27. Honor y fuerza

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Cuando ella emergió de la oscuridad del pasillo, dejando a Erenn atrás, entró al establo terminando de acomodarse los cinco anillos de garra en la mano izquierda, eran parte de la armadura; a un lado los reyes, nobles y soldados ya estaban esperando, como hombres de guerra, ninguno parecía tener problema a estar parados sobre fango seco, parecían entretenidos, veían entre cotilleos todo. Ruslan se hallaba parado en medio del establo, tan victorioso, la veía como si fuera una niñita tonta y tierna.

Qué fastidio. Qué fastidio tratar y tratar y no ser tomada en serio.

Beata continuó caminando con el rostro y cuerpo expresando seguridad, firmeza, pero Ruslan la miraba lascivo, al estar sus curvas ceñidas y ajustadas por la armadura. En otros tiempos se hubiera sentido indignada por ser solo un pedazo de carne, pues bien, había abrazado su situación de mujer, no iba a sentirse mal por algo tan natural como la sensualidad.

Y tampoco sentiría vergüenza por ser mujer y meterse en la guerra junto a todos esos apestosos. Si al luchar su trasero se veía más redondo o sus piernas más insinuantes ¡AL DEMONIO! Si las costumbres o leyes no se adecuaban a lo que necesitaba, las cambiaría, así, su hija sufriría no sufriría los mismos golpes.

Y no puedes odiar tu cuerpo siempre, maldita, no puedes hacerte eso.

Así se plantó frente a Ruslan, a unos diez pasos de distancia.

Él estaba desarmado, lucía más peligroso al ser un mastodonte, y ella, con su cuerpo femenino, más débil a los ojos de todos, de Erenn.

—Pelear desarmado contra tu espada no es porque quiera humillarte, reina viuda, lo juro.

Beata sonrió mirando hacia donde se había acabado de acomodar Erenn, y le lanzó la espada, que él atrapó asintiendo ceñudo; aunque le costara intentaba apoyarla en esa locura. Al otro lado de los reyes, Muraena ya los miraba, tan indignada y estirada, su sirvienta le hacía sombra con una enorme pluma.

Lo que sea que buscaran de Beata, rabia, juzgarla, su debilidad, su forma de pelear; no lo conseguiría, pero no podía arruinar esa situación frente a tantos hombres importantes.

—¿Entonces qué quieres de mí?

—Reina viuda—solo trataba de recalcarle su posición no ventajosa frente a Muraena, la reina consorte de Erenn, ella sabía—. Quiero divertirme a tu costa, reírme a carcajadas; porque solo me provocas eso—lo dijo tan jovial y agradable que la hizo enarcar el ceño.

—Siendo así—Beata se puso la mano en la cintura con una sonrisa lujuriosa para confundir—, dame un buen puñetazo, una paliza que me ponga en mi lugar.

El hombre sonrió de oreja a oreja y se abalanzó hacia ella. Beata era mucho más pequeña, ágil, liviana. Solo le bastó agacharse lo suficiente y dar una vuelta delicada y veloz para saltar por el lado del lento hombre al tiempo en que levantaba la mano izquierda y le aruñaba el cuello con sus anillos afilados con forma de garras.

Ambos se alejaron dando un salto hacia atrás, girándose para verse. Ruslan no sintió el rasguño, por lo que se puso en posición de pelea.

Beata dejó su pose de ataque, colocando las manos detrás de la espalda, mostrándose confiada y tranquila. Los reyes exclamaban, disfrutando la lucha.

—Siempre resulto decepcionante de una u otra forma, disculpa, pero soy un mal chiste... mmm, no, no, no—musitó pasando de la delicadeza a una frialdad controladora y dura. Ruslan miraba a todos, poniendo mala cara—, soy más bien un cantar de miedo; no causo risa, no divierto...

—¿Qué...? —Ruslan parpadeaba mareado, con la cara poniéndosele verde. Beata se acercó hasta estar parada a un pequeño paso de él, que intentó darle un golpe con el puño, empezando a balancearse levemente, más y más desorientado; ella lo evadió sin problema.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora