Alaris le rasgó los pantalones con su daga, ya había atado al llorón de Dreven de manos y pies a cada esquina de la cama. Un sudor frío descansaba en su nuca.
Amarrar pene y testículos con la venda, haciendo un muñón apretado que le haga desear no haber nacido.
Torcer el muñón a un lado.
Cortar desde la base en un sólo movimiento.
Veloz, limpio.
Pero un sonido estridente viniendo de otra habitación la hizo levantarse de golpe.
Eran los gritos de Erelynn.
Se armó con su espada, corriendo a los pasillos, siguiendo el llanto de la niña con su interior contraído de miedo. Escuchó voces masculinas al llegar a los aposentos dos habitaciones después de la de Dreven.
Ella había entrado allí antes de amarrar a Dreven, se suponía que en la casa sólo habitaban los dos.
Tomó una bocanada de aire, abriendo las puertas.
A unos cinco pasos, había cuatro hombres dándole la espalda, vestidos de marrón rodeaban el lecho de la niña, tenían la cabeza cubierta y sus espadas brillaban por el reflejo de la luz lunar, pero lo que hizo jadear a Alaris fue ver a Calem sobre el lecho, sosteniendo su espada en guardia, y con su otro brazo cargando a Erelynn, que no paraba de llorar, horrorizada.
Él...
La protege.
Nunca se alegró tanto de ver al rubio, que estuviera en esa posición la llenó de una gratitud interminable.
—¡Es un maldito alivio! —exclamó él en una bocanada de aire, como si hubiera vuelto a la vida—cargando a esta mocosa no tenía forma de acabar con ellos—suspiró—podría besarte, Alaris.
Ella fruncía tanto su ceño que le temblaba.
—¡¿Quiénes son y qué mierda quieren con mi sobrina?! —los cuatro intrusos se miraron, para intercambiar una serie de palabras y luego reírse. La guerrera apretó la empuñadura de su arma. Hablaban Verinto; la lengua materna de Beata.
—Nos creen inferiores y débiles—aclaró Calem, con la mirada demasiado calmada para estar con Erelynn llorando en su oído—. Son soldados de Birren, deben haber sido enviados por la familia de Beata.
Uno de ellos habló fuerte y claro. Calem intervino al notar la confusión de Alaris, que no entendía ese lenguaje.
—"Mujer vulgar, protege la vida que sí te pertenece y lárgate, somos dueños de las de estos dos"—tradujo a todo pulmón.
Alaris les dio una mirada sombría.
—Gracias por darme permiso para salvar mi vida—escupió irónica. Calem lo tradujo enseguida a la lengua de Birren—pero no gracias; puedo decidirlo yo sola, y quiero que nos matemos ahora.
Dejó caer su capa al suelo, quedando en pantalones y camisa, se las había robado a Navill.
Los soldados se miraron. Otro habló, riendo ronco:
—Suelta eso y deja que...—Calem arrugó el ceño, hablando apenas el otro hombre pronunciaba su respuesta—hunda mi espada en esa tierra virgen, podemos perdonar tu salvajismo si abres las piernas para nosotros.
—Vamos, guapo—Alaris dio su sonrisa más deslumbrante—quiero verte intentando profanar a esta tierra virgen.
Pero su desafiante sonrisa se borró después de un momento; Calem no lo tradujo, incluso los soldados lo miraron de reojo, esperando.
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El fervor del Príncipe|COMPLETA|
RomanceAlaris está tan devastada que en un arranque de locura terminó revolcándose salvajemente con quién juró matar, el asesino de su hermana: Calem Velzar. Acusada de alta traición por Erenn, no le queda más remedio que escapar de la muerte con el Prínci...