32. El deseo en el silencio

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Pietro

—¿Qué averiguaste? —le consulto a Geert que está del otro lado de la línea del teléfono, frunzo el ceño al escucharlo—. Ya veo, el contenedor —susurro, acto seguido cuelgo cuando veo a Rosette llegar al living, abandono el móvil sobre la mesa—. Buenos días. —Sonrío.

Ella entrecierra los ojos.

—¿Sucede algo?

—La carga de tu contenedor tenía destinatario. —Me pongo serio.

—Sí ¿Y?

—Lo sabías.

—Más o menos ¿Cuál es el punto? —Enarca una ceja.

—Calculo que Dominick no te iba a entregar, pero...

—No lo iba a hacer, solo fue para despistarlos.

—¿Despistarlos?

Se muerde la lengua.

—Mierda.

—Eran más de uno —afirmo.

—Todos quieren conmigo ¿Qué te puedo decir? —Se ríe.

—Aunque seas una hermosa mujer, no creo que sea por eso. —Me acerco y le limpio la sangre en su labio—. No te lastimes a propósito.

—No puedo hablar, no debo hablar. —Se gira para irse, se dirige a las escaleras y la sigo hasta su cuarto.

Golpeo seguidas veces la puerta cuando la cierra con fuerza antes de que la alcance.

—Rosette, escúchame, necesitas dejar de ocultarte, y me refiero a que sabes que yo no te haré daño, así que por favor, cuéntame, si lo haces puedo ayudarte, ¿entiendes?

Abre la puerta y me sobresalto, no creí que abriría.

—¿Sabes lo difícil que es callar? Requiere tiempo y constancia, este último tiempo mi práctica se fue al demonio, necesito parar. —Puedo ver la angustia en sus ojos.

—¿Te arrepientes de haberte ido a divertir? —expreso sorprendido.

Suspira.

—Me arrepiento de tantas cosas.

—¿Te arrepientes de lo que haya pasado entre nosotros? —Sonrío.

Rueda los ojos.

—No, eso no, pero tampoco es importante.

Doy un paso hasta ella, tomo su mejilla, retrocede, termino agarrando su cintura y girando su espalda hacia la pared de la habitación. Acerco mi rostro al suyo, entonces puedo oler su deleitante perfume.

—¿No me dejas seguir soñando? —expreso sobre nuestra última conversación.

Se queda en silencio y muy seria, observándome.

—¿Y crees que soñando vas a lograr que hable? —Enarca una ceja.

Me río.

—En lo absoluto. —Me acerco a su oído para susurrarle—: Mujer de pocas palabras, en la cama no necesitas decir nada.

Un rubor crece en sus mejillas y se muerde el labio un momento, así que baja la vista al suelo, quedando pensativa.

El prometido de la Inglesa (R#13) [Prometidos #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora