7. Presentación formal

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Violette

Camino con las manos atadas y me empujan mientras avanzamos, oigo el sonido de la puerta cerrarse, entonces cuando me sacan la capucha de la cabeza, lo miro a sus ojos verdes, iguales a los míos.

—¿Eres mi hermano o mi verdugo? —le digo molesta.

—Olvidas que soy el líder de la mafia inglesa, me subestimas, hermanita.

Ruedo los ojos.

—Te haces el superior, pero ni eres una pizca de lo que fue papá. —Abandono mi gesto de molestia, para luego sonreírle—. Sabes que mi hijo es el heredero de toda la fortuna Lovelace, así que no tiene sentido que te hagas el malote conmigo.

—¿El que no te molestas en visitar? Ah sí, recuerdo, qué buena madre eres —expresa con sarcasmo—. Tienes la suerte de todavía tenerme como jefe, ese chico ya te hubiera matado.

—No te hagas el que lo conoces, Pietro lo ocultó bien. —Enarco una ceja.

—Me bastaron pocos días para saber lo parecido que es a ti. —Sonríe—. Aunque Adler está enojado con la vida por tu culpa, deberías intentar hacer las paces con él.

—Mi hijo me importa una mierda, no me sirve para nada, ni para robarle dinero a Pietro, así que guárdate tu opinión.

Suspira con pesadez.

—¿Es que acaso no tienes ni un poco de humanidad en tu sistema? Creí que estabas enamorada de Pietro.

—Estaba, tiempo pasado, luego me aburrió, solo sirve para un polvo y ya.

—Más te escucho, más me aterras, no sé ni con quién estoy hablando. —Bufa.

—Escúchame, Brayton, que tú te hayas casado y formado una linda familia, no significa que yo vaya a hacer lo mismo.

—Por lo que veo papá y Pietro te consintieron demasiado —opina fríamente—. Pero ya no más, te mandé a traer para que dejes de hacer lo que se te cante con la fortuna Lovelace.

—¡No me digas qué hacer con mi dinero! —grito furiosa—. ¡¿Quién te crees que eres?!

—Aparte de tu hermano, soy tu jefe. No tengo tiempo para tus caprichos Violette. Estoy trabajando, preparándole la boda a mi hija y encima tengo que vigilarte, ya estás grandecita, por favor.

Sonrío de manera amplia.

—Y no lo hagas.

—Si no me meto, harías transacciones indebidas y quién sabe con qué enemigo te fueras a revolcar o si pusieras a un aliado en mi contra, llevo años intentando que dejes de hacer estupideces.

—¡Puf! ¿Y no te cansas? Eres más aburrido que Pietro, ríndete.

—Qué lástima que seamos de la misma sangre. —Se gira molesto para irse—. Tienes suerte de que te estime.

—¿Y qué vas a hacer conmigo? ¿Encerrarme para siempre? —me burlo.

Sonríe de costado, pero no le da tiempo a responderme, porque una de las puertas de la sala se abre, entonces visualizo al Español Imbécil.

—Tú —digo molesta.

—Siento interrumpir —expresa el susodicho, sonriente.

Parece que siempre sonríe.

—Eduardo. —Mantiene el buen humor mi hermano—. Qué bueno que llegas ¿Me haces un favor? Llévala a su nueva casa, necesito tenerla vigilada.

—¿A cambio de qué? Seguro me contagia su odio, y yo soy encantador, no puedo perder mi encanto por su culpa —finge lamento—. Al menos necesito una retribución.

Es un... ¡Desgraciado!

—¡¿Qué te pasa?! —me quejo—. ¿Qué te haces el interesante? Si tenés algo en mi contra, vení y decímelo a la cara. —Enarco una ceja.

Se ríe y al fin fija su atención en mí.

—¿Contra ti? Nada, me das igual, pero por las dudas, me tengo que proteger.

Es definitivo, es un imbécil.

—Te pagaré, no te preocupes —responde Brayton, ignorando mis quejas, luego me mira a mí—. ¿Ya conoces a Eduardo, cierto? Es mi nuevo socio.

—¿Me tomas el pelo? —expreso molesta—. ¡Es el que mandaste a atraparme!

Mi hermano se ríe.

—Sí, lo sé, solo lo hacía formal.

Los odio, los odio a todos.

El prometido de la Inglesa (R#13) [Prometidos #2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora