Crisabel, Daster y su guardia de soldados llegaron al puerto de Darhazej a mediodía, luego de una luna de viajar por el mar. Apenas tocaron tierra, un grupo de diez soldados se les acercaron, eran rudos y lucían más pulcros, limpios. A Daster y a Wei, otro guerrero, le hablaron en Verinto.
—Mi señora—Crisa se detuvo en medio de la tabla que los bajaría del barco—estos Birrences preguntan el motivo de nuestra llegada a Birren.
Crisa habló contundente, mirándolos:
—Venimos a comprar cerámicas de la más fina calidad, porque somos comerciantes, señor, ¿Qué problema nos ve? —Wei, que sabía Verinto, se los comunicó; los soldados les insinuaron que debían pagar un impuesto, y que estaban buscando a una mujer con su color de cabello por órdenes de los superiores, Crisa tuvo que sobornarlos y pagar el impuesto, curiosa.
—Las que son como yo nacen una vez cada cincuenta o cien años, decía mi tía, y solo en Sortia—le contaba Crisa envolviéndose el cabello con un manto blanco y luego con la capa—, esto es interesante.
—Tal vez exageraban y solo era una excusa para sacarnos dinero.
—No leí eso en ellos, es un motivo más para creer en Beata viva; alguien quiere mi cabeza—Crisa cerró los ojos e inhaló, deteniéndose entre la gente que caminaba en distintas direcciones.
—¿Ve algo de la consorte Zarón? —Crisa se sobó los parpados, exhausta. Estaba enferma, tenía fiebre y veía demasiado.
—Nos vamos hoy mismo a una comunidad que se llama Racos, compra abrigos para una lluvia blanca y espesa de hielo, comida y caballos que soporten el frío más mortal.
—¡¿Qué, mi señora?! ¿Está segura de lo que dice? —ella sonrió. Daster no creía en sus dones, pero era completamente leal.
—Pregunta si existe Racos en esas montañas—señaló al horizonte lejano—y recuerda que es mi primera vez aquí, no conozco nada por experiencia propia—Daster asintió antes de marcharse a su labor.
Crisa vio con el ceño fruncido a la lejanía, más allá de los marinos, de la hermosa ciudad portuaria y su gente ignorando esa labor tan importante de recuperar a la reina, lo que estaba en juego allí. Parecían pequeñas nubes, cuando en realidad eran las copas de montañas blancas, allá, la sentía, sus pasos, su cabello sacudiéndose, veía las manos pálidas tocando cadenas, la voz de otros susurrando, y a los espíritus que lo confirmaban.
Sonrió con dolor, porque ahora, ambas volvían a pisar la misma tierra, y sentía que estaba a una colina pequeña de su amiga, cómo sus esencias se tomaban de las manos; como despertar luego de una pesadilla... o entrar en una que valía la pena.
❃❃❃❃❃
Regresando a Addana, Alaris tuvo muchas oportunidades de escapar ya que algunos soldados que la vieron crecer en el palacio parecían descuidarse a propósito para ayudarle a irse, pero no fue capaz.
Solo miraba su muñeca de madera, día tras día, sentada en una esquina de la jaula en donde era transportada. Estaba encarecidamente decidida a darle la verdad a Erenn, pero cada noche se desesperaba pensando en Crisa y Beata.
Daría lo que fuera por estar con ellas, la enfurecía que Crisa la hubiera hecho a un lado deliberadamente, como si no fuera capaz de soportar lo que fuera que pasaba con su hermana, como si de las tres, no se tratara de la más capacitada para matar y defender.
Todo se volvió un hecho horrible cuando, después de atravesar la ciudad de Nanza, con ella escondida en una carreta, la sacaron a empujones en el patio dentro del Palacio, con el vestido tieso de mugre, el cabello pegado en cuello y cara.
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El fervor del Príncipe|COMPLETA|
RomanceAlaris está tan devastada que en un arranque de locura terminó revolcándose salvajemente con quién juró matar, el asesino de su hermana: Calem Velzar. Acusada de alta traición por Erenn, no le queda más remedio que escapar de la muerte con el Prínci...