34. Esclavitud

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Ya no era de una familia sagrada, ni una reina, ni de la realeza. Fue quitarse el peso de ser una Zaron tocada por los dioses, de un título, una responsabilidad que le arruinó la vida.

Pero tampoco era una persona libre.

Soy solo la utilidad de mi útero.

Y si eso no era un motivo para destruirlos a todos, le quedaban diez más en la lista.

—¿Tanto fastidiarme la vida solo porque el que amabas me eligió a mí? ¡¿Qué culpa tengo?!—Takeshka en serio la detestaba, se veía en cada parte de su rostro contraído.

La rubia sonrió y el parpado le tembló de ira.

—¡Tú tuviste todo fácil! Llegaste al valle de las putas como una engreída princesa rica y de cara perfecta que ponía a todos a sus pies, no tuviste que luchar por nada, ni para que Erenn te volteará a ver, ¡Y me lo quitaste! ¡A mí sí me tocó sufrir hasta para comer! ¡Y aun así te quedaste con lo único bueno que podía tener!

—Oh, sí, mi vida es maravillosa—le dijo Beata todavía colgando del techo, destruida, con su vida más pisoteada que la dignidad de Calem.

—Aun no—sonrió la prostituta, levantando la aguja brillante—. Vine a deleitarte más.

Beata le devolvió la sonrisa, retándola.

—Ya termina. No te voy a matar en el futuro por esto—Takeshka no vino a asesinarme, mi útero es hoy lo único que me mantiene intocable, así que no temo—, te voy a matar por haberme alejado de mi hija.

Lo primero que recibió fue un puñetazo en el estómago, luego en la cara, la pobre Takeshka pegaba como manca, dolía tan poco para Beata, que rio. La rubia la tomó de la cara, llamó a dos guardias, estos entraron y sostuvieron a Beata, manoseándola abusivamente para que no se moviera, entonces, la prostituta empapó la aguja en el pigmento negro. Riéndose, empezó a marcarle el rostro, justo en los pómulos.

❃❃❃❃❃

Un soldado había alertado a Calem, que corría entre la prisión subterránea buscando la celda de Beata. Se guio por la voz femenina riendo. Al entrar de una patada a la puerta, encontró a los dos guardias y a una rubia, esta había llegado hacia un día al palacio con los sacerdotes de Agrimor; era la amante, la prostituta con la que él en el pasado se confabuló para arruinar a Beata.

—¡No la toquen!—rugió Calem lanzándose con su espada hacia ellos. Los tres intrusos retrocedieron, absortos.

—No importa—sonrió Takeshka, pasando por el lado de Calem—. Ya terminé.

Los soldados la siguieron callados.

—Cuidado, ramera—dijo Calem antes de que se marchara—, o puede que no veas a tu hija viva.

—Esa niña ya no es mi problema—hasta donde sabía Calem, Crisa la había secuestrado... al parecer, para nada.

Ya solos, Calem llegó hasta Beata, cuyo rostro sangraba.

—Bea...

—¿Qué le hizo a mi cara?—susurró temblando de rabia—¡Voy a arrancarle los dientes! ¡Mi cara, mi caraaaaa! ¡¿Qué hizo?!

Había un tatuaje sobre cada pómulo, era pequeño pero con un significado degradante.

Eso perturbó a Calem.

A medida que los días pasaban, el palacio se volvió un fuerte militar por las tropas que llegaban una tras otra; Beata permanecía encerrada en su celda, alimentada con lo que le llevaba Calem y algunos otros soldados, que al parecer, la respetaban.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora