Primera parte: la flor del desierto

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—¡Deténgase señorita! ¡Una princesa no corre! —gritaban sus cinco doncellas intentando alcanzarla, pero era imposible, luego de lunas rogando, Crisa al fin había enviado el vestido de bodas que perteneció a Beata. La sensación de tener a su hermana de nuevo le había hecho perder el control, porque tras años difíciles al fin se permitiría ser feliz. Apretó la tela contra el pecho, riéndose desde el corazón.

Al usar sus ropajes, ella estará presenta en mi boda.

Y era el más alto honor que Erenn le había concedido, junto con su bendición, a pesar de que nunca estaba en casa.

—¡No me sigan más! —gritó sobre su hombro, sonriendo despampanante—¡Paki se derretirá al verme con esto! ¡Y no respondo por lo que vaya a hacerme en su habitación!

Volvió el rostro al frente sintiendo el viento helado sobre ella y los murmullos ofendidos y desconcertados de las mujeres.

Se casaría con la persona que más amaba y tendrían una buena vida. Era el único propósito de Alaris, vivía para Paki, lo necesitaba demasiado. Él era su felicidad.

Llegando a las puertas de los aposentos de su amor, sin dudarlo las empujó con la idea de sorprenderlo.

Fue como si el tiempo caminara más lento. Su mirar pasó del suelo con ropas regadas hasta el lecho mientras el aire se le atoraba en la garganta. Creía conocer el dolor de lado a lado... era una completa estúpida.

El amor de su vida estaba desnudo ante ella, retorciéndose entre las sedas de su lecho porque otro hombre (bien pegado y encima de Paki) le estaba embistiendo brutalmente. Se besaban en violenta y apasionada urgencia, piel contra piel sudada, causando el más férreo vomito en las tripas de Alaris, que con los ojos ardiéndole al no haber parpadeado, se repetía lo mismo una y otra vez.

Pe-pero en dos días nos.... en dos días nos casábamos... dos... él... nos...

Él dijo que me amaba—pensó al instante en que Paki gemía un "mi amor" al otro infeliz.

El vestido resbaló de sus brazos marchitos, con el rostro de ella deformado en un dolor loco. La pasmada vista se le inundó de lágrimas que cayeron abundantes. Retrocedió violentamente, desesperada por huir lejos pero su espalda golpeó la puerta, cerrándola en un golpe sordo que la destruyó al exponerse.

Alaris se sintió más desnuda que ellos, con su interior expuesto, escupido y humillado.

—¡Mierda! ¡¿Qué haces aquí?! —gimoteó Paki moviéndose aterrado lejos de su amante moreno, que cayó fuera del lecho, igual de alteradamente horrorizado.

Alaris se llevó las manos a los ojos oprimiéndoselos para que no vieran su llanto, y a su vez no presenciar más de esa escena tan repugnante. Quería que las malditas lágrimas parasen, ¡Era una estúpida! No podía razonar, no podía quitarse esa escena de la cabeza.

Lo sintió a él arrastrarse en el suelo hasta ella, envolviéndole las piernas con los brazos, pegando la mejilla a sus muslos para abrazarla tan patético. Y que fuera capaz de tocarla así cuando estaba sucio con los fluidos de su traición...

—¡Te lo explicaré! No es lo que...—los lloriqueos de la mujer se detuvieron en seco, y apartó las manos de su cara, mirando a Paki con el más profundo odio. Este agachó la cabeza sabiendo que era descarado y ofensivo intentar mentir—perdóname, Alaris, es que... estoy confundido.

Ella entornó los ojos, enfermándose de repulsión y rabia como jamás había sentido.

— ¿Confundido? —susurró lentamente en un tono sombrío porque, oh, alcanzaba a verle el miembro mojado, tenía el cabello mojado en sudor. De golpe se llevó las manos a la cara, empezando a carcajearse a todo pulmón, haciendo brincar a Paki, que la miraba ahora atemorizado. Alaris reía de una forma demencial y chillona.

El fervor del Príncipe|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora