24. Damas y bestias

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Los sollozos de Beata volvieron a despertarlo, ella ya había ido a ver a Erelynn como todas las noches cuando los recuerdos la desorientaban, pero a veces ni eso calmaba su mente, y él solo podía abrazarla con toda la protección, escondiéndola en sus brazos y cuello:

—Erenn... Erenn...—susurraba dormida, llamándolo en un llanto lastimero que le ponía a él todo a prueba.

—Aquí estoy—murmuraba apretándola más, diciéndolo en su oído para que al menos dentro de la pesadilla ella lo viera llegar a su celda y salvarla como no pudo—, te tengo, mi amor.

—N-no...—suplicó ella dormida y llorando con un miedo indescriptible—no me violen.

El corazón se le detuvo.

Fue como si volvieran a arrancarle los dedos, peor, como si le apuñalaran el pecho. Los ojos huecos de horror y rabia se le mojaron mientras la apretaba firme para que dejara de sacudirse.

—Beata—murmuró cuidadosamente, con la voz ahogada por el llanto—¿Fuiste violada?

Ella, tan dormida y desorientada por su mente invadida de las sombras de su propia guerra, no le respondió, solo pidió piedad y venganza.

Él fue devuelto a la realidad cruel, a la incertidumbre, al enorme dolor. Eso días habían sido hermosos, como en el pasado, pero ya no era igual.

Lloró por ella, solo por ella. Y juró de nuevo tanto para hacerla feliz.

❃❃❃❃❃❃

La mañana los rodeó y así el encuentro entre los reyes había llegado, Erenn solo esperaba que hubiesen atendido el mensaje, había peleado y conocido a la mayoría, como asesino en el pasado, o como rey en la guerra. Él terminó de ponerse silenciosamente la armadura, con el peso de la vida de todos, con los huevos enormes, porque allí comenzaba lo que sería una de las guerras más devastadoras si no iba con cuidado.

—¡Ahs! ¿Por qué no me despertaste? —murmuró Beata sacándose las mantas de encima para ponerse de pie, así notó ella que un grillete de hierro estaba alrededor de su tobillo izquierdo, amarrándola a la pata de piedra del lecho. Erenn se incorporó envainando su espada y dándole la cara.

Ambos se miraron en una tensión peligrosísima.

—¿Por qué estoy encadenada a la cama? —murmuró con los hombros tensos—. Erenn.

Él solo tenía en mente lo que sucedió en la noche, verdad o no, daba lo mismo.

—Eres mi mujer—dijo poniéndose la capa encima, endurecido—, no un soldado, ni un hombre, te vas a quedar aquí hasta que vuelva. Mañana nos iremos a la capital, allá permanecerás bajo tierra con Erelynn a salvo hasta que yo diga.

—¡¿Qué?!—ella se llevó las manos a la cabeza—¿No basta todo lo que te conté que he hecho? ¡Yo puedo! Sé pelear, me he roto los músculos para prepararme, sé más de estrategias militares como para...

Acordaron que ella iría disfrazada de soldado, una estupidez considerando los riesgos.

—No vas a volver a tocar un arma y mucho menos meterte en este asunto. Te lo prohibido, Beata—la miró amenazador como hacía mucho no hacia—. Desde hoy no vas a caminar sin mi permiso, no vas a hablar con nadie sin que yo lo sepa, no vas a respirar si yo no estoy de acuerdo.

Él solo imaginaba su dolor, era todo en lo que pensaba, cómo la mujer frente a él ya no era la joven torpe y risueña, la seguía amando, perdidamente, pero sus ojos rotos eran el tormento de Erenn. Iba a arreglarlo no volviendo a usarla de arma o escudo, saldría adelante como rey sin meterla a ella en conflictos que la podrían matar o herir más. Quería protegerla hasta de ella misma, de su mala suerte.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora