30. En la amargura del amor

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—Ahora haz una puntada por la izquierda, atraviesa la tela y luego la otra esquina—Alania, la jefa de los siervos reales, le estaba enseñando el arte de la ropa. Calem se había pinchado los dedos aprendiendo a coser la tela fina para el vestido de la maldita Alaris—¡Así no!

—¡Ahg!—exclamó, volviendo a pincharse el dedo enrojecido con la aguja de hueso—¡Mierda!

Lanzó la tela al suelo, estresado, hecho un nido de víboras inquietas, por todo lo que pasaba, porque pensar en Alaris lo llenaba de una confusión que le ponía furioso.

—Florecita, no te rindas—dijo Alania palmeándole el hombro. Calem hizo rechinar los dientes.

—¡No me llamo Florecita!

—P-pero...—la mujer se rascó la mejilla—, te presentaron así... B-bueno, iré a seguir con mis obligaciones, ya regreso, no te rindas—la mujer levantó amablemente las telas del suelo y sonriendo dulce se las entregó—. Eres un hombre talentoso, tu señora se verá hermosa con el diseño tan esplendido que creamos, vas a ganar tu libertad o su corazón.

Él arrugó el ceño.

—¿Por qué me tratas bien?—¿Qué quería a cambio? Nadie era amable gratis.

Alania sonrió más.

—Quiero que Alaris y tú no sufran, me parecen una bella pareja, por eso te ayudé con esto y a elaborar el dibujo del vestido, conozco sus gustos, le fascinará.

Él sonrió muy, muy levemente, casi con tristeza, por aquello que sucedió hacia once días. Alaris no le hablaba, él solo estaba alejándola, y era lo único bueno que podía hacer por ella.

—Gracias, jefa de siervos.

—Dime Alania.

—Gracias, Alania.

Calem continuó con su desastrosa tarea de coser los pedazos del vestido.

—¡Calleeem!—el grito de niña lo hizo levantar la mirada. Fue como si un rayo lo hubiera partido en dos del espanto que sintió. Erenn, tan presumido con sus pieles y joyas de rey, llevaba de la mano a su cachorra; esta sonreía con la mano extendida hacia Calem.

Erenn no mostraba asombro, rabia, nada, como casi siempre, era de piedra su gesto penetrante, pero Calem se sintió descubierto, como si el simio guerrero pudiera ver lo que pensaba de su mujer, de todo.

Y es que, realmente era la primera vez en mucho tiempo que se encaraban a solos.

—¿Sabes quen es, padle?—le dijo la niña sin nada de disimulo—el esposo deAlalis.

Erenn sonrió mirando a la cachorra con absoluta ternura.

—¿Quieres ir a saludarlo, hija mía?

—¡Sí!—Erenn la soltó y la niña corrió hasta Calem, poniendo su mano sobre el puño de él. Al ver de cerca a la criatura, su interior dio un brinco, era la viva imagen de su madre, pero más radiante, porque no había mal que la hubiera herido aún—¡Hola, mechas!

—Hola, princesa—y hubo dolor luego de un instante en contemplarla. Era la niña que dejó a merced de infelices, que pudieron matar horriblemente o violentar porque él se hizo a un lado, era el fruto de su amada amando a otro. Pero la inocente le tendió una flor, sonriéndole más feliz—Gracias.

Calem, desmotivado y sufriendo muy en el fondo por sus decisiones, miró a Erenn, con la flor todavía en la mano.

—¿Por qué no me mataste si sabes que soy un peligro? Mantenerme como esclavo es sinceramente un error.

Erenn sonrió.

—Me ayudaste a escapar cuando mi padre ejecutó a mi madre, sabías que me iba a ejecutar también a mí, siendo pequeños fuiste mi protector; nunca lo olvidé—Erenn miró a un lado, recordando—, hace años, tú y yo éramos iguales, inocentes en este lugar, Calem.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora