en blanco y negro colgadas de la pared. Imagino que son de su familia, aunque lo que más me llama la atención es un tocadiscos antiguo.

—Esperen aquí, llamaré a Renata. Es la mujer que se encarga del servicio. Ella nos traerá el café.

—Gracias...—Cuando la granjera se va, Sofía vino rápidamente.

—¡Por la madre que la parió! ¡Que belleza! La viste, ¿verdad?

—Si te digo la verdad, no mucho. No estoy para esas cosas. Tenía que resolver el problema en el que tú me metiste.

—No, mi Tyni, no te equivoques: te metiste tú solita. Yo sólo te di la idea, cariño.

—¿Y ahora qué hago yo cuando tenga que pedir medicamentos? No puedo extender recetas... —le dije bajito.

—¡Chinga! En eso no habíamos caído... Quizá puedas llamar a don Camilo, a ver si te puede echar una mano. Seguro que se le ocurre algo.

—Sofía, cielo, don Camilo ya se jubiló; entiende no quiere trabajar más... no creo que quiera meterse en berenjenales de este tipo.

—Mmm ok, pero eres su chica, su niña mimada. Siempre ha velado por tí; no dudo de que te ayudará, ya lo verás, ánimo tyni.

—No sé... Lo llamaré después, pero tampoco quiero ponerlo en un compromiso. ¿Y qué me dices de las técnicas? En mi vida había visto parir a una vaca, ni sabía qué tenía que hacer. Doy gracias de que al final lo haya hecho ella solita, porque, si llego a tener que hacerle una cesárea, entonces habrían muerto los dos, fijo.

—¡No digas tonterías! A ver si te crees que los veterinarios que salen de la facultad han visto parir a muchas vacas; eso es cuestión de estar varios días aquí. Tú sabes más que cualquier chavito recién graduado, de eso no me cabe ninguna duda. Pero no es lo mismo trabajar en una clínica veterinaria que en una granja. Al final todo es cuestión de práctica. Estoy convencida de que en dos semanas serás capaz de hacer una cesárea o lo que haga falta a las cabras de aquí. Si lo sabré yo, que eres mi Tyni.

—¡Estás loquita! Y lo peor de todo es que al final siempre me acabas convenciendo. Tu demencia es contagiosa.

—Porque tengo razón —me dijo sonriendo.

—Chicas, ¿de qué hablan? —Pregunta Sergio, que hasta este momento ha estado perdido entre los discos de vinilo que Juliana tiene en el salón.

—Nada, cosas de mujeres... —respondió Sofía con fingida inocencia.

—¡Esta mujer es una lotería! Tiene una cantidad de discos increíble. Apostaría a que tiene algunos que no se encuentran ya en el mercado.

—¡En efecto! —dijo Juliana, que en ese instante entraba al salón nuevamente—. Los colecciono desde que era una chavita. Algunos los he adquirido en pequeños mercadillos, otros son herencia de mis padres.

—Tiene un gran tesoro aquí. Si algún día se cansa de ellos... —señala mi amigo con cara de interés.

—Uno nunca se cansa de escuchar música, y menos en un tocadiscos como éste —dice, cogiendo un vinilo y poniéndolo en él.

Comenzó a sonar Satisfaction, de los Rolling Stones.

—Éste lo tenía mi padre desde que salió en 1965. Aún se conserva como el primer día —comentó, moviendo la cabeza y fingiendo que toca la guitarra cuando el solista llega al estribillo.

Mi Granjerita (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora