9. Una niña de ojos verdes.

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Dulce.

Habían ido a la parte trasera de aquella casa, en plena oscuridad y rodeados de arbustos, Alaris estaba sentada sobre él, abrasándolo por el cuello. Devorándose con una rápida necesidad, las manos del hombre se paseaban cómodas y demandantes a lo largo de sus piernas y nalgas, haciéndola perder la respiración.

Tan dulce.

Qué forma tan urgente de mover su boca contra la de ella, la mordía sin piedad, sus manos se moldeaban en las nalgas frías de Alaris, apretándolas hasta hacerla sentir la necesidad de pegarse más contra él y aliviar la necesidad entre sus piernas.

Cómo le gustaba la forma en la que la hacía sentir, su cuerpo ancho y fibroso.

—Si...—dijo Calem entre beso y beso. Ella llevó la boca por su mandíbula, queriendo hacer que él se perdiera y la penetrara ahí mismo—te tomo aquí, ¿Te arrepentirás mañana?

Alaris lo miró por un momento corto y volvió a besarlo, metiendo su lengua en la dulce boca de él, en sus labios demasiado dulces... sí...

Dulces como el amor debía ser.

—Siempre...—gimió contra su boca, pegando sus pechos en él por pura necesidad—siempre me arrepentiré.

Calem se separó un poquito para darle un beso corto, luego otro más dulce mientras tomaba las manos de ella y se las quitaba de encima. Alaris sintió que caía de golpe a la realidad, sin aliento, vio los ojos azules de Calem e intentó volver a besarlo como los dioses mandaban, pero él apartó la boca casi de inmediato.

—No me mires así, no voy a darte más—dijo al notar el enfado de ella. Alaris se zafó de su agarre y se lanzó sobre él, cayendo ambos en la hierba, lo besó y lamiendo sus labios movió la pelvis contra su miembro, no dispuesta a quedarse con hambre—. E-espera...

Lo escuchó gruñir muy bajo, eso le gustó.

—Cierra los ojos, yo haré lo mismo. Imagina que soy otra—gimió ella devorándolo más, pero Calem giró el rostro a un lado, y cogiéndola de la cadera los hizo sentar. Ambos respiraban agitados, mirándose intensamente.

—No me gusta ser la compensación de nadie, ya te lo había dicho. Deja de presionarme—susurró severo. Alaris de repente se sintió avergonzada y llevó sus manos a las caderas, para bajarse el vestido y tapar toda la piel. Él le tomó las manos con suavidad al notar su semblante afligido—no dudes de las ganas que tengo, ¡Muchas ganas! Pero no voy a hacerte esto más.

—¿Porque estoy borracha? ¡La herida del cuello ya no me duele tanto!—gimió cabizbaja—olvida eso, no te voy a reprochar nada luego.

—Puede ser, pero—carraspeó—tengo la ridícula ilusión de que la próxima vez que suceda, no sientas ninguna clase de remordimiento; es eso—Alaris dejó de respirar, asombrada—quiero que al despertar estés satisfecha de verme al lado, de todo lo que hayamos hecho antes. Me siento raro por saber que lloras gracias a lo que hicimos.

Ella tenía la cabeza entera ardiendo en llamas de bochorno. Sabía que tenía que decir algo, pero... ¡Quería morirse!

—¿Po-por qué?

—Por el poco orgullo que me queda—murmuró bajo y sensual, haciéndola marear—no habría nada mejor que verte aceptar lo mucho que te gusta tenerme tocándote bajo las gazas que te aplastan el pecho.

—Pero...

—Y si te hago todo lo que quieras ahora, sé que mañana vas a sentirte mal, a sufrir por lo que le haces a tu familia—le acarició con el pulgar la piel de la mano—, también es tu merecido por haberte metido conmigo ese día lejano, cuando eras una mocosa atrevida.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora