20 Estuche

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Transcurrido un tiempo acariciando a Black, me doy cuenta de que Juliana se fue. Estaba tan feliz por saber que quizá no lo sacrificaban que no me percaté de ello. Me despido de mi chico y voy en su búsqueda.

Minutos más tarde veo que su despacho está cerrado; dudo por un momento, cuento hasta tres y me decidí a llamar.

—Adelante —oigo su voz grave.

—Hola... Gracias. Quería agradecerte lo de Black.

—Aún no es seguro, Valentina. No te hagas ilusiones... —me dice, cortante.

—Claro, pero al menos hay una posibilidad.

—Puede haberla, te repito —insiste, molesta.

—Vale, puede haberla, con eso me conformo. ¿Te pasa algo? —pregunto, ceñuda.

—Estoy cansada, nada más —responde, tajante.

—¿Nada más? Esta mañana estabas alegre y ahora estás tirante. ¿Qué hice?

Esboza una sonrisa irónica y eso me enerva. ¿Debería saber qué es lo que he hecho? Ok, comencé un tonteo, pero, después de la canción que le gustaba a su madre, me pareció inoportuno seguir. Quizá haya sido algo idiota, pero no era lo apropiado.

—¿Por qué esa sonrisa? —le pregunto.

—Déjalo, Valentina. Estoy cansada, tengo que terminar unos papeles y después me quiero ir a la cama. Esta noche no he dormido, ¿lo recuerdas?

—¿Ahora es culpa mía? —indago, enervada, en un tono bastante borde. Esto ya es lo que faltaba—. Porque te recuerdo que te ofreciste a quedarte conmigo y me dijiste que habías dormido toda la tarde... así que no me culpes—le espeto, enfadada.

—No te culpo, pero quiero que dejemos este tema, que me dejes tranquila y te vayas a hacer lo que te dé la gana. Nada más.

—¡Perfecto! —respondo, con un cabreo de mil demonios.

Salgo del despacho. ¡Maldita granjerita! Ya está aquí de nuevo su detestable genio. A veces pienso que es bipolar. Porque, si no, ¿Cómo es posible que cambie de humor tan rápidamente? No lo entiendo, no sé qué estoy haciendo mal. Quizá debería marcharme ya. Tengo el dinero ahorrado de la liquidación y, con estos meses que he trabajado, puedo pagar parte de lo que me queda de la carrera; después ya veré cómo hago para encontrar otro trabajo.

«Sí, tengo que irme», me digo mentalmente.

Justo en ese instante, como si alguien me hubiera leído la mente, mi teléfono suena: es Sofía. Ayer no conseguí hablar con ella; tal vez esté fuera. Descuelgo con rapidez.

—Hola, Tyni. Lo siento, ayer llegué a casa muy tarde, reuniones y más reuniones —me explica, exasperada. Casi puedo imaginármela haciendo movimientos con ambas manos al captar su tono tan expresivo—, pero leí tus mensajes. ¡Cabrón, hijo de perra!

—Hola, Sofi. Tranquilízate, no quiero que te dé un infarto a tu edad. Todo está bien. Bueno, menos con la granjerita. Hoy está de un humor de perros.

—Vaya, vaya. ¿Problemas en el paraíso?

—¿Qué paraíso ni qué nada? Creo que voy a irme, estoy muy cansada...

—¿Estás demente?

—Es lo mejor. Antes de que pase nada más, pues entre nosotras la tensión se palpa en el ambiente, Sofi, y, después de todo lo sucedido, la gente aqui no está a gusto.

—Stop! No digas más tonterías, ¡no te vas a ir! ¿Me oíste? Si te vas, todos van a pensar que, al final, la culpable de lo sucedido con ese malnacido eres tú. Espera un tiempo y después, si no cambias de opinión, te vas.

Mi Granjerita (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora