1. El bastardo.

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Dos noches después.

Pirital era un pasaje de mala muerte en la ciudad.

—No es Quile, sino Quileén; el calabozo del clan Uzari, los que se comen la lengua de sus enemigos—desde que Erenn pasaba lunas lejos, ella aprovechaba para escapar del palacio y ver las mañas del mundo, así se había hecho amiga de Corina.

—Necesito ir—dijo Alaris terminando de beberse su aguamiel dentro del burdel del norte, en Nanza. Ambas estaban sentadas en la taberna del repugnante lugar—. Te pagaré.

—Voy a fingir que no escuché eso—su amiga de cabellos rizados la miró con desdén—. Soy puta, pero no tonta, y no vas a morir por mi culpa.

Alaris hizo un mohín.

—No lo dije porque seas una prostitu...

—¡No es eso! —Corina se embadurnaba el rostro de pigmento blanco, la poca ropa dejaba casi toda la intimidad expuesta—su majestad el rarito me arranca las tripas si te tocan un pelo. ¡Ya, ya! Vuelve a tu bonito palacio y dale mis saludos a nuestro rey. Dile que las damas del burdel norte le daremos una noche de él con las cuarenta mejores hembras cuando quiera. Pobrecito, parece que le hubieran cortado la hombría.

Alaris hizo una mueca. Era un rumor, pero incluso a ella le constaba que Erenn no había estado cerca, en todo ese tiempo, de ninguna mujer.

—Por favor, es una noche... ¡Llévame a Quilan!

—Es Quileén, ¿Ves? Ni eres capaz de recordar eso, además, estás a un paso de casarte y te quieres meter en un nido de ratas que ni los dioses pisarían, ¡¿qué pasa contigo?!—a Alaris se le llenaron los ojos de lágrimas por la mención de su dolor profundo.

Con que el chisme sobre su matrimonio humillado no se había extendido tanto.

—En Quileén está el que mató a mi familia—tragó saliva porque estaba a punto de llorar. Corina detuvo su maquillaje, para mirarla ceñuda—yo no tengo nada, Corina, yo me siento muerta, y si lo mato a él, tal vez pueda volver a vivir.

Sus miradas lucharon silenciosas, hasta que Corina gruñó.

—Ese es el problema de lidiar con princesitas—le dio la espalda, incorporándose—¡Creen que todos deben hacer su voluntad! Pero me pagas la noche, porque yo sí me parto los labios para poder comer.

El llanto de Alaris se atragantó con una risa al escuchar eso.

—No soy una princesa.

—Sí, claro; conozco a alguien que hace guardia en ese hueco, deja que hable con él... pero, ¿a quién estamos buscando?

Carraspeó, recordando las pistas lunáticas de Crisa.

—Un monstruo... afeminado y feo.

......

Tras tres días, Corina la hizo cabalgar por el bazar hasta una gran casa cercana a la orilla del río que atravesaba Nanza. Era una fortaleza, con muros, edificaciones de varias plantas, e incluso una pequeña torre.

—Bueno, niña, tienes hasta el amanecer para ordenar tus asuntos, nadie molestará—decía Tival sacándose la oxidada armadura para pasársela a ella; con manos temblorosas se la puso sobre la ropa que le robó a Erenn. Corina hacia guardia entre los árboles secos—sería más sencillo si yo lo hiciera por ti, te cobraría un poco más, pero puedes ver si tantas ganas tienes.

Alaris negó colocándose el pesado casco, más decidida que nunca.

—Su cráneo aplastado es algo que solo yo debo ver—hizo las manos puños, recordando la pútrida expresión de Calem ese horrible día en el prado. De inmediato bloqueó todo. Recordar a Beata muerta la enfermaba a menudo.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora