Luna en el desierto

8.2K 1.1K 538
                                    

Wei encontró a un mensajero Birrence que cobró solo dos monedas para guiarlos hasta las montañas Bunia, Crisa había decidido mantener su objetivo-Racos-secreto por discreción.

La nación de Beata parecía de otro mundo, pues tras viajar diez días, alejándose de la fría costa, entraron a un paisaje blanco y helado, allí la gente era limpia, demasiado ñoña y por todo daban gracias o se disculpaban, lo que, para ellos, siendo de una cultura violenta, era incomprensible.

Cuando al fin tuvieron a las montañas Bunia al frente, debieron dejar los caballos y avanzar a pie, cargando el alimento durante cinco días, subiendo las montañas para llegar a su destino.

—Esta maldita gente ¡¿cómo respira?! —jadeó un soldado casi subiendo a cuatro patas el camino montañoso y empedrado entre los árboles y la nieve.

—¡Extranjeros débiles! —dijo su guía, Ori, muy fuerte y tranquilo.

—Señora—dijo Daster deteniéndose extenuado—, estoy harto de esto. ¡¿Para qué ir por esa maldita mujer si Erenn ya le puso reemplazo?! Una perra, otra perra, ¡Todas son lo mismo! ¡Un hueco con pelos!

Crisa se detuvo de golpe, al igual que los demás. Lenta, se giró para mirar a Daster con una advertencia en la cara.

—¿Qué? —murmuró como víbora—mira, alimaña asquerosa, tú eres sirviente de esta perra, así que me importa una mierda si te parece o no: vuelve a cuestionar esto y mis espíritus te van a matar. ¡Andando!

Apenas le dio la espalda al guerrero, sintió que Daster deshacía la distancia entre ellos; la cogía del cabello envuelto, jalándola hacia atrás con tanta brusquedad que Crisa cayó hundida en la nieve dando un grito de dolor.

Ni la guardia de diez o el guerrero Wei hicieron algo.

—¡Basura! —gritó Daster caminando por un lado de la pobre, muy soberbio—Solo charlatanerías de una loca. ¡Hágalo! ¡Máteme con el pensamiento! ¿No que muy poderosa, maldita?

Y le escupió a Crisa.

—T-tú... me traicionaste, todos—murmuró ella sentándose con dolor al tiempo en que Daster extendía la mano hacia Ori, el guía, que sacó de sus ropas una bolsa abultada con muchas monedas—¡¿Por qué?!

—¡¿Y por qué no, perra?! —miró al guía sonriendo—¡Ya la dejamos aquí! ¡Hagan lo que gusten con la bruja!

Atónita, Crisa vio emerger del bosque a un grupo de doce hombres vestidos de blanco. La guardia de Crisa y los dos guerreros traidores se rieron victoriosos por el botín, pasando por su lado como si nada.

—¡Esto me lo van a pagar, infelices! ¡Y los hijos de sus hijos!

—Crisabel, la bruja de fuego, la salvaje roja —dijo el guía acercándose hasta ella en zancadas victoriosas y soberbias, hablando Verinto—. Soy general de Darhazej. Ahora eres propiedad del rey Agrimor Zarón, y te va a sacar los ojos para ver el otro mundo a través de estos.

Crisa entreabrió la boca, soltando una risa loca.

—No entendí una mierda—sacudió la cabeza riéndose todavía más, llenando así el silencio, y quitándole la cara de victoria a muchos. Su risa se apagó en una expresión de furia intensa—, no sé Verinto, seguramente estás deseando mi muerte, ¡Pues mucha suerte! Soy una peste hasta para mí misma.

—¡Captúrenla! —cuatro hombres se lanzaron sobre ella, colocándole una bolsa de harina en la cabeza mientras le amarraban las extremidades, hablando ahora sí en Nezariah—. Esta salvaje con magia nos servirá para tener a la princesa.

Le propinaron a ella un puñetazo que pretendía desmayarla, bueno, continuó despierta, la pobre siempre tuvo cabeza dura y no se desmayaba con cualquier cosa, pero fingió, dejándose caer sobre la nieve. Los atacantes la levantaron, llevándosela apurados hacia arriba mientras Daster y sus hombres se alejaban cuesta abajo, salvando su pobre pellejo de la suerte que hubieran corrido de no haber recurrido a esa mentira, porque tarde, Crisa vio que los seguían para emboscarlos, y apurada tuvo que obligar a Daster a venderla al doble cara de su guía, o los habrían matado allí mismo.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora