10. Té antes de la reunión

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Violette

Estiro los brazos y avanzo por mi nueva mansión, bajando las escaleras. Nada como una hermosa noche de lluvia para relajarse y luego que en la mañana esté soleado. Las luces de esta edificación son muy buenas. Será el sitio en que me trajeron para vigilarme, pero está muy bien hecho. Bajo mis manos molesta cuando lo veo, así que se me va toda la paz.

—¡¿Qué haces aquí?! —chillo viendo a Eduardo sentado en mi silla blanca y apoyando su taza en mi mesa—. ¡¿No se suponía que no me ibas a seguir y que no te interesaba?!

El español imbécil se ríe y se toca su cabello castaño claro, muy tranquilo, se ve bastante relajado.

—Y no lo hice, vine temprano para que no supieran que no te estaba vigilando. —Deja su pelo que se ve suave y toma de su té—. Ya te dije que no estoy interesado en ti, ¿por qué iba a mentirte?

—No lo creo, no hay hombre que se me resista. —Alzo la cabeza con orgullo.

Él vuelve a reír.

—Muy bien, hay que tener el ego en alto.

Entrecierro los ojos al mirarlo de manera fija.

—¿No me crees?

—Tenemos gustos y opiniones diferentes. —Toma otro sorbo de su taza—. No deberías irritarte por eso, el mundo está lleno de posibilidades.

—Genial ¿Ahora eres filósofo? —exclamo con sarcasmo.

—Violette ¿Por qué sigues aquí? Yo solo estoy desayunando, si no te gusta mi presencia puedes irte y comer con otro, aunque yo no me iría, están recién calentitos los pretzel.—Señala la bandeja.

Enarco una ceja, me quedo un momento quieta, luego camino y me siento en la silla que tiene en frente.

—¿A qué estás jugando, Eduardo? —Tomo un bollo y le doy una mordida—. No logro descifrar tu juego.

—Admitir que estás perdiendo es buena señal.

Ruedo los ojos.

—No te soporto.

—Curioso es que me han dicho que sucede al revés.

Enarco una ceja.

—¿Disculpa?

—Nadie te soporta. —Alza la tetera que trajo la empleada—. ¿Té?

Presiono los dientes.

—No, gracias.

—Relájate, es solo lo que escuché, también me han dicho que eres una fiestera, aunque eso ya lo comprobé por mí mismo.

Hago una sonrisa de lado.

—Sí, lo recuerdo, supongo que es lo único bueno que tienes para mí —me burlo al mirarme las uñas.

—¿Segura? Para mí no sabes divertirte.

Alzo la vista, indignada.

—¿Qué quieres decir?

—Conozco fiestas mucho más divertidas que a las que tú vas. —Toma otro sorbo de su taza sin dejar de observarme—. Lástima que no podremos ir.

—Ah ¿No? ¿Y por qué? —Enarco una ceja—. ¿Me ofreces diversión y te echas para atrás? Qué absurdo.

—Esta noche hay una reunión en un salón de tu familia, estaremos ocupados allí, además no hay razón para escaparme contigo.

Me muerdo el labio inferior, me acerco a su rostro y sonrío.

—Me gusta la adrenalina, Eduardo, no seas así.

—Sé que te gusta, pero no va a pasar.

Vuelvo mi espalda a la silla, enfadada, y me cruzo de brazos.

—Eres irritante, además para ser alguien que no está interesado en mí sabes demasiado.

Ríe de nuevo.

—La famosa fiera indomable ¿Cómo no voy a saber de ti si eres escándalo tras escándalo? Sin contar que me mandaron a atraparte y vigilarte, me dieron cada dato sobre tu persona. No es personal, fue solo trabajo, cariño.

—¿Y qué más te pidieron que hicieras?

—Buena pregunta, pero no la voy a responder.

—Me cansé, me voy. —Me levanto de la silla y me largo de la mansión.

Eduardo

Tomo un pretzel y lo mastico mientras veo como Violette se va. Se escucha un tremendo portazo, así que me río. Se nota que la hice enfadar.

No tengo idea de cómo su hermano piensa que la voy a convencer usando psicología inversa, pero igual me estoy divirtiendo mucho.

Soy encantador e irresistible, no me preocupo por atrapar a mi objetivo, ella vendrá solita.

Mi celular suena y mi sonrisa se esfuma al ver el número, luego vuelvo a sonreír con confianza.

—Señor Lamarck —lo saludo.

—Andas desaparecido, Patriska.

—Me gusta hacer mi trabajo en el anonimato.

—Más te vale que aparezcas o encontraremos la forma de llevarnos a tu hermana y divertirnos un rato con ella, para que entiendas quien manda aquí.

—No les tengo miedo —digo fríamente—. Pero no se preocupen, cortaré cada uno de sus miembros si llega a pasar algo como eso. —Le cuelgo y me como otro pretzel—. Oh, esto está delicioso.

Mi empleado se me acerca, le entrego mi celular, hago una señal para que lo destruya y me consiga otro, pues no puedo tomarme el lujo de que puedan localizarme. 

El prometido de la Inglesa (R#13) [Prometidos #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora