17. La lluvia y la tierra.

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Con el dolor desgarrador, ella tomó otra flecha de la bolsa en su espalda, cargando así la ballesta, enferma de celos y rabia. Iba a desmayarse, porque nunca había tenido tantos sentimientos encontrados en un mismo momento.

El de sus recuerdos era un plebeyo grosero en armadura que exhalaba libertad y maliciosa pasión, pero este... este enorme hombre oscuro e imponente de cabello y barba larga también la tenía con las entrañas hormigueando de ardor. Fue inevitable imaginarse jadeando bajo él, pero, más que eso, quería refugiarse en él.

Maldita sea mi carne débil.

El mirar de ambos era tormenta, fuerza, rayo. Beata estaba eclipsada en sentimientos potentes, sí, embarrados por Muraena, por las decisiones pésimas de su viejo amante, pero no por completo.

Sostuvo su ballesta contra él, nerviosa, nada cercano a su facha de disgusto.

—Mi obsequio de bodas falló, majestad, ¡Pero todavía me quedan! —¿Siente algo al verme? —¡Que los dioses los bendigan y les den muchos hijos, miserable saco de lombrices!

Sufriendo, Beata disparó. La flecha pasó por la otra mejilla de Erenn cortándosela también y hundiéndose en la pared detrás de él, que cerró los ojos dejando expuesto por un momento demasiado corto... ¿Terror? pero parecía no tener el menor interés en evitar ser herido.

Puso otra flecha en su ballesta, soberbia y decidida. Erenn continuaba rígido, aguardando.

—¡Permitiste que hirieran a mi hermana! ¡Tú mismo la heriste!—escupía con un odio irreprochable—Maldito ¡¿Cómo pudiste dejarla desprotegida y darle caza como lo hicieron conmigo?! ¡Ella nunca habría confabulado para matarme! —tenaz volvía a apuntarle—¡Sé que esa esposa tuya tiene mucho que ver!—tomó aire—Si sabes lo que te conviene responde con cuidado.

Él abrió los ojos lentamente, contemplándola con gesto abatido, pero pacifico.

—No lo niego, sé que me equivoqué, pero, nada me importaba si no estabas tú aquí... incluyendo a Alaris.

¡Ahg!

La flecha atravesó bestial la distancia, hundiéndose en el hombro del guerrero. Él retrocedió por el impacto con su expresión atormentada, herida y absorta negándose a abandonar a Beata, que sintiendo demasiada debilidad y dolor ya había cargado de nuevo su ballesta.

Había imaginado un encuentro inundado de amor, pero, sus actos no se lo permitían.

—¡¿Qué culpa tenía ella de tu dolor?!—volvió a dispararle. La flecha dio con su otro hombro. El cuerpo de Erenn se fue un poco para atrás, por el impacto, y a pesar de ello, él mantuvo la misma expresión de completa entrega hacia ella.

Respiraba rabiosa y aterrada, viéndolo regresar en pasos lentos a su lugar, con la cabeza en alto y sin la menor muestra de furia, solo dolor, pero más que físico parecía que ver a Beata lo hacía sufrir. No lucia en absoluto afectado por las dos flechas que habían perforado su armadura, había paciencia en él.

¿Por qué me obligas a hacer esto? ¿Por qué has sido tan malo?

Beata sacó otra flecha de su bolsa, colocándola temblorosa en posición. La voz de Erenn le enfrió los huesos:

—¡¿Dolor?! —atacó desolado para formar una sonrisa que se sumergió en martirio—. Yo no me recuperé de ti, Beata, te lloro todos los días—la boca le temblaba, su rostro se deshizo, soltando una risa maligna—Y ahora sé que mientras perdía el tiempo aquí, estabas sufriendo cosas que me van a matar cuando las sepa, y que, mi hija estaba igual, ¡Ambas sin mí! ¡Sufriendo por mi incompetencia! —cerró los ojos con desesperación—Es tu última flecha, que sea entre las cejas, por favor. Yo te hice esto, y te entrego mi vida como una sincera disculpa.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora