32. Llora, y luego a brindar.

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Mientras Calem, Agrimor y todos tenían su atención en Alaris, Erenn le susurró a Beata:

—Amor de mi vida, es mi turno de pagar por los dos—en ella veía a la mujer que caminó desnuda por una ciudad entera para salvarlo, porque el amor lo hizo confiado, llevándolo a esto, falló en protegerla otra vez—. Quisiera que fuera de otro modo...

Intentó alejarse pero Beata lo sujeto del hombro, deteniéndolo con las facciones destrozadas para darle un beso apasionado de entrega absoluta. Los lastimó y también les permitió seguir en pie, pero era insuficiente. Su boca lo embrujaba.

Cómo la amaba, cómo se odiaba por lo que iba a hacer, él sentía que iba a morir.

Erenn se obligó a romper el beso con el rostro agónico.

—Vas a vivir—Beata habló en su oído sin temblor, con dureza—, esto te lo juro.

Él asintió, sabiendo que era matar al maldito o morir los tres ahí, porque no había escape posible, estaban rodeados, desprotegidos.

—Cuida de Alaris mientras gano—y la empujó hacia la dirección donde estaba la guerrera. El corazón de Beata se partió en dos, no quería dejarlo solo o alejarse de él en esa situación, pero ambos tenían que ser fuertes.

Alaris extendió la mano hacia Beata, que se acercó y cayó ante la guerrera para tomarle la mano mientras con la otra se quitaba el velo y lo ponía alrededor de la flecha, sobre la herida, deteniendo el sangrado.

Ambas se miraron con la inocencia destrozada.

—Todavía puedo pelear—Alaris estaba rabiosa, sabía que no era así—¿Qué hacemos?

—Así que esa es la mugrosa que osaste llamar tu hermana—dijo Agrimor—. se ve más como un hombre, ¡Qué vergüenza!

Abruptamente, una flecha se clavó en el césped, a un lado de la cara de Alaris, que cerró los ojos con dolor, porque ese maldito de Calem había vuelto a disparar una flecha fallida que pareció haber ido dirigida a la cabeza de Alaris.

—¡Ya basta!—les gritó, tanto a Calem (no entendía por qué los había traicionado tanto) como a la bestia de su progenitor, entonces, como una iluminación del cielo, Beata vio que en el emplumado de la flecha había evidentemente un diminuto pergamino enrollado.

—Majestad, ¿Capturo a la princesa ahora o...?—empezó a parlotear Calem.

Beata se movió para tapar la flecha y darles la espalda, así tomó el pergamino y lo leyó con Alaris viendo.

Segunda visión. Él mata a Erenn.

Eran los trazos de Calem.

Beata no respiró.

El tornado de sufrimiento que creció desde su estómago la hizo sufrir como pocas veces. Arrugó el ceño con el mundo viniéndosele encima con todo y espadas.

El rostro se le arrugó, a punto de llorar mientras se giraba hacia ellos y veía a Erenn lento y con su espada dirigirse Agrimor, sonriente para matarle; a Agrimor carcajearse mientras se sacaba las pieles, ni siquiera tenía espada, iba a atacar a Erenn con las manos y un cuchillo de mesa, ¿Por qué? ¿Por qué sé que va a vencerlo?

Contempló a su perverso padre, pero a la vez no.

Sin darse cuenta, Beata había tomado la espada de Alaris de su cintura, la sostenía.

También veo a mi hermana sangrando en mis brazos. Nosotros rodeados de los cadáveres humeantes de nuestros siervos y aliados, con un ejército aplastando la ciudad por mi culpa.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora